Cuba

Una identità in movimento


Los chinos en Cuba

José Antonio Saco y López-Cisneros


En el artículo titulado "Estadística criminal de Cuba en 1862", hablé de chinos en Cuba. ¿Pero cómo y cuándo se introdujeron en ella? ¿Son libres o esclavos los introducidos, u ocupan una posición intermedia entre esas dos clases? ¿Existen esclavos en China o individuos que tengan con ellos alguna analogía en su condición social? La respuesta a estas preguntas está enlazada con la historia futura de Cuba y con la antigua de China.

Así como los primeros negros se introdujeron en Cuba para llenar el vacío que dejaba en los trabajos de la colonia la mortandad de los indios, así también en nuestros días se han importado chinos para suplir la insuficiencia de los negros, pues entrando éstos allí de algunos años acá en menor número que antes, y no bastando para las grandes necesidades de la isla, llamóse en auxilio a los hijos del celeste imperio. Formóse expediente, como es costumbre en España formarlo para todo, y según dijo el Sr. Ulloa, ex-director de Ultramar, en la sesión del Congreso de 10 de abril de 1863,

Lejos de acriminar yo la intención de los promovedores y primeros ejecutores de un proyecto que va llenando de chinos nuestra tierra, creo que procedieron de buena fe y movidos únicamente del deseo de fomentar la agricultura cubana. Pero este asunto, sencillo a primera vista, es muy grave en sus consecuencias, pues debe considerarse bajo de tres aspectos distintos, a saber: el de los intereses puramente materiales, el de la moral pública y el de los peligros políticos que encierra el porvenir. Por desgracia ni en Cuba ni en la metrópoli se atendió a más que a los intereses materiales, y sacrificando a éstos los morales y políticos, se ha complicado nuestra situación aumentándose los males con que hace algún tiempo nos amenaza la raza africana. Cuba empieza ya a sentir el veneno que en las costumbres públicas están derramando esos corrompidos asiáticos, y a seguir las cosas como van, no tardarán muchos años sin que se nuble nuestro horizonte y descargue alguna tempestad.

Los primeros chinos introducidos en Cuba en 1847, fueron los que en número de 600 contrató por vía de ensayo con un empresario particular la ya extinguida Junta de Fomento. No era libre su importación, y todo introductor necesitaba de un permiso especial del Jefe Superior de la isla. En 1852 concedióse uno tan extenso, que autorizaba llevar a ella 6000 chinos. La ordenanza provisional que regía en la materia fue abolida, cuando el real decreto de 22 de marzo de 1854 aprobó el reglamento formado para la introducción y régimen de los chinos en Cuba. La facultad de importarlos sólo se concedió por dos años, debiendo el introductor obtener previa licencia del gobierno y someterse a otras condiciones que se le imponían. Es de advertirse, que aquel reglamento no se le limitó a permitir la introducción de chinos, sino que se extendió a la de indios de Yucatán y colonos españoles; pero sucedió lo que era de esperar; sucedió que el espíritu de especulación, desatendiendo a éstos completamente, dirigió todos sus esfuerzos a la inmigración de aquéllos.

Continuó la introducción de chinos en los años posteriores; y tan lucrativo era el negocio, que en 1860 había ante el gobierno supremo 40 peticiones solicitando el privilegio de llevarlos a Cuba; una de ellas ofrecía al Tesoro público por la concesión, la suma considerable de 900 000 pesos. El Consejo de Estado rechazó esta proposición, y consultó que la introducción de chinos confiada hasta entonces a ciertas compañías, debía dejarse a la industria privada. Conformóse el gobierno con este dictamen, y de aquí nació el nuevo reglamento, que, revocando el de 22 de marzo de 1854 y todas las demás disposiciones anteriores, fue comunicado al Capitán General de Cuba por el real decreto de 7 de julio de 1860.

Cuando se compara la conducta del gobierno en la importación de los chinos con la que él siguió en otro tiempo en la introducción de los negros, se notan tres grandes diferencias.

  1. El gobierno nunca ha introducido de su cuenta chinos en Cuba; mas en cuanto a negros, él mismo los importó muchas veces, no sólo en aquella isla, sino en las demás colonias américo-hispanas. Esto hizo en los primeros tiempos de la conquista; esto en varios años posteriores, y esto también desde 1639 a 1662.

  2. El período de las previas licencias para introducir chinos ha sido de muy corta duración, pues habiendo empezado en 1847, año de la primera importación, cesó con el reglamento de 1860. No sucedió así con la importación de negros; y yo pudiera demostrar con documentos oficiales, que el sistema de previas licencias y de contratas privilegiadas, prevaleció por el largo espacio de tres centurias.

  3. Las licencias para introducir chinos siempre han sido gratuitas; mas las concedidas para los negros fueron siempre pagadas y bien pagadas. A los pocos años de haberse descubierto la América, el gobierno convirtió en objeto de lucro el tráfico de esclavos que en ella se empezaba a hacer. Estableció el sistema de vender licencias para introducirlos a razón de dos ducados por cabeza, y la primera cédula se despachó en 22 de julio de 1513. Con la necesidad de negros en América se fue aumentando su valor y con su valor creció el precio de cada licencia.

      "Pagaban por ella[1] a razón de 30 ducados por cabeza, y más 20 reales del derecho que llamaban de aduanilla, y los que no podían pagar en Sevilla al tiempo de despacharlos, se obligaban en lugar de 30 ducados en contado a pagar 40 en las Indias, y 30 reales por los 20 que llamaban de aduanilla... Y es de advertir, que estos derechos eran por lo tocante a la corona de Castilla, además de los cuales por lo que miraba a la de Portugal, se cobraba otro derecho, y también por la entrada en las Indias".

    De las licencias particulares se pasó a los asientos, y en los que se ajustaron de 1586 a 1631, los asentistas se comprometieron a pagar a la Real Hacienda por el privilegio concedido, 5 63 240 ducados, o sea casi 2 800 000 pesos fuertes.

    En los asientos celebrados de 1662 a 1713, el derecho más bajo que debía pagarse al gobierno por cada negro introducido, era de 33 l/3 pesos; mientras que hubo caso en que subió a ll2 1/2 pesos y aun a más. Yo soy tan enemigo del tráfico de negros como del de chinos; pero ya que éste existe, prefiero verlo libre de todo tributo, pues el que se impusiera por cada chino que entrase en Cuba, agravaría la situación del hacendado y de las demás personas que los tomasen.

    Aunque incompleto, tengo un estado de las importaciones anuales de chinos en Cuba; pero habiéndoseme traspapelado, no puedo hacer ahora uso de él. Limitaréme pues a decir, que en los siete años, de 1853 a 1859, se introdujeron 42 501 chinos, y que éstos no figuraron en el censo que se hizo en enero de 1861, sino por 34 825, de cuyo número solamente hubo 57 mujeres. No es extraño que éstas fuesen tan pocas, aunque es permitida la introducción de familias chinas, porque no teniendo las mujeres, y particularmente los niños, la aptitud para el trabajo que los hombres y los muchachos de corta edad, no hallan colocación en Cuba; y empresario que a ella los llevase sufriría un gran quebranto. ¡Quiera Dios que este estado sea por siempre durable, porque si la importación de esas familias llegara a ser lucrativa, Cuba se convertiría en una pequeña China!

    He dicho que el censo de 1861 presentó 34 825 chinos. Corto es este número comparado con el que habrá en los años venideros; pero así corto ¿no se ven ya estallar insurrecciones en muchos ingenios, acompañadas de sangre y de muerte? ¿No han difundido a veces la alarma en los campos, temiéndose que se levanten en todo un distrito? De los temores que hubo en el de Cárdenas, testigo fui cuando en enero de 1861 recibía yo del Sr. D. Domingo Aldama una honrosa hospitalidad en su ingenio Santa Rosa. Y si esto acontece hoy, ¿qué no será cuando el torrente de la inmigración los acumule en aquella isla en número formidable?

    Si las cosas siguen como van, es seguro que los chinos se aumentarán rápidamente. El tráfico de negros, sobre ser ilegal encuentra cada día nuevos obstáculos, así dentro como fuera de Cuba. El de los chinos al contrario, es lícito y libre, y tan exento está de cruceros como de la intervención y reclamaciones de los gobiernos extranjeros. En estas circunstancias, y exigiendo el desarrollo de la agricultura y de otros trabajos cubanos un incremento considerable de brazos, es claro que Cuba los pedirá de preferencia a la China, cuya inmensa población se los proporcionará a precios relativamente más baratos que otros países. Nada, pues, exagero al decir, bajo la perspectiva que se presenta, que la actual generación podrá encontrarse en breves años con 200 000 o más chinos, no compuestos de mujeres, niños ni ancianos, sino de hombres jóvenes y robustos en su inmensa mayoría, y dispuestos ya por sí, ya por ajeno impulso, a acometer las empresas más funestas y criminales contra Cuba.

    Si los chinos que van entrando fuesen también saliendo al paso que cumplen sus contratas, los peligros no serían tan inminentes; pero su exportación de la isla, lejos de ser obligatoria, depende enteramente de su voluntad; y el único caso en que se les puede compeler, es una eventualidad tan remota, que yo no sé si se ha realizado aún una sola vez. Entrarán, pues, y seguirán entrando chinos a millares y millares; y cuando nuestra tierra se halle henchida de ellos, ¿podremos gloriarnos de haber asegurado nosotros y nuestros hijos los materiales intereses en pos de los cuales habremos corrido con tanto afán? ¿No bastan ya los inmensos peligros de la raza africana, para que también los aumentemos con los de otra todavía más perniciosa?

    En un informe que a nombre de un opulento hacendado extendí en La Habana en junio de 1861 sobre el proyecto de introducción de colonos africanos en Cuba, dije lo que ahora trascribo:

      "Si la raza africana ha comprometido en estos últimos tiempos el feliz porvenir de Cuba, la raza china, que se ha comenzado a introducir, complica más nuestra situación, pues que en vez de dos razas inconciliables que antes teníamos, ahora viene a juntarse una tercera parte que no puede amalgamarse con ninguna de las dos, por ser del todo diferente en su lengua y su color, en sus ideas y sentimientos, en sus usos y costumbres, y en sus opiniones religiosas".

    Política muy aventurada es la que se empeñe en mantener la tranquilidad de Cuba introduciendo varias razas y contraponiendo unas a otras. Este equilibrio no puede ser de larga duración, y por más esfuerzos que se hagan por mantenerlo, día vendrá en que forzosamente se rompa, ora juntándose todas las razas contra los blancos, ora dividiéndose entre sí y auxiliando a alguna de ellas o haciéndose mutua guerra. Nunca se olvide que al negro esclavo se le incitará a la revolución ofreciéndole la libertad, y que al negro libre y al asiático se les convidará con los mismos derechos que disfruta el blanco. En nuestra peligrosa situación, vale más una prosperidad lenta, pero segura, con brazos blancos, que no un rápido engrandecimiento con negros y con chinos, para caer después en la sima insondable que ya se abre a nuestros pies.

    Esto se dijo en aquel informe en 1861. ¿Pero es fácil que Cuba se resigne a entrar por esa nueva senda? Ella forzó desmesuradamente su producción desde fines del pasado siglo; y la forzó no con brazos de su propio suelo, sino con ajenos, introducidos del continente africano. ¿Continuará importándolos para satisfacer con ellos todas sus necesidades? Esto sería su perdición. ¿Pediralos y recibiralos exclusivamente de China? Su ruina futura sería inevitable. ¿Volverá la vista a Europa para que ella le envíe sus labradores y artesanos? He aquí su única salvación. ¿Pero cómo inducirlos a que emigren bajo el peso de las instituciones que rigen a Cuba? Aquí se presenta con toda su fuerza la cuestión de libertad, esa cuestión pendiente de tantos años ha, y que nunca se resuelve. Repítense las promesas, caen y se levantan los partidos, suben y bajan ministerios, y Cuba siempre sumisa sigue arrastrando su cadena. Llámasenos hermanos; pero esta dulce palabra que pronuncian todos los labios, los hechos la desmienten. Cuba tiene derecho a pedir su libertad, no una libertad de embuste o de aparato, sino una libertad franca, verdadera y digna del pueblo que la recibe. Entonces, y sólo entonces, Cuba hallará remedio a los profundos males que la aquejan; y entonces, y sólo entonces, restablecida la unidad en los principios y en los hechos, se podrá decir sin mentira que España es Cuba y que Cuba es España.


        Nota

          1. D. José Veitía Linage, del consejo de S. M. y juez oficial de la real Audiencia de la Casa de la Contratación de las Indias, en el lib. 10., cap. 35 de su obra, Norte de la Contratación de las Indias Occidentales, impresa en Sevilla en 1672.



Publicado en La América, Madrid, 12 de febrero de 1864


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