Cuba

Una identità in movimento


Corridas de toros en La Habana colonial

Ada Oramas


Quitrines y volantes se dirigen hacia la plaza de toros y se detienen en la calle Belascoaín, en el terreno que hoy ocupa el Hospital Hermanos Ameijeiras de la capital cubana. Los carteles que anuncian la corrida de aquella tarde de 1866 informan que se lidiarán seis toros a muerte.

Para garantizar la emoción, el aviso expresa que se aplicarán banderillas de fuego a los toros que no demuestren coraje. La concurrencia es básicamente masculina. Sólo algunas mujeres de la rancia aristocracia española o criolla ocupan asientos en los palcos.

Desde allí pueden escucharse los bramidos y bufidos de los toros. Dan una señal y comienza el espectáculo Entran al ruedo todos los que forman parte de la corrida, la cual encabeza el alguacil montado a caballo, quien lleva en alto la llave del toril. Seguidamente, desfilan los picadores y los banderilleros.

Un momento de expectación provocan las figuras centrales: los matadores o espadas, generalmente muy conocidos por sus hazañas en la arena española. Como colofón, tres mulas enjaezadas con telas de vistosos colores, campanillas, flecos y borlas, guiadas por los muleteros.

Las mulas arrastrarán a los toros muertos fuera del ruedo. Entra el animal a la arena y el público lo saluda con gritos y silbidos.

Los banderilleros llaman su atención con capotes rojos y, cuando aquel se enfurece, salen a escape.

El picador pincha el toro con la punta de la pica. Este rejuego se repite una y otra vez. Jinete y caballo caen al suelo. El público vocifera: !caballo, caballo, caballo! Los espectadores reclaman acción, pues el toro no muestra el coraje que requiere el morbo de los asistentes.

Es entonces cuando los banderilleros portan unas banderillas especiales con unos petardos incorporados, los cuales estallan al ser clavados en la cabeza de la bestia. La llama y el humo que produce aterrorizan al animal Cuando el alguacil considera llegado el momento culminante de la corrida, da la señal.

El clarín anuncia la entrada del matador, quien lleva en su mano izquierda el capote rojo y en la derecha una hoja de acero que brilla al sol, como su traje de luces.

Y jura ante el público que matará la fiera de la primera estocada. El toro parece esperar: mira al espada, al público, a la arena. El matador lo provoca con su capote rojo y los banderilleros le obligan a mantenerse en el centro del ruedo. El torero da un pase ágil y el toro pasa por debajo de la capa.

El público grita: !Olé! Por fin, el filo de la hoja atraviesa al voluminoso cuadrúpedo, que se desploma, mientras la sangre borbotea y va oscureciendo el terreno. En la jornada de esa tarde, cinco de los toros fueron liquidados de muerte y el sexto, de capeo por la cuadrilla.

Luego, las damas y caballeros salen de la plaza con gran pompa y ascienden despaciosamente a los carruajes que los esperaban cerca de la entrada. Los caleseros enfilan hacia la vieja ciudad amurallada.

Y los faroleros empiezan a encender de luces vacilantes las calles de La Habana colonial.





Fuente: Radio Cadena Agramonte, Camagüey
http://www.cadenagramonte.cubaweb.cu/curiosidades/corrida_de_toros.asp