Cuba

Una identità in movimento


El Ché lector

Joaquín G. Santana


Conversé más de una vez con Don Ernesto Guevara Lynch. También me iba a escucharlo, con alguna frecuencia, en sus charlas habaneras. Porque el padre del Che era el mejor biógrafo , sin duda, de su heróico descendiente. Aquel hombre había reconstruido, con paciente ternura, los grandes y pequeños detalles que hicieron del hijo un legendario personaje de la historia americana del siglo XX.

Hablar del Che (que así lo llamaba su progenitor) le devolvía la vida. Entonces Ernesto Guevara de la Serna (en la transparencia del recuerdo paterno) era, invariablemente, una presencia activa; un niño curioso que se asomaba al mundo ávido de conocer la historia pasada; el protagonista singular de una aventura, iniciada en la infancia, entre los muchos libros de la biblioteca hogareña. No en vano siempre insistía — Don Ernesto — en esa realidad de los primero! s años de Guevara, cuando el adolescente se encerraba a leer sin tregua ni descanso.

Un día le pedí a Hilda Gadea (la primera esposa del Che) que me hablara del tema. Su respuesta coincidió exactamente con la versión del padre. En Guatemala, donde se conocieron, "Ernesto" (que así lo llamaba mi colega peruana) le contó que, estando en Secundaria, descubrió el placer de la lectura.

Quiso beberse, agregó el Che en su testimonio, toda la cultura acumulada en la bien nutrida biblioteca familiar. Allí estaban los libros sin orden ni concierto, y él los fue leyendo uno tras otro. Junto a una novela de aventuras asumía la lectura de una tragedia griega, y poco después una obra marxista. La pasión de leer, como es sabido, nunca lo abandonó a lo largo de su complicada existencia.


De "La Ciudadela" al "Capital"

Muchas veces tuve el privilegio de escucharle a Hilda Gadea la anécdota del primer encuentro con "Ernesto". Ese día hablaron de un lib! ro ("La Ciudadela", de J. H. Cronin) que incidía en el tema de la Medicina, precisamente la profesión de Guevara. Después confirmaron que ambos habían leído, desde Tolstoi a Dostoyevsky, todas las novelas precursoras de la Revolución Rusa. En cuanto a cultura general llevaban recorrido un camino bastante parecido. Además de los clásicos y los modernos, gustaban de los libros de aventuras y especialmente de aquellos que narraban viajes interplanetarios.

Tiempo después (en una muy ajustada confesión sobre los años que compartió con Che), recordando siempre los días de Guatemala, Hilda deslizó este comentario:

"Nuestras discusiones recaían sobre "¿Qué hacer?" y "El imperialismo, última etapa del capitalismo" de Lenin , "El Antidurhing", "El Manifiesto Comunista", "El origen de la propiedad", "El Estado y la Familia" y otros trabajos de Marx y Engels, además "Del socialismo utópico al socialismo científico" obra de Engels y el estudio cumbre de Marx "El Capital".

Acostumbraban, Hilda y "Ernesto", a regalarse libros. A ella él le regaló (ya en México) "La piel" de Curzio Malaparte, "Huasipungo" de Jorge Icaza y "Mamita Yunai" de Carlos Fallas. Jean Paul Sartre se puso de moda por aquellos tiempos. Hilda había leido "El existencialismo es un humanismo" y "La edad de la razón". Pero recibió una sorpresa cuando "Ernesto", con lujo de detalles, le comentó otras obras, de este autor, en francés: "El muro", "El ser y la nada", "La náusea" y "Las manos sucias". Fiel a los acontecimientos de la primera mitad de los cincuenta, de la anterior centuria, Che leía, entonces, una y otra vez, "La historia oculta de la guerra de Corea" de Irving H. Stone.


La sorpresa de "If"

No es raro que este lector apasionado, muchos años después, recomendara en su libro "La guerra de guerrillas" la conveniencia de que, al marchar a las montañas para iniciar la lucha armada, "se lleve algún libro, intercambiable entre los miembros de! la guerrilla". Aconsejaba además la entrada en contacto con una selección de "buenas biografías de héroes del pasado, historias o geografías económicas (...) y algunas obras de carácter general que tiendan a elevar el nivel cultural... "

En ese mismo libro, ya clásico, Che proclama la necesidad de impulsar la lectura en todo momento. Sobre todo, la elección cuidadosa de libros útiles para que el guerrillero entre en conocimiento "del mundo de las letras y los grandes problemas nacionales" de su país de origen.

Lo anterior confirma la enorme vocación de lector que se había hecho consustancial en los hábitos de vida del Guerrillero Heróico. Su existencia era inseparable de los libros. Tenía, al mismo tiempo, una impresionante memoria de todo lo que leía. Hilda Gadea, por ejemplo, solía contar que, durante una breve enfermedad del Che, para animarlo le recitó los primeros versos de "If", el largo poema de Richard Kipling.

Sorprendentemente "Ernesto" continuó, de memoria, la recitación hasta el verso final.







11 de Diciembre del 2005




Página enviada por Froilán González y Adys M. Cupull Reyes (28 de septiembre de 2005)


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