Cuba

Una identità in movimento


El empleo tradicional de objetos de barro en el complejo ritual de la santería

Jesús GuancheGertrudis Campos Mitjans


Consideramos necesario reseñar brevemente los aspectos fundamentales que constituyen la regla de ocha o santería y su relación con la alfarería ritual.

La santería es una religión de carácter popular surgida en Cuba durante el período colonial, cuyo sistema de creencias y complejo ritual están basados principalmente en la adoración aglutinadora a una parte de los orichas o deidades del panteón religioso del pueblo yoruba, y en menor medida del pueblo ewe, sincretizados en su mayoría con uno o más santos de la Iglesia católica.

En la santería se tiene la concepción de un poder o deidad suprema, que los creyentes identifican indistintamente como Olofi u Olodumaré — los que constituyen dos de los múltiples epítetos de Olorun, máxima deidad de los yoruba —, con potestad sobre las demás deidades. Olofi no es objeto de adoración directa como los demás orichas, considerados sus súbditos, mensajeros e intermediarios, por lo que se les rinde culto a estos como vía indirecta de adoración a Olofi.

Esta forma popular de religión ha tenido y tiene muchos practicantes, por lo cual la realización sistemática y doméstica del culto demanda la fabricación de un conjunto de objetos propios para satisfacer las necesidades del rito. Entre ellos ocupan un destacado lugar los recipientes elaborados en barro cocido.

En la actual producción alfarera encontramos un conjunto de objetos que se utilizan con fines religiosos, sin que sus creadores sean necesariamente oficiantes del rito o simplemente creyentes[1]; estos objetos forman parte indisoluble de las manifestaciones plásticas de la cultura popular tradicional, pues tanto el proceso de aprendizaje como el de trasmisión se efectúan de manera práctico-imitativa de una generación a otra mediante las propias relaciones familiares y/o comunales.

La alfarería empleada en los ritos ha estado constituida por un conjunto de objetos cuya función, inicialmente, distaba mucho de la actividad religiosa, ya que eran piezas de barro usadas principalmente con fines domésticos. De ese modo, en el ajuar de la cocina cubana del siglo pasado ocupaban un lugar primordial diferentes vasijas, tales como tinajas, soperas, freideras, fuentes y otras, que además de ser fabricadas de loza o de porcelana, eran confeccionadas de acuerdo con la tradición hispánica en el torno del alfarero, mediante la selección del mismo barro utilizado para fabricar tejas, ladrillos y demás componentes de la vivienda en las áreas urbanas. Estas piezas formaron parte del ambiente culinario hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando el aluminio y el vidrio industriales hicieron su entrada en gran escala por lo barato, variado y resistente a los diversos usos y cambios de temperatura.

No obstante, debemos señalar que desde esa misma etapa ya se usaban algunas de estas piezas del ajuar doméstico con fines religiosos; por ejemplo, aún se asocia el denominado caldero macho de hierro con tres patas, propio para freír o guisar, con uno de los recipientes donde el palero congo o sus descendientes han construido la nganga, y sustituido, entre las capas más desposeídas, a la güira (Crescentia cujete, L.)[2] o al saco de fibras vegetales. Del mismo modo, en la santería se han utilizado múltiples recipientes, desde la madera tomeada, la cestería o el cristal, hasta la porcelana y el barro.

Cuando los objetos de uso doméstico pasan a formar parte del complejo religioso de la santería, además de asumir una nueva función, comienzan a ser decorados de disímiles formas, se les aplican incrustaciones que van desde conchas de caracoles bivalbos o cauris univalbos, hasta cuentas de vidrio relacionadas con la deidad a la que se le ofrenda [...].

Como bien señalan diversas fuentes, estos cultos no fueron tolerados por las autoridades gubernamentales y eclesiásticas durante la etapa colonial; de modo que las vías fundamentales para su preservación y difusión fueron el seno de cada cabildo y la propia casa de cada creyente, que aprovechaba el contexto de los aniversarios y festividades del santoral católico para efectuar sus ritos y ceremonias revitalizadoras de sus ancestros africanos[3]. Durante la república neocolonial se produce hasta el patrocinio de estos ritos por algunos gobiernos de turno y se asocia la práctica masiva con las campañas político-electorales, a través de la participación de diversos sectores sociales que por diferentes causas comparten estas creencias[4]. A ello contribuían las casas comerciales que abastecían a los practicantes de todo lo necesario para el proceso de iniciación y la conservación sistemática de los ritos, entre lo que también han figurado las vasijas de barro.

Tras el triunfo de la Revolución cubana, no obstante la solución de muchos problemas fundamentales que han generado las prácticas de estas y otras creencias populares, tanto la santería como otras religiones se mantienen en el seno de la población por el hecho de constituir procesos históricos y sociales ligados indisolublemente a la esfera del pensamiento, a la conciencia cotidiana, cuyos cambios se efectúan de un modo más lento y dilatado que la actividad vinculada directamente con la esfera de la vida material. En tal sentido, la religión forma parte de la tradición patrimonial asociada con el comportamiento moral que posee un fuerte contenido conservador y, al mismo tiempo, de adaptabilidad a los diferentes cambios; en este contexto, los practicantes de la santería también han creado sus mecanismos de adaptación a las más diversas situaciones sociales y rituales. Todo ello puede observarse mejor en los componentes del complejo ritual donde las vasijas de barro desempeñan determinado papel.


Los guerreros

Uno de los resultados más peculiares del proceso de transculturación de las creencias sudnigerianas en Cuba, ha sido la fusión sincrética de tres deidades con funciones específicas en sus lugares de procedencia, identificadas aquí como los guerreros, a las que se les rinde tributo en conjunto, tal es el caso de Eleguá, Ogún y Ochosi.

Es muy usual el empleo de vasijas de barro en la representación simbólica de Eleguá (oricha guardián de las puertas, los caminos y las encrucijadas; se le sincretiza entre otros con el Niño de Atocha, las Ánimas del Purgatorio y el Ánima Sola); en la cual se utiliza un recipiente de barro cocido, muy pocas veces vidriado, donde se coloca una imagen cefalomórfica de la deidad, confeccionada con diferentes materiales: cemento y arena, piedra coralina, piedra de arrecife (diente de perro), madera y otras, de acuerdo con el "camino" o avatar que posee la deidad en correspondencia con cada creyente; junto con la imagen se colocan otros atributos como silbatos y bolas de vidrio, alusivos al carácter juguetón e infantil de la deidad.

En casi todos los casos, la imagen cefalomórfica posee incrustaciones de cauris, semejando los ojos, la boca y la nariz. Se encuentra rematada en su extremo superior o en uno de sus lados por una lámina filosa de hierro, utilizada para el sacrificio de las ofrendas de aves[5]. Las vasijas de barro que se emplean para Eleguá no van decoradas sino que únicamente constituyen el recipiente contentivo de la imagen plástica de la deidad y forman parte de ese conjunto morfológico de amplia variedad. Quedan exceptuadas de esta representación las diferentes imágenes de Eleguá de cuerpo entero, con uno o dos rostros, y las que están construidas dentro de un cobo (Strombus gigas), situadas directamente en el suelo.

La deidad Ogún, oricha de la guerra sincretizado con san Pedro, es representada generalmente en hierro, bien mediante un caldero que debe contener hasta 21 piezas u objetos de trabajo diferentes (Ogún Alagüedé), o mediante un vástago rematado en un arco y una flecha (símbolo de Ochosi), con una base pesada de donde penden dos aros con cadenas que sujetan hasta veinte piezas semejantes a las del caldero (Ogún Achibiriquí). Sin embargo, también se encuentra la imagen de Ogún representado en un imán con limaya, como símbolo de la atracción de las fuerzas, depositado en un recipiente de barro cocido sin vidriar, semejante al de Eleguá. Recordemos, en este sentido, que tanto el imán (magnetita) como el hierro son símbolos de atracción y fuerza, respectivamente[6].

La deidad Ochosi, oricha de la caza sincretizado con san Norberto, se representa siempre, con independencia del material, con un arco y una flecha en plena tensión para ser disparada, y se relaciona estrechamente con las otras dos deidades hasta darse el caso en que las tres se funden en un solo objeto, pero no asociadas con las piezas de barro.


El canastillero y su entorno

Uno de los lugares fundamentales donde se colocan las piezas objeto de culto en la santería es el canastillero, un mueble cuyo contenido y su entorno cumplen funciones religiosas cotidianas para el practicante y sus allegados. En él, los objetos de barro desempeñan un importante papel.

El canastillero puede estar formado por un escaparate, un armario o un librero, generalmente de una o dos puertas, con tres o cuatro entrepaños, en donde se colocan los recipientes que contienen las piedras (otanes) que simbolizan las diferentes deidades, junto con los atributos que se les adjuntan. En este contexto debe considerarse que el culto a las piedras es un hecho sustancial de la santería y tiene carácter universal, ya que "la piedra es un símbolo del ser, de la cohesión y la conformidad consigo mismo"[7]; también se les relaciona por "su dureza e inalterabilidad [... ] con fuerzas eternas, inmutables y divinas y se la entiende como expresión de fuerza concentrada"[8].

Comúnmente dentro del canastillero se depositan los recipientes de Obatalá, Yemayá, Ochún, Oyá y Obá, así como las dos tinajitas de los jimaguas (Ibeyes). De manera general, estos recipientes son conocidos con el nombre genérico de soperas (goricha); y efectivamente, entre los oficiantes nacidos e iniciados antes de 1959 ha sido común encontrar diversas vajillas de loza o porcelana, especialmente las soperas; pero posteriormente se ha efectuado un interesante proceso de sustitución de estas vasijas por otras de barro cocido y pintado o vidriado de acuerdo con el o los colores atribuidos a cada deidad.

Aunque ha tendido a mantenerse el pequeño cesto de fibras de la deidad Yewá o el pequeño recipiente (yoyero) de Odudúa, las soperas han sido objeto de transformación por la evidente dificultad de los creyentes para adquirir los objetos de loza o porcelana en el mercado nacional y ello ha dado lugar a que diversos alfareros, además de realizar las piezas tradicionalmente conocidas en la santería, hayan iniciado nuevas formas artesanales que sustituyen a las anteriores piezas industriales. En este caso, las soperas de barro son un vivo ejemplo. Hoy se mantienen dentro del canastillero con carácter habitual solo las tinajitas de los Ibeyes que tienden a conservar sus proporciones y su forma tradicional.

El canastillero ha sido colocado generalmente en la habitación donde duerme el practicante o en un cuarto destinado para el rito. Junto con el resto de los objetos es común observar también piezas propias del catolicismo, particularmente la imaginaría en madera o en yeso policromado y litografías del santoral.

Aunque la colocación de las soperas en el canastillero está en dependencia de las deidades protectoras del creyente, hemos utilizado a modo de ejemplo el perteneciente a la informante Amparo Caridad Carril Guardado, del área estudiada, pues existen múltiples variantes en su ubicación[9].

En el primer entrepaño, de arriba hacia abajo, está la sopera de Obatalá, blanca con adornos plateados, cubierta de algodón, con una campanilla o sonajero de hojalata en uno de sus lados, que se emplea para saludar o aludir a la deidad. En torno a la sopera se colocan ocho manillas (idé) de plata o de aceroníquel, como atributo metálico y numérico del oricha.

En el área de El Cano, hemos observado que el artesano Domingo Blanco elabora piezas de barro con formas semejantes a la referida sopera, pero pintadas de blanco y esmaltadas[10]. Estas piezas — según el informante — responden a la demanda de diversos practicantes.

En el entrepaño inmediato inferior se coloca la sopera de Obá, deidad femenina, mujer de Changó según el mito, que se sincretiza indistintamente con santa Catalina y santa Rita.

En el tercer entrepaño están colocadas la sopera de Ochún, con sus correspondientes atributos, junto con la de Oyá, ambas son deidades femeninas que se sincretizan, respectivamente, con la Caridad del Cobre y con el Ánima Sola, según esta informante. Si la primera tiene sus atributos dorados, como la campanilla o sonaja, y los objetos que se colocan son cinco o múltiples de este, la segunda tiene el siena como color estable y, al mismo tiempo, nueve colores que se reflejan tanto en el vestuario de la creyente cuando celebra las fiestas de este oricha, como en la vaina de flamboyán (Delonix Regia, Bojer.)[11] tejida con cintas; esta vaina es la que le sirve de sonajero y va colocada también dentro del canastillero.

Las soperas señaladas anteriormente, como poseen la misma forma que la de Obatalá, también son fabricadas por el referido artesano, pero en cada caso las pinta y decora con los colores atribuidos a las correspondientes deidades.

En torno al canastillero son colocados otros recipientes que contienen las piedras simbólicas y demás atributos de diversas deidades. Así encontramos una tinaja de barro cocido y vidriado interiormente, con su tapa, bien pintada y decorada de azul ultramarino, y con incrustaciones que contienen los atributos de Yemayá Olokun, peculiar síntesis cubana de dos deidades yoruba: una hembra fértil y un varón hijo de esta que se identifica con las profundidades del mar. Sin embargo, los paleros[12], establecen una distinción entre el recipiente anterior, que puede ir o no decorado, y la tinaja de Madre Agua, pues según el informante, la tinaja va sin decoración alguna. Este hecho se produce cuando el practicante le rinde culto al mismo tiempo, pero diferenciadamente, a los orichas de la santería y a las fuerzas que se sincretizan con estos a partir de los ritos del palomonte. De manera que nos encontramos nuevas variantes en la medida en que el proceso sincrético se complica.

Otra pieza de barro es el lebrillo que contiene las piedras y los hierros que simbolizan el oricha Agayú, concebido como dueño de las sabanas, padre de Changó y sincretizado con san Cristóbal.

También encontramos dos piezas de barro, una en forma de plato semejante a la utilizada para colocar a la deidad Eleguá, aunque con mayores proporciones, y otra que forma una semiesfera con orificios en toda la parte superior. La superposición de esta sobre la primera sirve de receptáculo a las piedras simbólicas de Babalú Ayé, deidad protectora de los enfermos de la piel, sincretizada con San Lázaro (el de las muletas, según el imaginario popular).

A diferencia de las soperas, las piezas de barro que se colocan en torno al canastillero tienden a conservar tanto el diseño como sus proporciones, de acuerdo con las características particulares del artesano que las confecciona. En este sentido puede observarse la presencia de elementos mutables en los objetos colocados dentro del canastillero y elementos más estables en cuanto a diseño, forma y material de los objetos colocados en torno a él.

También encontramos en barro uno de los componentes simbólicos de Orichaoko, deidad masculina de la agricultura, sincretizada con san Isidro Labrador. Nos referimos al pedazo de teja criolla convenientemente recortada y decorada con líneas blancas y rojas que semejan los surcos de la labranza, y que es colocada por su parte cóncava para simbolizar el referído oricha junto con la yunta de bueyes, el arado, la figura humana y la sombrilla.

Además de estos atributos, encontramos la batea de Changó en madera torneada, junto con dos de los referidos guerreros, Ogún y Ochosi, cuyos elementos simbólicos están confeccionados en hierro.


La iniciación

Dentro de la santería, la iniciación constituye el nacimiento del creyente en la práctica estable de esta religión. La actividad requiere de múltiples sacrificios personales, por parte del neófito y de los miembros de su familia, quienes han de costear los diversos tributos, las ropas blancas y el pago ritual (derecho) a todos los oficiantes que participan en la compleja ceremonia.

Como parte del conjunto de objetos propios de la iniciación, también se adquieren los recipientes de barro, bien mediante el contacto directo con el alfarero o a través de intermediarios (creyentes que asumen esta y otras gestiones) para conseguir el complicado ajuar con vistas al rito iniciático.

Para el rito de iniciación se emplean diversos objetos de barro. Ocupan un papel fundamental las denominadas cazuelas de lavatorio en las que se prepara el líquido lustral (omiero). En cada una de estas cazuelas se lavan las piedras, los caracoles y los collares correspondientes a cada oricha. Durante el acto del lavatorio se guarda el siguiente orden: Eleguá, Ogún y Ochosi, e inmediatamente después, Obatalá, Changó, Oyá, Yemayá y Ochún[13]. Durante el acto del lavatorio se ejecutan los cantos correspondientes a cada oricha de acuerdo con el momento de consagración de cada conjunto de objetos.

Las cazuelas de omiero se caracterizan porque cada una va decorada con colores de agua correspondientes a la deidad de pertenencia. Se puede establecer una relación entre las líneas y los colores de la cazuela donde se lavan objetos pertenecientes a la deidad protectora principal del iniciado y los trazos que se hacen en la cabeza de este, cuando el rito implica el rapado del cráneo[14]. De este modo, encontramos un tipo de arte efímero que se vincula tanto con la decoración de objetos rituales como con el cuerpo del iniciado.

Conjuntamente, se utilizan otros pequeños recipientes de barro en los que se prepara la pintura que se aplicará, tanto en la cabeza del iniciado como en las paredes exteriores de las cazuelas de lavatorio. Como la pintura es preparada mediante polvos colorantes y agua, cada uno de estos recipientes pueden ser lavado y vuelto a utilizar en diferentes ceremonias. Sin embargo, generalmente, cada cazuelita es empleada para un solo color, pues como se utiliza el barro cocido sin vidriar, el pigmento de agua se adhiere a sus paredes interiores.

De este modo, encontramos en el acto de iniciación las cazuelas mayores por sus dimensiones y las más pequeñas empleadas en el complejo religioso de la santería.


El deceso

Del mismo modo que la iniciación, al ritual funerario se le presta gran atención en la santería, pues los creyentes consideran que el espíritu del difunto cobra libertad e inicia una nueva vida en la que ha de pagar y subsanar los errores cometidos en su vida material[15]. La anterior concepción relacionada con el cierre del ciclo vital de los individuos, posee una gran analogía con los principios religiosos del catolicismo en los que igualmente el espíritu del difunto purga sus pecados y trata de alcanzar el reino de los cielos. Este es otro de los hechos, en cuanto a la concepción de vida tras la muerte, que tiende a propiciar mecanismos sincréticos entre una y otra religiones.

En la santería, durante el rito mortuorio se aprecia la presencia de objetos de barro. Se utiliza, en primer lugar, la tinaja de Olokun, que en ocasiones puede ser sustituida por una tinajita pequeña, en la que, además de contener los atributos de la deidad, se hecha agua corriente con el objetivo de que — según el informante — el alma del difunto pueda saciar su sed cuando tenga que alejarse de su envoltura material. De hecho, la tinaja asume una doble función: atributo de un oricha y como asistencia simbólica al creyente fallecido. Esta tinaja no posee decoración alguna, y cuando el difunto es velado en la casa se coloca el recipiente debajo de la cabecera de la cama. Si el velorio se efectúa en una funeraria, la vasija es colocada sobre el ataúd o debajo de este, aunque siempre en el área de la cabeza.

Posteriormente, con la misma tinaja se realiza el itutu o ituto, en esta parte del rito se consultan los medios adivinatorios y se determina si el santo de cabecera será enterrado con él, si pasará a ser atendido por otro creyente o si simplemente se romperá, entre diversas variantes.

Cuando el cadáver es sacado del lugar donde se está velando para ser conducido al cementerio, se produce el rompimiento de la vasija que se escogió. Esta puede ser indistintamente, de acuerdo con los resultados del itutu, cualesquiera de las que se encuentran en el canastillero o en su entorno.

A los nueve días se emplea una cazuela de lavatorio con el objetivo de "refrescar" a los santos que han quedado. Esta cazuela no es objeto de decoración y se utiliza para preparar un líquido que está compuesto por diversas yerbas tales como: prodigiosa (Bryophyllum pinnatum, Lam.)[16], yerba fina (Cynodon dactilon, L.)[17], canutillo (Commelina elegans, H.B.K.)[18], bledo blanco (Amaranthus viridis, Lin.)[19], granos de pimienta (Pimienta diorica, Merr.)[20], y, de acuerdo con el atributo numérico del oricha, cascarilla, aguardiente y miel de abeja. Con estos componentes se lavan las cazuelas que han quedado.

Las cazuelas que no son destinadas al difunto y sus ahijados, son enterradas después de una compleja ceremonia al cabo de tres meses, que implica un toque de tambores, una comida y el proceso de enterramiento, preferentemente en el patio de la casa del santero o en la de uno de sus ahijados.

Tal como hemos podido observar, las vasijas de barro se encuentran asociadas con todo el ciclo vital de los practicantes de la santería, desde su iniciación hasta su muerte, junto con todo el complejo ritual de actividades cotidianas y festivas. […].




    Notas

  1. Tales son los casos de los artesanos Rogelio Puldón y Domingo Blanco, entre otros.

  2. Juan Emilio Roig: Diccionario botático de nombres vulgares cubanos, 2 t., Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1965, p. 492.

  3. Fernando Ortiz: Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, pp. 37 y ss.

  4. Ha sido ampliamente conocido el caso del presidente Fulgencio Batista, quien mediante su hermano Panchín patrocinaba varias casas de santo y múltiples fiestas los 4 de diciembre como homenaje a Changó (Santa Bárbara).

  5. Jesús Guanche: "Los cultos sincréticos cubanos", en Procesos etnoculturales de Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983, p. 370.

  6. Purificación Murga (versión y adaptación): Símbolos, Diccionarios Rioduero, Ediciones Rioduero, Madrid, 1983, p. 119 y 123.

  7. Juan-Eduardo Cirlot: Diccionario de símbolos, Editorial Labor S.A., Barcelona, 1885, p. 362.

  8. Purificación Murga: op. cit., p. 178.

  9. Entrevista realizada a Amparo Caridad Carril Guardado, de 70 años, 36 de iniciada en la santería. Pogolotti, Marianao, 15 de noviembre de 1986.

  10. Trabajo de campo realizado en el taller de Domingo Blanco, alfarero con 35 años de experiencia en la actividad. El Cano, 20 de diciembre de 1986.

  11. Juan Tomás Roig: op. cit., p. 411.

  12. Entrevista realizada a Reynaldo Borrel Collazo, 42 años, practicante desde niño, santero y palero. Punta Brava, La Lisa, 25 de octubre de 1986.

  13. Amparo Caridad Carril Guardado, refiere su caso.

  14. Entrevista efectuada al doctor Argeliers León Pérez, consultante científico, el 18 de febrero de 1987.

  15. La información de este acápite coincide con los datos suministrados por los informantes referidos anteriormente y con la entrevista sostenida con Sixto García, Titico, 50 años como practicante del espiritismo cruzado y la santería. Regla, 3 de febrero de 1986.

  16. Juan Tomás Roig: op. cit., p. 815.

  17. Ibidem, p. 969.

  18. Ibidem, p. 234.

  19. Ibidem, p. 180.

  20. Ibidem, p. 780.



Tomado de: Jesús GUANCHE y Gertrudis CAMPOS, Artesanía y religiosidad popular en la santería cubana: el sol, el arco y la flecha, la alfarería de uso ritual, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2000, pp. 72-81


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