Cuba

Una identità in movimento


Cuentos de Mario Quiroga Fernández

Mario Quiroga Fernández


Luz propria

No hay deuda mayor, que la de no tener luz propia… mientras caminaba por la ancha avenida, un sinfín de pensamientos me acompañaban… en ocasiones sentía que estaba en un desierto donde solo habitábamos ella y yo.

La luna, sabia consejera del amor y dueña de nuestro descanso, lo observaba todo, sin duda algo real y misterioso se ocultaba detrás de su brillo, a cada rato me fijaba en un punto de ella y mi imaginación dibujaba figuras geométricas que siempre significaban algo, mi pensamiento combinaba los reflejos de mi interior con el éxtasis de la dueña de la noche, hasta dialogamos y pude sonreír.

De pronto, vi llegar una nube que la cubría lentamente, ella me invitaba a retirarme a casa y en su límite, que apenas distinguía, vi cuatro letras:

    Amor

Era su mensaje, ¿qué más podía querer yo de esta noche?


El milagro

Los deseos de vivir bajo circunstancias tan difíciles le daban fuerza para seguir el camino. Una penosa enfermedad lo acompañaba, dificultando su movilidad de manera progresiva, sin embargo, su sonrisa aumentaba de tono día tras día, trayendo luz a los que lo rodeaban.

A pesar de la tragedia que lo acechaba, un carácter firme y una franqueza increíble lo convertían en un adolescente digno de admirar. Le faltaban seis meses para cumplir los dieciséis. Su fe lo hacía vivir intensamente cada minuto de la vida. Su mayor juguete era la computadora, donde pasaba horas de entretenimiento jugando béisbol, fútbol, baloncesto, viviendo virtualmente lo que otros podían disfrutar en el mundo real. Era capaz de desarrollar una auténtica destreza solo con un dedito de su mano.

Estuvo en la escuela hasta noveno grado y ahora se encontraba viviendo con su padre. Vivían rentados en un apartamentito, sus vidas se unían cada día más. Los que lo veían conversando tranquilos en las tardes en el pequeño portal, se preguntaban: ¿Serán realmente tan felices como aparentan? ¿Se puede disimular tanto sufrimiento, o el valor y el amor logran imponerse, tornando tales problemas en pequeñeces?

Su padre, aunque disfrutaba mucho su compañía, no podía dejar de preguntarse en ocasiones: "¿Cómo no protesta? ¿Cómo logra ser tan alegre, tan dulce en el trato, incluso a los extraños que lo miran con curiosidad y le hacen preguntas indiscretas? ¿Es posible reír sintiéndose atado de pies y manos?"... Pero al volver la vista a Michael y ver su mirada de confianza, no podía dejar de sentirse orgulloso de él. "La verdad es que Dios reparte bienes y desgracias, pero nos dio a todos nuestras defensas, muchos jóvenes sin problemas de salud no tienen una determinación tan fuerte ni una personalidad tan definida como él, ni siquiera esa sonrisa que sale del alma".


Hoy se celebra la víspera del día de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, protectora de los niños, las parturientas y los amantes. En casa de Lucila, la abuela de Michael, están preparando una fiesta... Todo es debido a un sueño que ella tuvo, donde la virgencita se le apareció y le dijo: "No dejes pasar por alto mi día, reúne la familia y amigos y celebren desde la víspera; algo importante va a ocurrir".

Lucila lo tomó bien en serio y puso en función a su esposo Luciano, hombre de más de sesenta años, muy trabajador y organizado, y a sus hijos: Rey, el pescador; Tony, el escritor; el mayor, Alexander, el artesano y Susana, la hija preferida de Lucila, joven de talento y soñadora, tan bella que pudo ser actriz. Pusieron su granito de arena Ángel, esposo de Susana, hombre de principios adquiridos desde la cuna; Magali, la esposa de Rey, siempre dispuesta a hacer maravillas en la cocina, y los amigos: Alejandro, medico neurólogo, que además se buscaba la vida manejando un taxi en sus horas libres y hasta cocinando por encargo; Ramón, cirujano y amigo de la familia, con su novia Idalia; los suegros de Tony, y Estela, poeta y estudiante de magia, quien desde que conoció a Michael en un encuentro casual, le había tomado un sincero afecto y le traía juegos para su computadora, empecinándose además en enseñarle a mover objetos con la voluntad.

Todo muy bien preparado, platillos especiales y cócteles para el brindis, una buena selección de música y felizmente, hasta una mesa de dominó. Michael, muy feliz, estrenaba un traje deportivo nuevo y se sentía a sus anchas. No es menos cierto que siendo un adolescente su rostro varonil y su tez morena daban al chico un toque de buen mozo. Su silla estaba bien cargadita en baterías, para poder moverse a su antojo; su mente, como siempre, despierta... podía hacer juego de malabares con su inteligencia.

Elpidio, un vecino, ayudó a cargarlo hasta el segundo piso donde vivía su abuela, a una cuadra de la casita rentada. Desde que Michael se mudó a vivir con su padre, él y Elpidio se hicieron buenos amigos y gustaban de conversar y reír. Estaba rodeado de personas que lo amaban. ¡Con tanto amor no hay dudas que sientes mover tus pies y manos, y el corazón se llena de ilusiones!

    — Hola Michael, recibe a través mío un beso de todos los presentes, la fiesta es tuya — se acercó su abuela y lo acarició — ¡Te ves precioso! ¿Cómo te sientes?

    — Estoy bien abuela — respondió con tono seguro, mostrando su ecuanimidad de siempre.

Su padre sonrió en silencio, Michael era un auténtico ser humano, a muchos le gustaría tenerlo aunque fuera de amigo, y él tenía la suerte de compartir con él toda una vida... Cuando hace apenas una semana, él se había sentido deprimido, no podía olvidar que fue el ánimo comunicado por su hijo quien lo hizo salir adelante.

Algunos probaban los platillos, otros se daban un sorbo de ron, se respiraba un ambiente festivo, se tiraban fotos de parejas, grupos y algunas improvisadas al calor del momento... Michael observaba a todos, sonriendo a los que pasaban por su lado y le palmeaban la espalda o le acariciaban el pelo, pero a mitad de la noche se le comenzó a notar algo triste, apagado; su padre, que no lo perdía de vista, se le acercó.

    — ¿Qué te pasa? ¿Por qué te has puesto serio de pronto?

    — Es que quiero jugar dominó — lo cierto es que el muchacho lo había pedido desde el inicio, pero con el calor del juego no se dieron cuenta que su turno demoraba demasiado.

    — Es cierto, ¿por qué no me lo recordaste? Vamos, te llevaré a la mesa.

Michael se alegró al instante y se sentó a jugar, movía las fichas con dificultad, pero sus movimientos eran los correctos, dejando sorprendidos a los jugadores más expertos del grupo.

Los que no jugaban dominó, conversaban o bailaban, al calor de la noche habanera, la música hacía correr el sudor a la par de la alegría. Todos esperaban con ansia las doce campanadas del reloj que adornaba la sala de Lucila, hora de pedir los deseos a la virgencita. ¡Había tantas cosas que deseaban ver hechas realidad! Cada uno, a pesar de tanta actividad, estaba sumido en sus pensamientos:

Rey, desde la mesa de domino, pedía mejorar su salud, a pesar de verse sano como un tronco tenía la mala suerte de pescar los catarros más difíciles, pero era un hombre sencillo y feliz; Tony, muy pegado a su jovencísima esposa, que tenía seis meses de embarazo, ansiaba que nada lo separara de su nueva familia, a la que soñaba ver unida y feliz; ella rezaba por tener un parto fácil y traer al mundo un bebé saludable; Magali suspiraba por que "algo" hiciera cambiar la dieta que hacía el esposo desde que le dictaminador una enfermedad de la vesícula, "sumada a tener premios Guiness por hipocondríaco", lo cierto es que no coincidían en las comidas: él, todo hervido y ella, todo frito; esto los apartaba un poco, pues antes cenar era una fiesta y a ella le encantaba cocinarle asados con mucha salsa, que ahora él no podía ni oler y ella tenía que degustar a solas.

El médico Alejandro, excelente conversador, sufría al ver que la virgen y la espera de la media noche lo habían apartado de ser el centro de la conversación, él solo deseaba que pasara el momento y poder retomar la batuta con sus historias y sus chistes; su esposa Claudia un ángel incapaz de matar una mosca, joven abogada de gran corazón, pedía una larga vida pacífica para su bebé de dos meses, niño hermoso con cara de futuro guerrero — le habían puesto Atila Napoleón, no se sabe si porque el padre era aficionado a la historia, si por hacer uno de sus chistes, o porque había tomado demasiado whiskey para celebrar —; Susana estaba tan preocupada por asuntos de trabajo — al día siguiente tenía una importante reunión con unos delegados de China — que solo podía rogar que todo le saliera bien en los negocios. Su esposo dormía en una butaca, así que no se sabe qué hubiera pedido, pero no por gusto eran una excelente pareja. Estela pediría tener una casita frente al mar, para poder llevar a tomar café por las tardes a Alexander y a Michael y disfrutar de su compañía mientras lanzaba conjuros a la puesta de sol. Alexander, aunque no lo decía, estaba pidiendo la realización de un milagro, algo que él y los médicos sabían que no se podía obtener, ni siquiera con el auxilio de la fe.

La música salsa tenía a todos haciendo veinte movimientos, a los que se sumaba la algarabía de las fichas. Lucila hacía anécdotas conocidas por los oyentes, contaba como hizo pudín para vender y croquetas de "ave-rigua qué invento para echarles adentro", para alimentar a sus hijos en los períodos más difíciles, terminando siempre las historias con la afirmación de que era una gran madre, lo cual no era menos cierto, solo que todos conocían la versión. Su esposo Luciano ayudaba en lo que podía, mientras Lucila decía que lo hacía "para poderla mantener contenta y esconder sus aventuras"... De ellos dos, nadie sabe qué deseaban pedir a la virgen; tal vez ella que todos se olvidaran de sus historias para poder volverlas a contar, y él, que ella dejara de celarlo como si fuera un joven, cosas de familia.

Acababan de pasar los dos una dura etapa donde enfermaron de hepatitis, de la cual aún se estaban recuperando. Lucila decía que todo era culpa de la llegada de unos pajaritos preciosos en su jaula, porque la persona que los regaló, "los había cargado con brujerías". Para sacar los malos vientos, tiraba hielo en la puerta, se echaba cascarilla de huevo por encima, santiguaba la casa con ramas de Paraíso y ya por último leía mucho la Biblia. Cada vez que le pasaba algo, abría una página al azar y decía: "¡Esto es! ¡Aquí lo dice!" Pero a sus años, después de tantos sufrimientos, que más se le podía pedir que siempre pensar en su familia.

Michael era capaz de saber quién lo quería y quién se olvidaba de él, tenía una especie de sexto sentido para captar a las personas y cuando entregaba su afecto, era como una bendición. Él, con su intuición especial, adivinaba el deseo oculto dentro de cada uno de los presentes. Esa noche era muy especial para él, veía reunidos a su familia, amigos, y hasta ganó cuatro partidos de dominó, era realmente el protagonista de la fiesta.

Faltando unos minutos para las doce, se encendieron las velas y los inciensos debajo de la imagen de la virgen, que parecía mirarlos con amor, haciendo crecer la fe que todos tenían en ella.

Michael, muy cerca de las velas, miraba intensamente. ¿Qué pediría el joven? Nadie lo sabía, aunque él no ignoraba que su padre sin dudas pediría por él con toda la fuerza de su corazón y todos los presentes lo harían también, de un modo u otro.

Dieron las doce y el silencio se apoderó del salón, los reunidos por el amor y la amistad pidieron sus deseos... el momento había pasado, la celebración había concluido. Pero Alexander tenía una duda. Se acercó a su hijo, lo besó y le dijo:

    — ¿Qué pediste a la virgencita?

    — ¿Yo? — dijo el joven sorprendido, mirando a los ojos de su padre, como si éste tuviera que adivinar la respuesta.

    — ¡Le pediste algo! ¿O no fue así? - insistió él.

    — Sí, papi... le pedí por ti, por mi abuelita, por la felicidad de mi familia y mis amigos...

    — Pero, ¿qué pediste para ti?

    — Nada, estando bien ustedes, yo lo estaré.

Alexander, impresionado, se dio cuenta de que el milagro se había realizado. Su hijo era un as de oro. Día a día aprendía de él, la experiencia aquí no contaba. Las palabras de Michael confirmaban lo dicho hace unos años por una gitana: "Es un hijo de Dios, todo lo puede. Tu hijo sufrirá por los demás, no por él. Su suerte está echada, su corazón está tan lleno de amor al prójimo, que no hay lugar para su propio dolor, su misión es enseñar a los demás a comportarse en los momentos más difíciles y alejar en silencio la tristeza. Fue enviado al mundo con un destino y lo cumple cabalmente, eres muy afortunado por tenerlo".

Se sintió de pronto aliviado de un gran peso, en aquel entonces se había molestado al no tener la respuesta esperada, pero ahora comprendía que se va a escuchar las palabras que se necesitan, no las que se quieren oír; él también cumplía entregando amor incondicional y apoyo a su hijo. Se lograba una combinación perfecta, una entrega de pasión espiritual, de lealtad hasta las últimas consecuencias.

Michael seguiría sonriendo hasta que Dios lo determinara, porque su destino estaba más allá de los deseos de los humanos, y su libertad de conciencia lo hacía ser feliz... ¿Qué más podía ofrecer la virgen?


Triunfo

Estrellas volando sobre mi cabeza, rayos de luz bordeaban mi cuerpo, regreso a casa después de una noche de placer, sintiendo energía positiva, como un niño que comienza a caminar. Tormentosa noche, un diluvio de rosas cayo sobre mí, amor desenfrenado... ¡Gracias, Dios!, decía en voz alta mientras tarareaba canciones de la época prodigiosa. Me sentía muy hombre y muy humano, quizás realizado en lo que consideraba más importante de la vida: ser rey de la pasión, aunque fuera solo por un instante... es tan necesario.

Me esperaba en casa mi gran compañera, ella si conocía de mí, solo su olfato pudo descubrir en mi olor el perfume de la noche y ver en mis ojos el brillo nuevo. Me detuve, la miré y sonreí para dejarle saber cuán bien me siento.

Me preparé un café y noté como disfrutaba cada instante del amanecer. No era igual a los demás, como si algo hubiera cambiado, un hechizo de fuego, una gota del manantial de tierra santa, mi mente y reflejos se desplazaban a una velocidad increíble, todo a la perfección, una maquinaria lista para nuevos cambios... Todo porque tuve mi primer orgasmo compartido, que más podía pedir.

Mi fiel amiga me recostaba su cabecita en mis piernas, ella estaba feliz, su cola negra no dejaba de batir como bandera en castillo triunfador… éramos dos para festejar el nuevo día.


Solo para tres

Una noche fría, pocas estrellas y una luna llena se reflejaban en el cielo oscuro, donde todos miramos alguna vez. En el pequeño pueblo de Arroyo, en una casita con techo de dos aguas y cerca pintada de verde, viven Andrés y Aurora, con su niña Angie.

La cena había terminado y Aurora fregaba la losa, mientras Andrés fumaba su tabaco en su sillón, en la terraza interior que tenía una vista preciosa: una arboleda que rodeaba la pequeña finca. La niña jugaba en el suelo con sus muñequitas de trapo, eran inseparables y formaban parte de sus sueños.

Andrés por todo discutía, inclusive maltrataba a su esposa, mujer de campo, pobre pero muy limpia y hermosa. Ella le dedicaba mucho tiempo a su familia. Cuando esto sucedía, como esta noche, la niña se estremecía mirando al padre con temor.

    — Pero, ¿crees que terminaste? ¡si no le has dado una vuelta a los animales!... y veo el piso sucio.

    — Andrés, por favor, la niña está presente, le damos muy mal ejemplo. Por otro lado, estoy agotada, déjame estirar un poco las piernas.

    — Pues debes aprender que una mujer casada no puede descansar. Y fíjate, trata de no protestar más o te irás a casa de tu madre, donde te morirás de hambre.

    — Bien, como digas, le pasaré la frazada a la casa y revisaré los animales.

    — Como que es tu deber... yo voy acostarme y no me molestes, sabes lo cansado que estoy.

Ella, obedientemente, realizó el trabajo, acompañó a la niña a su camita, que antes del beso de despedida le preguntó:

    — Mamá, ¿por que Papá te trata así?

    — No te preocupes mi amor, él esta cansado, pero es bueno y te quiere. No pienses más en eso, un beso y felices sueños.

La niña, abrazada a sus muñequitas de trapo, buscaría en sueños una mejor vida. Aurora la besó, sintiendo un escalofrío en su interior, como casi todas las noches.

Al amanecer en Arroyo se respiraba un aire puro con un aroma inconfundible, como todos los días la esposa se preparaba para despertar al hombre con una taza de café. La niña se preparaba para la escuela y sus ojitos brillaban.

    — Andrés, tu café.

    — Ya voy mujer, ¿qué hora es?

    — Las siete.

    — Ponlo en la mesita.

    — Ya voy. Hoy el día está bello, Andrés.

    — ¿No me digas? ¿Qué lo diferencia de los demás?

    — En que pudiera ser el comienzo de una nueva vida... quisiera que fuéramos felices con nuestra hija.

    — ¡No me vengas con eso ahora! ¿Acaso ella no tiene ropa y zapatos? Dile que su padre trabaja mucho para que tengan comida.

    — Lo sé, pero debe haber algo más que eso, tal vez dedicarnos tiempo.

    — ¿Pero qué te pasa hoy? ¿Qué más tiempo, si vivimos juntos y nos vemos la cara a diario?

El rostro de Aurora reflejó una vez más su tristeza, mientras la niña perdía un poco la alegría que le había nacido con el nuevo día... con ocho años se comprende más de lo que muchos imaginan.

Ya todos ocupaban su lugar: Andrés se iba al trabajo, Angie iba a su escuelita, apenas a veinte metros de la casa y Aurora comenzaba las faenas de lo que sería un largo día.

A pesar de todo, un rayo de alegría iluminaba a esta joven, quizás el sol la acompañaba con sus destellos, al ratito ella rociaba el jardín, lo primero que hacía cada día, y saludaba amablemente a todos los conocidos que pasaban frente a la casa. Odel, un vecino muy cercano, un joven apuesto, alto como su padre, siempre con respeto le comentaba al pasar:

    — Buenos días, hoy estas más hermosa que nunca.

Acostumbrada a escuchar sus palabras, sonreía, pero esta mañana, pasó algo especial.

    — Aurora, yo no sé... ¿por qué soportas esta vida? Es injusto como te trata Andrés, todos lo saben.

Ella quedó muy impresionada, era la primera vez que Odel se atrevía a decir algo así. Mirándolo fijamente, le expresó.

    — Odel, recuerda que te aprecio, pero yo estoy casada y sé mis obligaciones.

    — ¿Es que no te das cuenta que la vida te puede dar oportunidades? Estás como ciega...

Ella miró al joven y sintió su mirada profunda y llena de amor.

    — No tomaré en cuenta lo que dices. Ve, que llegarás tarde a tu trabajo.

    — Pero, Aurora, ¿no te das cuenta que te amo y te valoro?... Por Dios.

    — Adiós, Odel.

Entró a la casa, sintiendo palpitar su corazón como nunca... ¿te amo? ¿te valoro?... ¿es posible que alguien dijera frases tan hermosas, dedicadas a una mujer tan sencilla como ella?

Salió al patio y se sentó en una hamaca entre dos árboles. Se sentía muy nerviosa, miraba a su alrededor como si estuviera dudando de la realidad.

Al sentir el cantar de los gallos, Andrés despertó muy alterado y abrazó fuerte a su Aurora. Ella, asustada, preguntó.

    — ¿Qué pasa amor?

    — He tenido un sueño terrible, que yo era un hombre cruel.

    — Pero no lo eres, mi vida.

    — Vamos a ver a Angie, ven.

Fueron a la habitación de la niña, que ya frotaba sus ojitos y la besó.

    — Ven, Aurora, a nuestro lado.

Aurora muy sorprendida, se sentó a su lado. Andrés le preguntó.

    Amor, ¿conoces algún Odel en el pueblo?

Ella, categórica, respondió.

    — No, ¿por qué lo dices?

    — Solo por curiosidad.

    — Quiero que esta tarde salgamos los tres, andaremos muy juntos, como una familia que se ama.

    — ¿Te parece?

    — Pues sí.

Angie saltó a los brazos de su padre con su acostumbrada sonrisa.

Mientras, Andrés repasó en su memoria todos los hombres que recordó de Arroyo, ninguno se llamaba Odel. Todo fue un sueño, pero hasta de las pesadillas se aprende: cuide usted mucho lo que ama, si no aprecia lo que tiene, puede perderlo; siempre hay un Odel custodiando la posible infelicidad de los demás.



Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

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