Cuba

Una identità in movimento


La nueva mirada de la historiografía cubana

Mildred de la Torre Molina


La reciente publicación en Cuba de la obra de Howard Zinn titulada La otra historia (Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 2004) y presentada, una vez más, en la Feria del libro en febrero del presente año, hace pensar, entre numerosas cuestiones, en la necesidad de que se intensifiquen los estudios sobre la historia de los pueblos, de los sectores y clases sociales y demás aspectos temáticos soslayados por la historiografía tradicional

Tal vez, a escala local e internacional, en congresos o eventos, los historiadores deban discutir en torno a la aplicación de los conceptos de tradicionalidad o modernidad en la historiografía en tanto, no pocas veces, son indiscriminadamente aplicados en el momento de valorar el quehacer historiográfico actual.

Algunas autores abordan el tema de la otra historia, entendida esta como la historia de los pueblos o de las masas populares bajo una óptica tradicional aunque sus propósitos sean los de la justicia y el progreso social. El positivismo puede ser el método empleado para denunciar o llamar la atención sobre los grandes problemas históricos que han aquejado y aquejan a los pueblos

Bajo ese mismo método historiográfico se puede presentar toda la documentación necesaria para evidenciar las condicionantes y el contenido de las relaciones históricas de los gobiernos y de las instituciones, del estado y del sistema político en su conjunto, de la cultura, del movimiento de las ideas elitistas o no, de las tendencias y de las acciones concretas de los sectores populares para modificar o mejorar sus estatus de vida.

Las obras publicadas en Cuba antes y después del triunfo revolucionario de 1959, referidas a lo que comúnmente se entiende como la otra historia presentaron, con más o menos dosis, una interesante combinación de positivismo tradicional e izquierdista. De ello dan fe las obras de Ramiro Guerra, José Luciano Franco, Juan Pérez de la Riva, Pedro Deschamps, Emilio Roig, Fernando Portuondo y José Rivero Muñiz entre otros.

Como estudios propiamente marxistas, sin exclusiones positivistas, aunque en menor cuantía, pueden ser considerados los de Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, Raúl Cepero Bonilla y Sergio Aguirre. Tanto unos como otros se sumergieron en el amplio espectro de las historias sociales, económicas y políticas. A excepción de Aguirre, cuya mayor motivación fue la de la interpretación, los restantes, junto a los primeramente mencionados, dejaron una sustancioso legado investigativo, basado en fuentes primarias, imprescindible para cualquier empeño epistemológico presente y futuro.

La revolución cubana propició, por su carácter esencialmente popular, la emersión de nuevos estudios sobre la otra historia. No solo se inspiró en la necesidad de responder, con nuevas creaciones, a la precedente historiografía tradicional cuyos enfoques, motivaciones y contenidos justificaban la existencia de la república neocolonial y se enfrentaba a las posiciones patrióticas de lo que bien pudiera llamarse la historiografía de resistencia, sino también en el carácter profundamente patriótico de la revolución cubana. Esta es herencia y ruptura en tanto es continuación y parte del movimiento de liberación nacional y su triunfo constituyó una ruptura radical con el estatus neocolonial.

Ello no desmiente, por supuesto, que dentro de la historiografía tradicional existan valores patrióticos o que los mismos se hayan producido muy a pesar de las intenciones con que fue concebida. Los textos de Herminio Portell Vilá, por ejemplo, concebidos para propiciar la anexión de Cuba hacia los Estados Unidos y para justificar su política expansionista, despiertan sentimientos desfavorables a sus propósitos y permiten sustentar las posiciones antiimperialistas e independentistas de la mayoría de los cubanos de entonces y de ahora. Otros ejemplos, referidos al patriotismo nacionalista, los encontramos en Roberto Agramonte, Emeterio Santovenia, José M. Pérez Cabrera. Juan J. Remos, Diego González y otros cuyas valoraciones sobre el protagonismo intelectual y político mambí son imprescindibles para cualquier indagación sobre el tema. A su forma y manera también fueron portadores de pensamientos y estremecimientos patrióticos.

La otra historia ha ido desarrollándose paulatina y progresivamente en Cuba. Los estudios parciales sobre los procesos políticos populares y revolucionarios y los relativos al protagonismo político social junto a los fenómenos globales inherentes a la esclavitud y al capitalismo constituyen los temas abordados por los historiadores de Cuba después de la revolución. Salvo las monografías de Julio Le Riverend y Ramiro Guerra no hubo, antes de 1959, resultados científicos referidos a los asuntos anteriormente señalados. La esclavitud, como sistema social, ha sido abordada por un grupo considerable de historiadores profesionalmente formado después de 1959. Carmen Barcia, Gloria García, Leyda Oquendo, Gabino La Rosa, Arturo Soreghi, Mercedes García, Fe iglesias, Olga Portuondo, Orlando García, Oilda Hevia son, entre otros, protagonistas de ese nuevo quehacer historiográfico.

Ello es indicativo del interés de los centros de investigación y de la enseñanza superior por patrocinar las investigaciones relacionadas directamente con los procesos formacionales de la nacionalidad cubana y de las motivaciones investigativas de los historiadores del patio por dilucidar el complejo mundo de las relaciones sociales dentro del complejo y multifacético universo de la más horrible y despiadada sociedad vivida por el género humano. Las interioridades investigadas comprenden las relaciones económicas y sociales, los movimientos políticos, las rebeldías, el sistema de vida, las mentalidades, la ideología y la familia. Hay, en todas ellas, sustratos e ingredientes propios de la otra historia. Aspectos que se corresponden con los intereses de los historiadores foráneos especializados en Cuba; españoles, ingleses y norteamericanos y cubanos norteamericanos. Entre estos últimos deben mencionarse a Ada Ferrer y a Alejandro de la Fuente.

La publicación de textos sobre las guerras de independencia, sus próceres y protagonistas y lo relativo con el patriotismo inherente al movimiento revolucionario del siglo XIX constituye una constante de la política editorial de la revolución cubana desde 1959 hasta el presente.

La otra historia referida a ese aspecto, escrita y dada a conocer durante la república neocolonial, fue reeditada sin sensibles distinciones ideológicas. De esta forma, la Imprenta Nacional de Cuba publicó numerosos volúmenes de las historias escritas por Ramiro Guerra, Fernando Portuondo, José Luciano Franco, Leonardo Griñan Peralta, Jorge Mañach, Emilio Roig, Hortensia Pichardo, Sergio Aguirre, Juan Marinello, entre otros, junto a los de los protagonistas de las gestas independentistas como José Martí, Antonio Maceo, Ramón Roa, Antonio Zambrana, Enrique Piñeiro, Manuel Sanguily e Ignacio Agramonte por solo mencionar algunos.

Dicha temática ha continuado desarrollándose dentro del quehacer historiográfico. Hubo una primera generación, protagonizada por Jorge Ibarra, Salvador Morales, Rolando Álvarez Estévez, Abelardo Padrón, Gilberto Toste, Mary Cruz, Emilio Godínez, Nidia Sarabia, Ibrahím Hidalgo, Pedro Pablo Rodríguez, Josefina Toledo, Francisco Pérez Guzmán, Olga Cabrera, Aleida Plasencia, José Cantón Navarro, Oscar Loyola, Diana Abad, Eusebio Leal, entre otros, dedicados fundamentalmente al movimiento de liberación nacional, cuyas obras se conjugaron con las de los historiadores marxistas que publicaron durante la república. A partir de los años 80 surge una nueva generación de historiadores más dedicada a los problemas sociales que políticos en concordancia con los nuevos intereses de la historiografía internacional.

El bregar histórico político de la sociedad colonial se aprecia en Yoel Cordoví con sus incursiones en la vida y en la obra de Máximo Gómez y en sus valoraciones sobre el liberalismo de la segunda mitad del siglo XIX aspecto este desarrollado por Alejandro Sebasco, igualmente es observable en Jorge Renato Ibarra, Marilú Uralde, Angelina Rojas, Servando González en lo concerniente a la república, mientras que lo social, lo no visto hasta el presente y que también conforma la otra historia, resulta de interés en los resultados científicos de Yolanda Díaz con la criminalidad y la marginalidad, en Ricardo Quiza en lo relativo a la intelectualidad, en Imilcy Balboa con los trabajadores libres durante la esclavitud, en Marial Iglesias con sus análisis sobre la sociedad cubana en los inicios republicanos, en Pablo Riaño con el costumbrismo de los inicios del XX, en Latvia Gaspe con la municipalidad y en Alain Basail con sus estudios sobre la prensa decimonónica.

Antes de la revolución cubana hubo dos notables ausencias: la historia regional y la militar. Sobre la primera debe mencionarse que, anteriormente a 1959 existieron realizaciones más en la esfera de la crónica que en la propiamente historiográfica. Los historiadores locales, fundamentalmente, reseñaron el acontecer independentista y el social entendido este como historias de las figuras y de las familias de la localidad. Como disciplina científica y dotada de nuevos y renovados enfoques comienza a ejercer su dominio después del triunfo revolucionario. De ello dan fe los estudios de Eusebio Leal, Hernán Venegas, Olga Portuondo, Elda Cento, Violeta Rovira, Orlando García, Florentino Morales, Enrique Alonso, Ovidio Díaz, Arnaldo Jiménez de la Cal, Hirán Pérez, Víctor Marrero y muchos más que posibilitan la reconstrucción científica de las regiones, provincias y localidades en beneficio de la cultura histórica.

El campo de desarrollo de la historia militar ha sido el de la confrontación entre Cuba y España durante las guerras independentistas y el del diferendo con los Estados unidos desde 1959 hasta la actualidad. Las más conocidas realizaciones historiográficas son las de Milagros Gálvez, Servando González, Raúl Izquierdo, Francisco Pérez Guzmán, Roberto Pérez, Jesús Ignacio Suárez y Ángel Jiménez.

Los estudios sobre la mujer, aspecto relevante de la otra historia, constituyen, también, creación autóctona de la obra historiográfica de la revolución y de las nuevas corrientes imperantes en el mundo contemporáneo. La penetración en el género, bajo una óptica científica y desprejuiciada y dotada de un inmenso caudal de sugerencias para mirar desde adentro la historia y la contemporaneidad de la sociedad cubana revelando y develando nuevos caminos de indagación científica, tienen sus expresiones en Mara Araujo, Luisa Campuzano, Diana de la Cruz, Tomás Fernández Robaina, Julio César González, Ana Núñez Machín, Susana Montero, María Dolores Ortiz y Raquel Vinat de la Mata.

La historiografía cubana se fortalece en la misma medida en que los cambios se suceden según las exigencias de los tiempos actuales. Los retos no son solo para el presente, lo son también para el pasado y para el futuro. Ellos merecen la dignidad, la valentía y el honor de los hacedores actuales de la historia. Ellos merecen también que con justicia se conozca la labor de los que desde Cuba hacen posible que llegue a todos lo mejor de la cultura nacional y universal.




Mildred de la Torre Molina
Investigadora Auxiliar, Instituto de Historia de Cuba




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