Cuba

Una identità in movimento

Céspedes, tan padre nuestro

Víctor Joaquín Ortega



Padre nuestro que estás en la lucha, humanizado sea tu nombre, sírvenos de muralla contra tantos peligros, fortalécenos en la resistencia y el amor. Tu inmortalidad depende de nuestros corazones y de nuestra actitud, si se parecen a ti y a tus hechos, y si no nos dejamos caer en la tentación.

Ayúdanos, Carlos Manuel, envuélvenos con tus contiendas para seguir tus huellas; estabas en lo cierto: como dijiste, en momento difícil y sublime, todos los cubanos somos tus hijos. La pasión por ti es la mejor venganza contra los flojos, los equivocados y contra sus acusaciones de nepotismo, de actos dictatoriales, de antidemocrático... lanzadas sobre ti. En la etapa actual, aquellos tienen sus seguidores... No fuiste perfecto; levante la mano quien se lo crea y le diré mentiroso. Tus virtudes pesaban bastante más que las flaquezas propias.

La vida misma te dio la razón en la inmensa mayoría de los casos: hubo equivocaciones de gente buena quimeradas al máximo, y barbaridades de quienes le temían a tanta revolución. ¡Ah, cámara-rémora!, deslizada hasta la ridiculez en no pocas ocasiones, pensando que en los archivos y decretos residía la clave de la liberación; no quiso comprender que en las insurrecciones populares las leyes deben parecerse a ese levantamiento, para viabilizar batallas y disparos, combates y ofensivas, fundamentalmente; y si algo los obstaculiza, a pesar de loas y aplausos, no sirve: hermosísimo, quizás en los papeles, y horrible en la realidad, cual — en tu caso — si le quitara la pólvora a las balas, parque a los fusiles, puntería a los tiradores y mellara los machetes.

Lo principal no consistía en enseñar a leer y escribir, sin negar su importancia, o en establecer preceptos inajustables a la manigua, propios de la futura república, únicamente conquistable a disparos y machetazos. Instantes impropios para sentarse a discutir si eran galgos o podencos, siendo fieras; la esencia no radicaba en el nombre, mientras la furia rondaba. Lo sabías e instabas a mantener la unidad y levantarse, con la preparación correcta para enfrentarlos.


Desde la garganta de Mella

Hablaste con la voz de Julio Antonio muchos años después, frases vigentes para situaciones similares en cualquier época:

"La hora es de lucha, de lucha ardorosa, quien no tome las armas y se lance al combate pretextando pequeñas diferencias, puede calificársele de traidor o cobarde. Mañana se podrá discutir, hoy solo es honrado luchar".

He aquí tu nepotismo: grados de general otorgados a tus hermanos Francisco Javier y Pedro. Lo merecían al ser copromotores del alzamiento; jerarquía de coronel a tu hijo Carlos: levantado en armas junto a su suegro, Perucho Figueredo. Todos revalidaron las estrellas en las contiendas. Pedro cumplió misión en el extranjero por orden tuya y por orden tuya retornó al fuego: vino en la expedición del Virginius, en 1893, y terminó en el paredón de fusilamiento. Tu vástago Oscar sufrió similar suerte. No vacilaste ante el chantaje enemigo: entregaste su existencia y no entregaste tu dignidad.

Grande lanzarte a conquistar la libertad de la patria sin esperar todas las condiciones: se conseguirían al andar. Adelanto urgente sin asomos de ansias por el poder o de protagonismo ilimitado: tu poderosa personalidad la situaste siempre al servicio de la nación. Había que erguirse: los timoratos, los tibios, ¡a un lado! Que dejaran los remilgos y adoptaran la única línea patriótica en esa fase o no serían cubanos verdaderos. Y mas cuando las fuerzas de la tiranía se habían enterado e iban a proceder contra los principales conspiradores.

Gigante cuando libertaste a tus esclavos; esa acción refleja realmente tu pensamiento aunque plantearas en documentos de forma táctica esa rotura de cadenas, indispensable para ti por razones ideológicas, económicas, humanas. Imprescindible sumar hasta los más pequeños granos de arena con vistas a edificar la inmensa obra. Martí lo sintetizaría con posterioridad, precisamente cuando unía los pinos nuevos a los robles experimentados en pos del renacer de la guerra necesaria: "(...) la victoria está hecha de cesiones...". El Apóstol vio claro que los antagonismos en las filas mambisas llevaron más al Pacto del Zanjón que el sable hispano.


¡Cuánta ingratitud!

En orillas muy maculadas terminaron muchos de tus fustigadores: rajados, autonomistas, alabarderos de la fuerza interventora, hasta miembros de una cámara ignominiosa en la seudorrepública. Volvieron a intrigar y a poner vallas frente a la labor heroica, contrarios en teoría y práctica de Martí, sembraron de escepticismo y blandenguería los caminos, y no fueron capaces de responder de frente cuando el Maestro les pidió cuenta, o públicamente los retó.

Organizadores del brete anticespediano lo llevaron contra Maceo y resultaron capaces de insultar al General Antonio, llamarle hormiga anheladora de alas. El Titán les recordó cómo desde abajo, con sangre y sudor derramados, había ganado los ascensos, no caídos sobre las charreteras por posiciones económicas privilegiadas o ridículos títulos nobiliarios, oficiales hacedores de la guerra detrás de los archivos, de palabras fáciles y acciones raquíticas.

¡Cómo olvidar el 27 de octubre de 1873! La Cámara de Representantes te depone de tu cargo de Presidente de la República en Armas. Acatas. En cuanto permiten tu libre movimiento, escoges Cambute. Luego, confías más en San Lorenzo, Sierra Maestra. Alfabetizas a varios niños, enseñas el juego-ciencia, lo practicas.

Bien lejos están el bachillerato del Seminario de San Carlos; la culminación de los estudios de Derecho en Barcelona; las positivas influencias catalanas para tus afanes libertarios; el recorrido por Europa; Francia, Italia, Alemania, Turquía Inglaterra; el goce, a tu retorno, como actor, poeta, compositor, incluso secretario de la Sociedad Filarmónica, periodista, prologuista de libros, traductor de la obra de teoría ajedrecística de La Bourdannais, publicado gracias a ti en "El Redactor"; el bailar magnífico y cantar en las rejas de las bellas muchachas de tu patria chica: Bayamo, donde naciste el 18 de abril de 1819.

También, tus riquezas: ganado, varias estancias, el ingenio La Demajagua, basdo, sobre todo, en el trabajo asalariado, propiedades heridas por las persecuciones, los encarcelamientos, los destierros; ¡el 10 de Octubre!; el desastre inicial y la viril respuesta: ¡Aún quedamos doce hombres: bastan para hacer la independencia de Cuba!; la toma y el incendio de Bayamo; el himno de Perucho; la muerte de este; el sacrificio de Oscar; el hijo fallecido por hambre en la manigua; el fin de tu esposa; el nuevo enlace; el exilio, la familia; te han nacido en Nueva York dos mellizos recientemente: no los conocerás...

Todo lo recuerdas, ahora, en este bohío destartalado, piso de tierra, ropas y zapatos burdos, rotos, débil alimentación; sin escolta, sin apoyo, abandonado virtualmente... Y las fuerzas españolas acechando. ¡Ahí están...! 27 de febrero de 1874. Sobre ti, la tropa. Disparos. Respondes con tu revólver. Guardas la última bala para ti: no te capturan vivo. Aunque tu cadáver, rescatado por manos amigas de una tumba común entonces, reposa en el cementerio de Santa Ifigenia, no estás allí, ni has muerto. Guías, aconsejas, fortaleces nuestro honor con tu gran honor. Sigues siendo el Padre de la Patria.


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