Cuba

Una identità in movimento


El Teatro Nacional de Guiñol: los títeres guardan silencio

Esther Suárez Durán


Durante los dos últimos fines de semana de febrero en el escenario del Teatro Nacional de Guiñol se presentó un espectáculo de variedades, uno entre tantos que existen, al cual me refiero en estas páginas solamente porque tuvo por misión mantener abierta al público esta ,en otros días, gloriosa instalación teatral.

A partir de los días iniciales de marzo el TNG cerrará sus puertas a causa de una nueva filtración procedente del club colindante.

En los últimos diez meses se ha hecho habitual la presentación de propuestas de cualquier calidad en los horarios destinados a la programación infantil.

Trato de recordar, sin lograrlo, cuál fue la última producción del TNG puesta en escena en su propio espacio. ¿El Pinocho, de Armando Morales, El Caballero de la Mano de Fuego, de Roberto Fernández? ¿Cuál el último estreno de esta compañía? ¿El S.O.S. Pelusín del 2007?

Con los primeros años del milenio Armando Morales, afamado titiritero cubano, fundador del TNG en los lejanos sesenta, reconocido en el teatro de figuras de Iberoamérica accedió a la dirección de la compañía. Su presencia en un puesto tal abrió un universo de expectativas.

No puedo decir, porque no lo supe a ciencia cierta, cuáles serían los propósitos que se planteaba alcanzar Morales desde esta posición, salvo el de hacer del escenario del TNG el espacio donde se presentara al público de la capital lo mejor de la escena titiritera nacional e internacional. A tales efectos diseñó varias de las temporadas de verano, de forma que con uno u otro motivo agosto fuese un mes donde el Guiñol, como se le conoce popularmente, tuviese una programación variada e interesante. Con particular gusto recuerdo una de ellas donde había que andar ligero, con el programa a mano, para no perderse ninguna de las cinco ofertas que hicieron de esa sala un lugar adonde regresar puntualmente cada semana.

La estrategia tropezó con los obstáculos que vuelven a La Habana un lugar hostil para nuestros colegas de provincias e, incluso de la periferia de la ciudad (pienso en los titiriteros de Guanabacoa): angustias con el transporte de ida y regreso y con el alojamiento. Y tropezó con mucho más, pero con más glorias que penas, por la calidad de los espectáculos y el respaldo entusiasta del público, salió casi siempre adelante. No obstante, por el camino quedaron grupos y espectáculos que no han podido presentarse en este escenario; planes pospuestos; sueños — de una y otra parte — no realizados.

El TNG sirvió de sede académica para la realización práctica del Diplomado de Teatro para Niños y de Títeres que el Dr. Freddy Artiles, dramaturgo, profesor e investigador, echara a andar con el Instituto Superior de Arte.

Luchando a brazo partido contra las negligencias y las irresponsabilidades que lo anegaron en agua en varias oportunidades, con el consecuente daño de escenografías y muñecos, porque los problemas de la plomería de esa parte baja del edificio que la acoge son notas recurrentes en su bitácora, la sala se ha mantenido abierta al público, generalmente con programación propia, mañana y tarde durante cientos y cientos de fines de semana incluyendo los días festivos de principios de año. Esta disciplina en la programación le ganó un público asiduo y entusiasta, goce de los titiriteros foráneos que han mostrado allí su arte, y la convirtió en sitio de referencia al respecto en el medio escénico.

Cuando el desbalance entre espacios de presentación y espectáculos listos a entrar en diálogo con el público tocó fondo y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas implementó la política de sumar a su programación a la mayor parte de las instalaciones de la capital el TNG dispuso sus técnicos, su personal de sala y administración, sus camerinos y su escenario. Agrupaciones de diversas procedencias, estilos, formatos y calidades fueron acogidas por este teatro en detrimento de su parque técnico y, lamentablemente, de su sala de lunetas y las piezas de sus camerinos. También de la programación propia de ensayos y de eso que a veces, a falta de una expresión mejor, llamamos la caracterización de la sala, pero que en realidad alude a ese algo que, por inefable, no consigue ser traducido en palabras.

Como en el resto de los colectivos escénicos de la isla, y en especial de la capital, en el TNG se comenzaron a sentir los efectos de la situación socioeconómica del país, también de su clima ideológico y axiológico. Se mostró en toda su crudeza el envejecimiento de su nómina de directores y actores sin que el relevo apareciera convenientemente garantizado.

En el momento más crítico a este respecto su Director General es convocado a incorporarse a la Misión Corazón Adentro en la hermana Venezuela en atención, por supuesto, a sus méritos artísticos y pedagógicos y a sus probadas capacidades como promotor cultural.

No queda ningún otro artista en su lugar, ni persona alguna con capacidad de liderazgo.

En su ausencia la situación se deteriora aún más. En la reunión periódica del Comité de Expertos del Teatro para Niños, el pasado diciembre, los artistas llevan el tema aunque la agenda no lo incluye. Se alerta acerca de su gravedad.

Han transcurrido tres meses desde entonces.

En el 2003, en ocasión de celebrarse el 40 aniversario del TNG escribí lo que sigue:


Este año festejamos importantes aniversarios de dos de las agrupaciones artísticas de mayor relevancia en la historia reciente de la escena cubana — aquella que transcurre a partir de la segunda mitad del siglo veinte —, dados sus resultados de excelencia, sus afanes de búsqueda y experimentación, y su trascendencia probada en el quehacer escénico y cultural del país: Teatro Estudio y el Teatro Nacional de Guiñol, unidas más allá de aquel instante jubiloso en que La noche de los asesinos, de Vicente Revuelta, y el Don Juan Tenorio, de Carucha Camejo deslumbraban a cuantos pudieron presenciar las jornadas del VI Festival de Teatro Latinoamericano realizado en 1966, en La Habana.

Décadas de trabajo continuo en la vida de un colectivo artístico no representan siempre entre nosotros una trayectoria en ascenso sino más bien, y en primer lugar, la persistencia a través del tiempo de una determinada institución, unida casi siempre a un espacio reconocible. Sin embargo, es ocasión para homenajear la perseverancia de sus fundadores y de los que se incorporaron a sus filas poco después, rememorar sus principales hitos — proceso necesario a la mitología de todo arte —, reflexionar acerca de aquellas esencialidades que la dotaron de significación en el panorama vasto de la cultura propia y, sobre todo, rendir tributo a la bizarría, la pasión y el coraje que, ante adversas circunstancias históricas ajenas al propio decursar de lo artístico, han mostrado quienes la hacen llegar como presencia viva a los días que corren.


Con el surgimiento del TNG el 14 de marzo de 1963 los esfuerzos denodados que Carucha y Pepe Camejo, unidos a Pepe Carril, venían realizando con su Guiñol Nacional de Cuba hallaron el apoyo estatal y social necesarios. Por vez primera la herencia dispersa y breve del teatro de títeres en el país encontró crisol y cauce.

Los hermanos Camejo y Pepe Carril añadían al talento y la vocación por el teatro de figuras, propósitos artísticos muy definidos y la lucidez estratégica para alcanzarlos sobre la base de la experimentación rigurosa y la preparación integral de sus compañeros de aventura.

Tuvieron, además, la sabiduría de actuar con espíritu ecuménico. Incorporaron a la creación titeril a profesionales ya connotados dentro de la literatura, la dramaturgia, la música, la danza y la plástica cubanas. Dora Alonso, Lidia Cabrera, Abelardo Estorino, José Ramón Brene, María Alvarez Ríos, Marta Valdés, Olga de Blanck, Juan Márquez, Teresita Fernández, Julio Roloff, Rogelio Martínez Furé, Iván Tenorio, Alberto Méndez, Guido González del Valle, José Luis Posada, Raúl Martínez y Rafael Mirabal integraron los núcleos creadores de las puestas de esta etapa. Subieron a escena los clásicos infantiles de El patico feo, El mago de Oz, Pinocho, La Cenicienta, La Caperucita Roja junto con obras de Javier Villafañe, Federico García Lorca, Valle Inclán, Giradoux, Tagore, Aristófanes, Fernando de Rojas, Moliere, Jarry, Zorrilla, Dora , Lidia , Brene. Ofrecieron rango escénico a la cultura popular campesina y a la vertiente afrocubana.

Las técnicas de animación conocidas se conjugaron con los recursos expresivos más audaces y contemporáneos, en una indagación que no conoció límites y que reveló las múltiples potencialidades del actor en diálogo con el muñeco en sus más disímiles formas de existencia.

Ningún repertorio, procedimiento técnico, camino creador o sector del público les resultó ajeno.

En los primeros años de los setenta esta brillante trayectoria resultó interrumpida en medio de un clima de dogmatismo, ignorancia e incomprensión y no faltó quien tildara de elitista a la troupe que, bajo la vigilancia severa de sus mentores, hacía de su arte un coto vedado a la mediocridad espiritual, la falta de talento y de espíritu de consagración a la excelencia artística.

La institución perdió sus guías. Sus almacenes de muñecos, escenografía y utilería fueron devastados. A su nómina artística resultaron incorporados, de modo arbitrario, los integrantes de otra entidad artística igualmente irrespetada: el Teatro de Muñecos de La Habana.

Como consecuencia, el Teatro Nacional de Guiñol desdibujó su perfil y debilitó su cohesión como grupo creador ante la amalgama de individualidades y la ausencia de un verdadero liderazgo artístico. La calidad de los espectáculos fluctuaba, los niveles de exigencia individual y colectiva descendieron, cesaron las ofertas para el público adulto, la investigación se volvió tarea de excepción o práctica individual. El títere perdió la primacía ante una línea artística ahora contradictoria y difusa.

El Teatro Nacional de Guiñol dejó de ser un auténtico proyecto artístico para tornarse, como buena parte de las agrupaciones teatrales del país durante las décadas del setenta y el ochenta, en una entidad empleadora donde concomitaban diversas tendencias y credos estéticos, sin que en ello interveniera un propósito o una visión sistémica.

No obstante estos avatares y los obstáculos generados por un modelo organizativo semejante, el equipo inspirado y preparado por los Camejo y Carril, junto a la excelencia de algunas de las figuras que luego se insertaron en sus filas o que colaboraron en los nuevos espectáculos, realizó producciones de alto valor que merecieron importantes premios en los certámenes convocados en el teatro para niños hasta bien entrados los ochenta. Son los noventa el ámbito en que se anuncia la recuperación del arte titiritero en el país, sobre todo a partir del aliento que le brindan artistas de nuevas generaciones. Es también el momento en que comienza el descubrimiento y la revaloración del legado de los Camejo y Carril por estos jóvenes creadores.

El cuarenta aniversario de la institución la encontró como anfitriona de una experiencia docente de singular trascendencia: el Diplomado en Teatro de Títeres y Teatro para Niños, sometiendo su histórica sede a un imprescindible remozamiento capital, y conducida por el maestro Armando Morales, diseñador, actor y director titiritero de prestigio nacional e internacional.

Sin embargo, en camino hacia su medio siglo de existencia su situación hoy se asemeja a aquella de los años grises del teatro y la cultura cubanos. Los contextos son distintos; algunas circunstancias, inéditas; no obstante, ciertas causas parecen, en esencia, las mismas.

El TNG es una de las instituciones escénicas cubanas que cuenta con un patrimonio tan valioso, por difícil de lograr — ya que tiene que ver con la historia y con procesos de legítimo reconocimiento social —, como es el capital simbólico. Hasta el momento, la única en el país en la arena del teatro para niños y el arte del títere.

Dispone de una sala adecuadamente diseñada y dotada en cuanto a su distribución espacial que en su momento incluyó un taller de diseño y producción de muñecos, escenografía, atrezo y vestuario, ubicada en una de las zonas más céntricas de la capital. Algo que en medio de la grave situación inmobiliaria y constructiva constituye una riqueza invaluable. Posee un público histórico, conformado por más de cuatro generaciones de ciudadanos, unido de manera inefable a la institución.

Tuvo, hasta el momento en que comenzaron los procesos de migración y éxodo, figuras de alto valor artístico en sus filas; paradigmáticas en varios sentidos para las nuevas promociones de artistas. Algunas aún permanecen.

Durante los períodos en que el TNG ha cerrado sus puertas, por las reiteradas filtraciones o durante la etapa de remozamiento de su instalación, asombra y regocija el continuo reclamo de su público.

Diariamente adultos y niños llaman por teléfono, se personan en sus puertas preguntando cuándo volverá a iluminarse el escenario.

En una política cultural que coloca en su centro la proyección social de la cultura, valora altamente la educación de niños y jóvenes y se precia de sus bases populares, ¿cómo asistir indolentes a similar proceso de degradación y deterioro, de finiquito de la institución insignia del teatro para niños y del teatro de títeres del país?

En condiciones más adversas que en aquel entonces, cuando no fui capaz o no quise imaginar que podíamos hoy hallarnos en situación semejante, cuando regresar a estas palabras pudiera emular la locura ensoñada de Quijote, vuelvo tercamente a enunciarlas. Me aferro a ellas. Quizás porque hasta donde sé, donde quiera que ha sucedido algo parecido solo el reclamo de los artistas ha conseguido convocar a la institucionalidad gobernante.

Terminé así aquel escrito en ocasión del cuarenta aniversario:


Tal vez por la energía arrolladora que una vez estremeció estas paredes, por la poderosa huella dejada en la memoria colectiva, o por un extraño sortilegio del teatro de muñecos, una imantación sin par emana de este espacio y de la simple evocación de su nombre, y es posible percibir ya hoy en el aire laconjunción de expectativas y reclamos diversos, surgidos quizás en la íntima necesidad que todos sentimos de que el Teatro Nacional de Guiñol tenga la osadía de volver a encabezar nuestro más alto sueño: aquel de poseer un teatro de títeres que sea, según el verbo de maese Pedro, lo más de ver que hay en el mundo.


Es esta una deuda con quienes entregaron pasión y vida a esta empresa, con un público pleno de añoranzas, con el que está por venir, con la historia del teatro cubano. Y si todo esto no fuera suficiente, es algo que nos debemos, queridos colegas, a nosotros mismos, que no podemos dejar sin cumplir en este paso nuestro por el mundo la tarea de restituir al arte titiritero su más alto significado.

Lo repito hoy como un conjuro en la esperanza de despertar a los muñecos amados de su letargo. De desterrar del teatro de títeres la enfermedad impensable: la quietud, el silencio. Acaso una señal de los tiempos.




Página enviada por Esther Suárez Durán
(10 de marzo de 2009)


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