Cuba

Una identità in movimento


El Carnaval de La Habana y la Revolución

Pedro Teófilo Pérez Rivero


Devenir histórico del festejo

La adopción en la Isla de tradiciones provenientes de la metrópoli y el continente africano, incluso en las diversidades regionales y étnicas de ambas vertientes, constituyen las raíces del carnaval habanero colonial, en creciente fusión, hoy tenida en cuenta con mayor énfasis. Una de las investigadoras que ha hecho notar con tenacidad esta mancomunidad de fuentes, Virtudes Feliu Herrera, sitúa la fiesta del Día de Reyes (6 de enero) como


"... la más importante donde los negros participaban públicamente" pero "no la primera ni la única, más bien la culminación de un proceso que comienza desde el siglo XVI".[1]


De la imbricación señalada, la estudiosa concluye:


"Afirmar que el Carnaval Habanero tiene su origen en la Fiesta de Reyes sería absolutizar (...) Del mismo modo opinar que la comparsa es una reminiscencia de la fiesta del 6 de enero, es un error".[2]


También Helio Orovio reconoce esa unificación paulatina de factores carnavalescos, la que corrobora con otro dato importante:


"Y en su impronta se perciben combinados tanto el estilo de los sectores económicamente altos — la aristocracia y la burguesía criolla — como la presencia avasalladora de los sectores populares".[3]


La prohibición de la Fiesta del Día de Reyes, en 1884, cuatro años después de la abolición de la esclavitud, desplaza el carnaval de negros y mulatos hacia el de los blancos. Aunque estos sustratos mantienen su fiesta en barrios como Jesús María, Belén y otros,[4] puede hablarse de una fusión progresiva.

En 1902, primer carnaval republicano, aparecen las carrozas, los confetis y las serpentinas, como primeras influencias norteamericanas en la festividad. Además se seleccionan la Reina y sus damas, y se convoca a las primeras premiaciones en distintos rubros. Los paseos, en aquel momento por la avenida del Malecón, la celebración fines de semanas previos a la cuaresma, se unen a la conformación de perfiles nítidos del evento capitalino,[5] que comienza a ser el más popular.

1937 marca un hito en el desenvolvimiento de este carnaval, dadas las gestiones del entonces Alcalde habanero Antonio Beruff Mendieta para la restitución de las comparsas tradicionales a los desfiles, las cuales habían sido prohibidas en años anteriores por reyertas que ocasionaron grandes disturbios e incluso la muerte de algunos comparseros.[6] Antes de tomar decisiones, Beruff consulta a Don Fernando Ortiz, Director de la Sociedad de Estudios Afrocubanos, quien no vacila en apoyar tan necesaria reincorporación.[7] A partir de esa fecha puede hablarse del perfil más identificador del carnaval habanero.

Hasta el triunfo de 1959 dos ejes fundamentales sostuvieron el Carnaval de La Habana. El primero y más importante era su estratificación clasista, que diera origen a la división de desfiles sabatinos con comparsas, y paseos dominicales con carrozas. Esta dicotomía encerraba en sí misma otro distanciamiento, de carácter racial, aun a despecho de cierta clase adinerada de negros y mestizos con salones para hacer su carnaval de "blancos". Y las comparsas, convertidas ya en emblema del carnaval capitalino, también eran conformadas en clubes y otras instituciones de las clases adineradas.

El otro parámetro de interés, íntimamente ligado al anterior, lo proporcionaba el mercantilismo y su vector publicitario a favor de marcas comerciales de todo tipo y ventas al por mayor o minoristas, de artículos característicos del festejo. Al respecto recuerda Orovio que


"... las carrozas, patrocinadas por firmas comerciales, recorrían los carnavales de las provincias del país, entre las que destacaban las de industrias cerveceras".[8]



El carnaval de la Revolución

El advenimiento de una nueva conformación socioeconómica de radicales cambios, no podía dejar sin incidencias, también notorias, al festejo popular capitalino por excelencia. Feliu, Orovio,Mejuto[9] enfatizan las más relevantes y coinciden en la magnificencia alcanzada por este carnaval en el período de 1959 a 1966. También defiendo la primera etapa del carnaval revolucionario como la más rica y genuina en el devenir histórico del festejo, teniendo en cuenta la amplia participación mancomunada de todos los componentes sociales de entonces: intelectuales, artistas, obreros, empleados, militares, niños, etc.; y en su condición de detonante por excelencia contra los prejuicios raciales heredados del período colonial. En fin, un festejo verdaderamente de pueblo. La prensa de esos años ratifica estas valoraciones:


Sin afanes de exageración se puede afirmar que nunca antes la alegría del pueblo había sido tan plena.[10]

En 1959, Año de la Liberación, el carnaval habanero fue la primera demostración popular de identificación plena con el tradicional festejo de Momo en muchos años.[11]


En febrero de 1962, "Año de la Planificación" se desarrolla el "Primer Carnaval Socialista". La propia efervescencia revolucionaria de entonces animó a llevar temas políticos al espectáculo de algunas comparsas y carrozas, carga que también se aprecia en los muñecones representativos de la OEA, el Tío Sam y otros símbolos proimperialistas. La prensa destaca entre estos asuntos la Campaña de Alfabetización y una versión del ensayo Fundamentos del socialismo en Cuba de Blas Roca.[12]

Puede que semejante inserción no parezca propicia en un carnaval. Sin embargo, el arquitecto Oscar Niemeyer, diseñador del sambódromo de Río de Janeiro, señala la pertinencia de la misma: "Siempre consideré que el mejor momento para hacer oír unas palabras de orden es durante las grandes fiestas populares" (...) afirma, y a propósito del carnaval carioca de 2006 reconoce:


"En esta oportunidad el tema fue la defensa de la unidad y de la integración de los pueblos que componen América Latina. No podía haber un asunto más apasionante en este momento en el que vemos nuestro continente tan amenazado".[13]


No obstante el esplendor del festejo registrado hasta 1966, sería inoportuno congelar una imagen sedimentada en el mismo, por muy magnificente que fuese y aunque hasta hoy ostente huellas profundas, pues el carnaval más que entidad constituye un proceso que decanta o restituye sostenidamente elementos, verdadera centrífuga quebrantadora y a la vez edificadora.

Después de una suspensión de tres años, en 1970, "Año de los Diez Millones", el área central del carnaval se extiende desde el Hotel Nacional a la Avenida del Puerto, por Malecón, y continúa por Prado hasta Neptuno. El paseo de los leones, que había fungido como su epicentro por más de cuatro décadas, a partir de entonces dejará de serlo. En esta edición no hubo desfile, sino sitios caracterizados semejantes a las trochas del oriente cubano, grandes bailables y espectáculos en plazas. Se celebró del 18 al 24 de julio, en los municipios de la entonces Habana campo, y del 24 de julio al 2 de agosto en La Habana metropolitana, diariamente, de 6 pm a 3 am.[14]

La década de los setenta va introduciendo cambios que laceran las tradiciones carnavalescas, al modificar elementos que habían permanecido durante mucho tiempo en el imaginario popular. Algunas de estas distorsiones estuvieron muy vinculadas con la propia instauración del modelo socialista, en un período de radicalización que atañe a todos los aspectos de la vida en el país.

La nacionalización de pequeños comercios y la suspensión de las ventas ambulantes, hacen aparecer expendios especiales del carnaval, con kioscos cada vez mayores, para satisfacer una necesidad a la larga portadora de la idea de que la fiesta era el mejor momento del año para comer y beber, y no sólo alimentos ligeros, típicos de la ocasión. Posteriormente, al declinar la brillantez de los desfiles, los comentarios populares reducirían como única ventaja del festejo, ir a buscar comida.

El activismo femenino en sus tareas enaltecedoras del papel de la mujer en la sociedad, aconseja no admitir frivolidades que la acerquen a la triste condición de objeto decorativo. Ello determina que Cuba deje de participar en certámenes de belleza, característicos del mundo capitalista, como el célebre de Miss Universo, lo cual puede haber influido en la cancelación de la Estrella del Carnaval y sus Luceros, evento que desde los meses anteriores a la fiesta ya hacía sentirse en carnaval, pues contaba con numerosas elecciones previas de los sindicatos y las organizaciones de masas que postulaban candidatas. En 1975, como saludo al "Año Internacional de la Mujer", fueron presentadas al unísono todas las estrellas electas por los sindicatos, quienes presidieron, respectivamente, las carrozas de estos organismos,[15] como cierre definitivo del gustado certamen.

A propósito de las acciones precarnavalescas, valga recalcar su incidencia en distintos sectores sociales. Uno de ellos, el estudiantil, desde la conformación del carnaval republicano, contó como tradición los bailes de disfraces, heredados por el carnaval socialista y que aun muestra intermitencias, sobre todo en la enseñanza primaria, que no encuentran estímulo alguno para su sostenimiento en el futuro.

Haber convertido el festejo en potente fuente de negocios mercantiles, también sentó precedentes en el pasado capitalista nacional, con la confección artesanal, muy extendida, de artículos afines: serpentinas, confetis, caretas, matracas y otros. La Revolución en sus primeras décadas auspicio estas confecciones, las cuales llegaron a tener capacidades de entrega de pequeñas industrias estatales, que fueron languideciendo hasta desaparecer en el período de 1996.

En los setenta el carnaval habanero pasa de febrero a julio-agosto, como parte de un calendario nacional de fiestas de verano, período en el que la mayoría de los trabajadores del país toman vacaciones.

Al agregar en la lista de males el traslado de Prado a Malecón,[16] no debe olvidarse que en último caso se trata de un mal incurable, puesto que la explosión demográfica capitalina hacía imposible mantener el festejo en su paseo anterior. Además el apego al Prado indica cierta cuota de menosprecio a un hito por excelencia del patrimonio material habanero del pasado siglo, pues como destaca Carlos Venegas Fornias


"La construcción del malecón, concebida en siglo XIX y ejecutada en diversas etapas del siglo XX, acabó por dotar a La Habana de su perfil definitivo".[17]


Sin embargo en los setenta el carnaval habanero no pierde su magnificencia, incluso la aumenta en cuanto al tamaño y la sofisticación de las carrozas, también en la proliferación de enormes tribunas presidenciales, concebidas en sí mismas con opciones de restaurantes de lujo, bailables y hasta envidiables servicios de toilete; por supuesto, la locación donde el desfile alcanzaba su máximo esplendor. Disfrutar del festejo dentro de estas áreas, por su acceso selectivo y las propias condicionantes de la oferta, llega a acercarse peligrosamente a una recepción antipopular.

Sí coincidimos los estudiosos en el deterioro paulatino del carnaval, desde finales de los setenta. Este es el momento en que la atención a las comparsas y carrozas pasa de los sindicatos nacionales a los provinciales y, desde 1986, a las direcciones municipales de cultura; se cancelan definitivamente los disfraces y los paseos dominicales.

No obstante, justo es reconocer que desde el primer carnaval habanero organizado por el Poder Popular (1977), se comienza una creciente revitalización y redimensión de lo popular tradicional. En ese mismo año se introducen Los Cabildos como espectáculo inicial del desfile,


"... cuya actuación rememora las tradicionales fiestas de carnaval que el llamado Día de Reyes celebraban los esclavos de nuestro país". [18]


De una forma u otra esta intención ha permanecido hasta nuestros días, con el apoyo de valiosas compañías como el Conjunto Folklórico Nacional y Raíces Profundas. Además se profundizaron los estudios en torno a las comparsas tradicionales, para su sostenimiento y en algunos casos reincorporación después de permanecer un buen número de años sin desfilar.[19]

Un nuevo período, iniciado en 1996, tras la contracción económica de los primeros noventa, que implicó suspender la festividad por un quinquenio, depara no pocos retos de supervivencia en cuanto a financiamientos y también en lo que reporta el sentido de pertenencia, sensiblemente mermado hoy.

Nunca antes el Carnaval de La Habana había contado con tanto fortalecimiento del debate teórico para su conservación. Diferentes dictámenes del Jurado y encuestas populares de preferencia han ido arrojando una valiosa información para la continuidad en el siglo XXI.

Considero que entre las tareas recientes más positivas figuran la recuperación de las comparsas tradicionales, que en mayoría habían quedado sin bailadores y músicos suficientes, así como la consolidación del Carnaval Infantil, rubro surgido en la década de los sesenta[20] y que se fortalece paulatinamente desde los ochenta; hoy por hoy la mejor acogida de las ofertas carnavaleras capitalinas e importante eslabón de continuidad entre las actuales y futuras generaciones de habaneros.

En lo tocante a fallas que subsisten, destacaría la falta de precisión en un calendario único y definitivo del evento, e incluso su distribución en tres fines de semana consecutivos. Aunque esporádicamente y en las últimas ediciones con más fuerza se haya hecho en La Habana, celebrar el carnaval días corridos, esto ha sido siempre característico de otras provincias, no de la capital.

Otra insuficiencia notable recae en la pobreza de los espectáculos modernos, lo cual hace aconsejable analizar la posibilidad de devolverlos a la atención de los sindicatos, tal vez mancomunados en el esfuerzo con las direcciones municipales de cultura y otros colaboradores que mostraron credenciales en 2005, como el Barrio Chino, y algunas agencias de alquiler de automóviles.

Las ediciones de 2003 a 2007, permitieron apreciar voluntad de respuesta ante los dictámenes ya mencionados y los deseos del pueblo. Tratar de recuperar el esplendor del Carnaval de La Habana, se ha visto plasmado en la mejoría de diseños coreográficos y de vestuario, en la restitución de los gustados fuegos artificiales, en algunos elementos espaciales (área ampliada para el desfile) y organizativos, pero más aún en las ganas de la población de estar en carnaval.

El carnaval de 2003 también demostró que no sólo de los recursos económicos depende la revitalización. Hubo ideas interesantes como incorporar a la ENA con un espectáculo de carroza y comparsa, que Virtudes Feliu considera


"... elemento promisorio en la recuperación del festejo".[21]


Y que ha continuado desfilando. También se añadieron al desfile autos antiguos, (coco y bici) taxis, iniciativa que se malogró al exhibirlos vacíos, pero que en 2007 encontró el respaldo de un lucido espectáculo del Ballet de la Televisión Cubana, para los automóviles, verdadero emporio de museo rodante de la Ciudad

La próxima edición del festejo, 2005, lo retrotrajo al febrero más ancestral, mes que en el Malecón habanero resultó nada aconsejable, como tampoco lo fue el noviembre de 2003. La última de estas ediciones, por su pobreza y las malas condiciones meteorológicas que confrontara, impidió continuar evaluando síntomas de recuperación.

En 2007 sí volvieron a observarse pasos de avance, sobre todo en la música y el vestuario de las comparsas. Sin embargo, otros componentes organizativos mermaron la propia esencia del carnaval. Se sabe que es ardua tarea mantener la disciplina en estos festejos masivos, sobre todo que los deseos de arrollar de los concurrentes no afecten el desfile.[22] Pero de eso a pretender que se disfrute del carnaval como si se asistiera al teatro, hay mucho trecho. Las áreas de palcos y gradas enrejadas y aisladas por completo, hicieron de esta edición una fiesta ajena a la premisa de fiesta popular.[23]


Incidencia de la Revolución en los perfiles ideoestéticos del carnaval habanero

En resultados investigativos presentados por Miguel Barnet y Jesús Guanche al Taller "Validación de estudios y propuestas para la revitalización del Carnaval de La Habana",[24] abundan las reflexiones en torno a los márgenes folklórico y de espectáculo urbano presentados por el festejo a lo largo de su historia, de las mismas se deriva una respuesta esencial:


(...) llamado a la utilidad de la cultura, a no hacer tábula rasa con todo el legado que ha nutrido esta festividad popular desde la primera mitad del siglo XVI hasta el presente. La cuestión no es regresar al pasado, sino recomponer la cualidad festiva de esta fiesta de cara al futuro. Es un llamado para una revitalización, en el más estricto sentido del término.[25]


¿De qué legado propiamente se habla? ¿Cuáles podrían ser sus perfiles ideoestéticos más ostensibles?

Desde las perspectivas modélicas de la modernidad: cultura ilustrada, de masas o popular-tradicional, son legitimadas las clases y los estratos sociales como indicadores de fuerte incidencia, lo cual sería válido para asumir festejos populares tradicionales urbanos como el Carnaval de La Habana, tanto en la producción como en la recepción de atributos.

En cualquier parte del país suele reconocerse al festejo capitalino con una reiterada caracterización, a veces estigma: El Carnaval de La Habana es puro lujo. La expresión encierra la defensa de un rango participativo protagónico, más típico de la región oriental, desde Camagüey hasta Guantánamo. Contrariamente al tono peyorativo que puede entablar esta comparación, la mayor urbe del país hace deseable un rango de suntuosidad, pero no por ello menos respetable. El carnaval habanero posee características muy propias, según Miguel Barnet:


"... desfile deslumbrante de carrozas, farolas, muñecones y enmascarados. Muchos provienen de antiguas figuras de los cabildos afrocubanos, recreados a capricho personal".[26]


Independientemente de momentos cimeros o no, el carnaval habanero ha preservado su esencia de gran espectáculo, cuya participación más extensa se entablaba en el placer de verlo, aunque fuese a la distancia de la pequeña pantalla de un televisor en blanco y negro, pues valía la pena la condición de espectador, a diferencia del otro gran portento carnavalesco de la nación, mucho más participativo que espectacular, el de Santiago.


"Porque el carnaval nuestro puede ser suntuoso como el de La Habana, alegrísimo como el de Santiago de Cuba o pintoresco como el de Trinidad, donde pintan las paredes caprichosamente".


Afirmaba Dora Alonso en 1961.[27]


"Los habaneros han sido siempre espectadores del espectáculo carnavalesco".


Recalca Helio Orovio en su estudio monográfico ya citado.[28] También Virtudes Feliu señala este rasgo, desde los inicios republicanos y, según su criterio, ello


"... potenció el mejoramiento de vestuarios, coreografías y adornos representativos".[29]


Abundan las notas aparecidas en Bohemia para testificar el esplendor alcanzado por el espectáculo del carnaval habanero a partir de 1959, en


"... el proceso de lo espontáneo a lo coreográfico que implica el arte de salón en la calle".[30]

Millares de vecinos de La Habana, que en calidad de espectadores habrán de pugnar por los mejores puestos a todo lo largo del paseo del Prado y la extensa y fresca avenida del Malecón.[31]


Hasta llega a preverse que este sello distintivo pueda languidecer, por lo que en 1973 se toma la siguiente medida:


Para que todos los espectadores que hayan adquirido sus palcos puedan disfrutar del espectáculo, las carrozas y comparsas del Carnaval habanero realizarán sus evoluciones en seis lugares diferentes a lo largo del paseo, en cada uno de ellos por un lapso no mayor a 15 minutos y frente al jurado principal, evitando así el hacer monótono el desfile.[32]


El Carnaval de La Habana ha tenido que someterse, por tanto, desde su génesis, con mayor o menor rigor, a la dualidad entablada por la tradición y la contemporaneidad, en un proceso permanente de fusión entre ambas condicionantes.

En un texto que rebasa el marco de las crónicas habituales de Bohemia sobre el carnaval habanero, J. J. Pola señala la merma de elementos estéticos característicos del festejo, en la edición de 1985. Entre ellos destaca la de belleza de la mujer cubana, que


"... dista mucho de lo que sucedía cuando existía el certamen de la Estrella y sus Luceros. A partir de la desaparición de este concurso (...) perdimos uno de los atractivos que hacía singular nuestro carnaval".[33]


De mayor interés, todavía hoy, resultan las observaciones que bajo el acápite de "Fiestas por decreto" publicara Neysa Ramón en 1987, de las cuales cito a continuación un segmento:


No es ningún secreto que el carnaval habanero ha sido objeto de mixtificaciones, e incluso tomado más de una vez como campo de experimentaciones para esta o aquella "burocrática idea" de cambiar su fisonomía — como si ello fuera posible "por decreto" — olvidándose de paso que, a pesar de ser la capital una gran ciudad, también los habaneros guardan sus tradiciones carnavalescas.[34]


De tan justa diatriba, sólo quedaría por dilucidar si la periodista al abogar por "devolver su legítima fisonomía al carnaval"[35] se refiere a lo más añejo eludiendo la imprescindible relación entre lo tradicional y la contemporaneidad. Pues — señala Miguel Barnet:


"Aun cuando su carácter (el del Carnaval de La Habana) ha asimilado modificaciones, pervive su esencia fija y define valores".[36]


Por otra parte, estudios de consumo de la cultura popular tradicional en la última década del pasado siglo, realizados por el Centro Juan Marinello, consignan que en Ciudad de La Habana sólo un 12,7 % de los encuestados escogían el Carnaval entre sus preferencias.[37] Un elemento de incidencia en el desfavorable dato, nos retrotrae a lo planteado años atrás por Neysa Ramón, pues las autoras de este estudio declaran como factor de permanente análisis:


"El papel y los niveles de intervención de los distintos agentes de desarrollo para no coartar ni institucionalizar procesos que por su esencia son espontáneos y no pueden ser estructurados desde afuera, sin correr el riesgo de empobrecerlos, formalizarlos o hacerlos desaparecer".[38]


La imparable relación entre lo tradicional y lo moderno, se enrique con la paulatina llegada de otredades dictadas por cada época, que a la larga se incorporan a la mismidad del festejo capitalino.

Las provenientes de la inmigración desde el interior del país, han ido aportando matices permanentes, como las áreas caracterizadas semejantes a las trochas santiagueras, o esporádicas, entre las que sobresale el fervor por arrollar tras las comparsas y carrozas en medio del desfile, todavía hoy pujante como si en La Habana eso hubiera entrado en la tradición más raigal y no fuese un "hecho ajeno a la costumbre que ha predominado en la capital históricamente (...) aunque esta es una de las formas más sobresalientes en la forma de celebrar el cubano", concluye al respecto Virtudes Feliu.[39]

Cuando en 1981 se organiza la posibilidad de arrollar tras las comparsas, otro empeño por restituir elementos genuinos, se aclara que esto sería


"... en los municipios por las calles principales hasta llegar a las trochas que allí existan".[40]


En otras ediciones, desde que el carnaval se instala en áreas del Malecón, hubo tramos por las aceras donde se podía arrollar sin que se viera afectada la lucidez del desfile.

De los aportes identitarios provenientes del extranjero, sobresalen los importados desde el sur de los Estados Unidos,[41] en aspectos como la carroza de carnaval norteamericana y algunas sonoridades en los piquetes musicales de las comparsas, que, no obstante, en su integración al festejo habanero, encontraron un lugar hacia el interior de la mismidad de este carnaval, a tal extremo que hoy no sería habanero sin esos elementos.

No sucedió así con los aportes de origen chino, ciertamente meritorios en agregar colorido a la festividad, pero siempre en condición de anexo a lo esencial. En el período republicano la presencia de los chinos en La Habana se apreciaba en vistosas carrozas, que continuaron presentándose en el carnaval revolucionario.

La recuperación de La Danza del León, como parte de la labor del Atlas de la Cultura Cubana en el municipio de Centro Habana, imprimió una revitalización a la cuota china en las ediciones del carnaval de los años ochenta, en calidad de comparsa. A finales del pasado siglo, se observa la paulatina decadencia de esta agrupación, lamentable situación que se acentuó en 2001 con el intento de incorporar la conga a la coreografía asiática. La agrupación ya no apareció en la edición de 2003.

En 2005 el Barrio Chino de La Habana, ya bajo la dirección de la Oficina del Historiador de la Ciudad, presentó en el desfile una nueva concepción de la Danza del León, para espectáculo de carroza. Pero la iniciativa no tuvo continuidad en la siguiente edición del carnaval (2007).

La inserción de comparsas y otros espectáculos de provincias, así como una representación del Carnaval Veracruzano, a partir de 1984,[42] tuvo el objetivo de brindar nuevas atracciones, en condición de invitados, membresía que alcanza altos quilates en 1990 con una delegación del Carnaval Carioca.[43]

Sobre dos elementos axiales ha descansado invariablemente el Carnaval de La Habana, en sus diferentes etapas, atributos genéricos carnavalescos, devenidos emblemas: el Carnaval de La Habana puede arreglárselas sin fuegos artificiales, paseos de vehículos adornados, antifaces, caretas o matracas, pero sin comparsas ni carrozas dejaría de existir.

Si aceptamos el período de 1959 a 1966 como cima de esplendor de este festejo, valdría la pena recalcar su importancia en la conformación de los perfiles estéticos más ostensibles de ambos elementos. Tanto las carrozas como las comparsas habaneras mantienen desde entonces paradigmas que consiguen armonizar tradición y modernidad, mientras singularizan ambos emblemas en relación con otros carnavales del país e incluso más allá de las fronteras nacionales.

Si bien es cierto que en el período republicano hasta 1959, las carrozas se destacaron por un lujoso decorado, en alguna medida mermaba la imaginación de sus creadores el sometimiento a la marca comercial patrocinadora para la presentación de productos (envases, botellas) poco dúctiles estéticamente, de ahí que fueran más apreciadas aquellas, como las de Tropicana y Lámparas Quezada, ya que lo anunciado en las mismas se prestaba mejor para una concepción acorde con el artefacto carnavalesco.

La sustitución en 1960 de ese papel publicitario de las carrozas, trajo la conveniencia de desarrollar nuevos temas, los cuales obtuvieron elogios de la prensa como los que siguen:


En las carrozas de excepcional gusto artístico, con sus racimos de cubanas, predominó el mensaje educativo como un signo de los nuevos tiempos (1961, "Año de la Educación"). El desfile superó, por su calidad artística y la riqueza y variedad de su presentación, al que fuera magnífico paseo del año precedente.[44]

Plena de colorido y belleza, la carroza del Ministerio de Transporte representa un aporte extraordinario a los "Carnavales de la Solidaridad". El original diseño, que muestra un aterrizaje a un planeta desconocido, fue ideado por el arquitecto Enrique Fuente.[45]


Entre los elementos reforzados por el carnaval de la Revolución, despuntan las proporciones, sobre todo la altura, de la carroza habanera, la cual en su máximo esplendor obliga al espectador a alzar la cabeza, como si estuviera delante de un edificio, a veces con desmesura: "La Estrella del Carnaval y los luceros están situadas tan altas en la carroza que solamente las personas en balcones pueden verlas de cerca", comenta Bohemia en 1964, sobre el rasgo,[46] tan extremo en este caso que sólo el primer fin de semana de carnaval desfilaron la Estrella y los Luceros a esa altura, pues además de apenas ser vistas, corrían riesgo de accidente.

Una nueva magnificencia en la carroza de la ex-reina del carnaval, comienza a observarse desde la primera elección de la Estrella y sus Luceros (1962).[47] Con atrezos en su totalidad de diminutos espejos, para formar una gran estrella que se abría y cerraba, esta carroza constituyó un elemento escenográfico fundamental en el filme cubano-checoeslovaco Para quién baila La Habana (1963) dirigida por Kurt Maetzij y protagonizada por Odalys Fuentes. Desde entonces y hasta la última presentación de las Estrellas, en 1974, las carrozas donde desfilaban estuvieron entre las más lucidas.

De las primeras carrozas especialmente destacadas por sus proporciones, fue la del Sindicato de la Construcción en 1962, osadía que este organismo superó al año siguiente. Al respecto se consigna en la prensa:


"Es un escenario en movimiento levantado sobre dos rastras, ocultas mediante un ingenioso artificio".[48]


La carroza del Ministerio de Comercio Interior de 1965, que representaba el cuento La Cenicienta, fue considerada


"... una obra de arte con 200 pies de largo".[49]


Y desde ese mismo año comienza a sobresalir por su altura la del Ministerio de Comunicaciones.

El desplazamiento del carnaval de Prado hacia Malecón facilitó aún más el destaque de la verticalidad — antes sometido en algunas intercepciones de Prado a la alambrada aérea del alumbrado público —, lo cual constituyó un verdadero desafío para diseñadores e ingenieros, con tal de que las carrozas de los setenta compitieran por su altura.

Vuelven a destacarse por la altura la carroza de la Estrella y otras, sobre todo la de Transportes en el Carnaval '72.[50] Continúa habiendo carrozas monumentales como las del INIT, Comunicaciones y Transportes, en 1974.[51]

Al admirar las espléndidas carrozas de las parrandas en la región central (Remedios, Camajuaní, Rodas, Cabaiguán, Caibarién, entre otras ciudades), consideradas entre las más bellas del país, notamos su diferencia raigal en relación con las habaneras. La belleza de estampas exóticas, sin dudas deslumbrantes en su concepción y montaje, es apreciada en las parrandas villaclareñas estáticamente, como si se trataran de conjuntos escultóricos rodantes, mientras que en La Habana, los diseños están previstos para el avasallador compás de la conga y sus variantes musicales, según los acontecimientos bailables de cada año.

Otro tanto sucede con el vestuario. La riqueza de los tejidos para rememorar cortes europeas, harenes moriscos y otras imaginerías de los parranderos, en los carnavales de la capital son empleados en un sentido más libre de representación mimética e incluso pueden ser sustituidos por materiales de escaso valor, siempre que ofrezcan la ilusión deseada,[52] lo cual reporta el sentido medular de carnavalización en tanto camuflaje y reconversión.

Las labores de atrezo de la carroza habanera dependen más de la iniciativa creadora para lograr efectos, que de materiales convencionales para estos fines. Tan inusitados resultan a veces estos elementos que la población más adscrita a la tradición no suele aquilatar el vuelo estético desplegado con los mismos; así sucedió en 1964 con la carroza de la Estrella[53] y sus Luceros, decorada en su totalidad con fibra (soga deshilachada), en suaves tonalidades de color, para arrojar la impresión celeste de nubes, con figuras antropomórficas en movimiento, ilusión más deudora de la iluminación que del propio atrezo.

Sin embargo, aisladamente ninguno de estos rubros sería garante de la verdadera riqueza de la carroza habanera. La espectacularidad, bien fundamentada en los temas seleccionados, descansa en coreografías que por la limpieza de su ejecución a veces eran confundidas con los más altos niveles profesionales, así en la carroza del INIT, los espectadores creían ver a las bailarinas de Tropicana, cuando en realidad desfilaban jóvenes provenientes del movimiento de artistas aficionados, entonces en permanente ascenso.

El acompañamiento musical de primera línea,[54] como continuidad de lo que se hiciera antes de 1959,[55] se mantiene con creces al contar con nuevos ritmos bailables, que el propio carnaval habanero introducía en la popularidad, los más notorios: el Mozambique de Pello el Afrocán (1965); el Dengüe (1966)[56] de Pérez Prado, interpretado por la Orquesta de Roberto Faz; el famoso Mechón de La Monumental en los setenta, y la irrupción del rap habanero en la edición de 2001. En 1985 J. J. Pola se queja de "la poca utilización de colectivos musicales conocidos en las carrozas",[57] merma en ascenso hasta nuestros días.

Figuras de la talla de Rosa Fornés[58] y otros artistas de espacios estelares de los cuadros drámatico y humorístico de la televisión y la radio, resaltaban aún más el esplendor, así como la importancia de la carroza en el Carnaval de La Habana. El programa televisivo Aventuras y el radial Alegrías de Sobremesa, respectivamente, resultan de los más recordados por su aporte a la magnificencia del espectáculo carnavalesco capitalino. Mención aparte merecen las múltiples incursiones de Juana Bacallao en el festejo, presidiendo los espectáculos de carrozas.[59]

La carroza insignia del carnaval, dedicada al XX Aniversario del Movimiento de Artistas Aficionados, que presentó el Ministerio de Cultura en la edición de 1980,[60] puede que concluya el ciclo de magnificencias desplegadas en los setenta.

Ilse Bulet señala que en el carnaval del 81 las carrozas


"... no eran tan aparatosas como en otros años, pero su sencillez alcanzaba belleza, aunque no escapaban de lo convencional en su mayoría".[61]


Y vuelve a destacar las


"... del Ministerio de Cultura, la de Comunicaciones y la de Transporte, por su original diseño y correcto sentido de la realización".[62]


Para 1985, J. J. Pola acusa que


"... un pésimo diseño tuvieron parte de las carrozas que desfilaron. Salvo honrosas excepciones, la pobreza de creatividad fue evidente".[63]


Y Neysa Ramón al año siguiente señala como único acierto en el rubro


"... la permanencia de la carroza del INTUR, siempre atractiva y de buen gusto".[64]


Una decadencia progresiva, que no sólo dependió, como puede suponerse, de los recortes presupuestarios al no ser ya financiadas las carrozas por los sindicatos sino por las direcciones de cultura del Poder Popular, fue atenuada por la imaginación creadora en algunos territorios. Así encontramos en 1988 y 1990 la grata presencia de Arroyo Naranjo con temas locales como el Zoológico Nacional y el movimiento de microbrigadas de La Güinera.[65] Y en el período iniciado en 1996, que llega a nuestros días, han sobresalido las presentadas por Habana del Este y Marianao.

Otra de las limitantes que resulta de peso en el más reciente período carnavalesco, también depende de la imaginación creativa volcada en las carrozas. Así encontramos en la edición de 2007, tanta chapucería de los atrezos, que en mayoría parecen inacabadas. Las insuficiencias se agudizaron en la iluminación, con tubos de luz fría; lo cual hizo recordar la enorme cantidad de bombillas incandescentes desechas un año atrás, que hubieran venido de perillas en estas y otras carrozas de las fiestas populares del país, utilizándolas sin detrimento alguno para la necesaria revolución energética que se lleva a cabo. No obstante, cabe saludar la labor desarrollada por Horacio Marturell,[66] para la FEU, con los mismos recursos que el resto, incluidas las luminarias, y el acertado aprovechamiento de fondos de latas de conservas para un vistoso atrezo;[67] esta carroza obtuvo el primer premio otorgado por el jurado y fue elogiada por los concurrentes como la oferta más agradable de esa categoría en 2007.[68] Otro desacierto constatado desde inicios del nuevo milenio, radica en que algunas carrozas son confeccionadas en otras provincias,[69] lo que distorsiona la perspectiva estética habanera.

Por constituir ingrediente medular en el patrimonio que depara el Carnaval de La Habana, las comparsas han contado con estudios más permanentes y puntuales, sobre todo las consideradas tradicionales, que en la última edición del festejo incluida en la presente investigación (2007) sumaban seis: El Alacrán y Componedores de Bateas, fundadas en 1908; Las Bolleras, La Sultana y Los Marqueses de Atarés, constituidas en 1937, y La Jardinera, que desfiló por primera vez en 1938.

La base sonora para el desplazamiento de las comparsas, desde sus antecedentes fundamentales en las fiestas del Día de Reyes, es la conga, género musical que Helio Orovio no vacila en reconocer


"... de nuestros bailes, el que mejor expresa la identidad cubana".[70]


Aunque menos estudiada que los complejos del son o la rumba, argumenta Orovio, debe ser contemplada como signo urbano de cubanía en su condicionante mestiza.

La presencia de estas comparsas y otras lamentablemente desaparecidas,[71] no ha sido del todo permanente, aunque hubo meritorios esfuerzos por su recuperación, como los desplegados en 1973 para la reorganización de Componedores de Batea y en 1981 a favor de La Sultana.

A propósito de los nexos entre tradición y modernidad, las comparsas habaneras a veces son observadas incongruentemente, por una concepción temporal estática en la designación de la categoría tradicional:

Los Guaracheros de Regla, fundada en 1959, ha constituido una oferta indispensable en el festejo, como las carrozas o los muñecones. Agregaría a ese dato las propias características de la agrupación, muy apegadas, desde que desfiló por primera vez, al formato tradicional de la comparsa habanera. Sin embargo, la agrupación prosigue disputándose los premios con propuestas como la de la FEU, casi tan añeja (1961), aunque con un marcado espíritu vanguardista en los modelos carnavalescos capitalinos. Por competir con más bríos, los de Regla han concebido crecientemente elementos coreográficos, de vestuario[72] u otros, que atentan contra su perfil originario, en mi criterio, más respetable.

Estos argumentos encuentran una apoyatura mucho más cercana al momento de la aparición de la comparsa: en la década del setenta la prensa califica a Los Guaracheros de tradicionales en dos ocasiones.[73] Y se le otorga un Premio especial en 1980, fuera de los rangos de tradicional o moderna.[74]

Entre los indicadores palmarios de la modernidad descuellan una coreografía no prevista para la ejecución en parejas, sino en bloques de comparseros, el apoyo de carrozas (espectáculos de comparsa y carroza) y el empleo de arreglos musicales más libres en la conga y otras sonoridades típicas de carnaval.

La FEU, fundada en 1961, ha marcado las máximas connotaciones de estas diferencias, al mantenerse hasta la actualidad como uno de los espectáculos más aplaudidos. No obstante, cada período del carnaval de la Revolución ha contado con insignes comparsas modernas.

En la década de los sesenta se destacó la del Sindicato de la Construcción, mientras que en la etapa actual, desde 1996, La Giraldilla de Marianao, manifiesta gran pujanza, por solo citar dos ejemplos notorios. También en este último período, Caballeros del Ritmo y Jóvenes del Este, dan fe del arraigo de la cultura popular tradicional en los municipios de San Miguel del Padrón y Habana del Este, respectivamente. Y en las más recientes ediciones una nueva comparsa, constituida por alumnos de las Escuelas Nacionales de Arte (ENA), pone de manifiesto la necesaria evolución para la pervivencia del mayor emblema del Carnaval Habanero.

Hasta aquí la presentación de coordenadas que no obstante su apretada síntesis, permiten reconocer el peso extraordinario del triunfo de 1959 en el festejo popular tradicional más relevante de la capital cubana. Baste recalcar que el cincuentenario al que ahora arribamos encierra el máximo esplendor del carnaval habanero, también su decadencia, la cual amerita cualquier esfuerzo por el restablecimiento de uno de los grandes patrimonios culturales de la nación.


    Pedro Teófilo Pérez Rivero (La Habana, 1952)
    Narrador y ensayista
    Investigador Auxiliar y Profesor Principal del Centro de Superación para la Cultura "Félix Varela y Morales"
    Ciudad de La Habana. Miembro de la UNEAC

    Pedro Teófilo Pérez Rivero
    Reside en Soledad # 421, entre San Rafael y San Miguel
    Ciudad de La Habana, c p. 10300
    Teléfono: 879-8719
    E-mail: superach@cubarte.cult.cu



    Notas

    1. En "Valoración histórica de la gestión del Carnaval de La Habana", ponencia presentada al Taller "Validación de estudios y propuestas para la revitalización del Carnaval de La Habana", organizado por la UNESCO, La Habana Vieja, marzo de 2006, p.2.

    2. Ibid, p.3.

    3. El carnaval habanero. Ediciones Extramuros, La Habana, 2005, p. 7.

    4. Ibid, p. 13.

    5. Virtudes Feliu, Helio Orovio y otros investigadores coinciden en este criterio. Ver en textos citados de estos autores.

    6. La más notoria se produjo en el carnaval de 1912 entre las comparsas El Alacrán y El Gavilán.

    7. La respuesta aprobatoria fue presentada en un detallado informe, en presencia de notables intelectuales de la época: Elías Entralgo, Salvador García Agüero, Emilio Roig de Leuchsering, José Luciano Franco. La ponencia "El carnaval de La Habana, pasado, presente y futuro", presentada por Miguel Barnet y Jesús Guanche al Taller "Validación de estudios y propuestas para la revitalización del Carnaval de La Habana" consigna estos datos y además incluye segmentos sustanciales de la respuesta. Ver en Catauro, n. 14, La Habana, 2006

    8. En texto del autor ya citado, p. 15.

    9. Ver en textos ya citados de estos autores.

    10. José Luis Masso: "Las fiestas populares del carnaval". Bohemia, año 52, n.8 febrero de 1960, p. 60.

    11. Sin firmar. Sección En Cuba, Bohemia, año 52, n. 8, febrero de 1960, p. 74.

    12. En "Primer Carnaval Socialista", sin firmar (el artículo incluye fotos) Bohemia, año 54, n. 8 febrero de 1962, p.56.

    13. En "Recordando el carnaval". A Plena Voz, edición 22, Caracas, 2006, p.39.

    14. En "Carnaval de julio en La Habana". Sin firmar. Bohemia, año 62, n. 27, julio de 1970.

    15. Ver en Bohemia, n. 27. año 67, columna de las estrellas por sindicatos, sección En Cuba, p. 63. Y el n. 28 "Carnaval del pueblo" de J. A. Pola, p. 46-47.

    16. El desfile se instala definitivamente en el Malecón, con la exclusión del área del Prado. Así lo consigna Roberto Casín en "La sonrisa de La Habana corre hacia el Malecón" Bohemia, 20 de julio de 1973, p. 71.

    17. En "El malecón habanero" Revolución y Cultura, n. 4 , La Habana, 1994, p. 46.

    18. Miguel A. Masjuan: "Carnaval de la juventud 1977" Bohemia, n. 27, año 69, 8 de julio, 1977, p. 58.

    19. En 1982 se reincorpora La Sultana, después de 27 años sin desfilar.

    20. Comienza a consignarse en la prensa la selección de la Estrellita y de un personaje varón, para presidirlo. Se celebra en la Ciudad Deportiva. Bohemia, febrero de 1963.

    21. En texto ya citado, p.6.

    22. No ha sido tradición del carnaval habanero bailar tras comparsas y carrozas (arrollar) durante el desfile, aunque pueda hoy parecerlo, dada la gran inmigración en la capital desde otras provincias, donde sí constituye tradición.

    23. Puede constatarse el disgusto que esto ocasiona en encuesta aplicada a los concurrentes.

    24. Ciudad de La Habana, 28 al 30 de marzo de 2006.

    25. "El carnaval de La Habana: pasado, presente y futuro", p. 3.

    26. "Carnaval de La Habana" Bohemia, año 82, n. 29, 20 de julio de 1990, p. 86.

    27. "La comparsa en sus cuarteles" Bohemia, año 53, n. 8 febrero de 1961, p. 80.

    28. P. 13.

    29. En texto ya citado, p.4.

    30. Sin firmar. Bohemia, febrero de 1961.

    31. Reinaldo Peñalver Moral. "¡Bienvenido su majestad Momo!" Bohemia, 2 de julio de 1971, p. 41.

    32. Sin firmar. Sección En Cuba. Bohemia, 13 de julio de 1973, p. 51.

    33. "¿Una nueva imagen para el carnaval?" Bohemia, año 77, n.32, 9 de agosto de 1985, p. 22.

    34. "Dichas y desdichas del carnaval habanero" Bohemia, año 79, n. 29, 17 de julio de 1987, p. 6.

    35. Ibid. p. 7.

    36. "Carnaval de La Habana" Bohemia, año 82, n. 29, 20 de julio de 1990, p. 86.

    37. En estudio de Cecilia Linares Fleites y María Carla Alzugaray Rodríguez: "Sobre el consumo cultural de la población cubana de hoy" Pensamiento y tradiciones populares: estudios de identidad cultural cubana y latinoamericana, Centro Juan Marinello, La Habana, 2000, p.265.

    38. Ibid, p. 266.

    39. En texto citado, p.7.

    40. "Carnaval de La Habana 1981", sin firmar. Bohemia, año 73, n. 28, 10 de julio de 1981, p. 52.

    41. Para ampliar información al respecto puede consultarse el texto de José Vega Suñol: Norteamericanos en Cuba. Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2004.

    42. Se consigna en "Ya empezó el carnaval" de J. J. Pola. Bohemia, año 76, n. 29, 20 de julio de 1984, p. 39. Las crónicas en torno al carnaval habanero publicadas por esta revista en años posteriores, reseñan estos espectáculos invitados, que en alguna medida se han mantenido hasta nuestros días.

    43. Lo consigna Félix Contreras en "Cariocas y habaneros en Carnaval". Bohemia, año 82, n. 30, 27 de julio de 1990, p. 85.

    44. Bohemia, año 58, n. 10, 11 de marzo de 1966.

    45. Javier Rodríguez: "Carnaval de pueblo" Bohemia, año 56, n. 10, 15 de marzo de 1964, p. 44.

    46. Berta Yero, estudiante que representaba a la Asociación de Jóvenes Rebeldes.

    47. Rafael Sánchez Lebret: "La revista musical de los obreros de las construcciones" Bohemia, 22 de marzo de 1963, p. 63.

    48. En pie de foto, Bohemia, 12 de marzo de 1965, p. 54.

    49. Frank Echevarría y Bernardo Marqués. Bohemia, 21 de julio de 1972, p. 62-66.

    50. Reportaje fotográfico de Pola y Gaspar Sardiñas. Bohemia, 19 de julio de 1974, p. 54-55.

    51. Antonio Vasallo, Director de la comparsa de la FEU, asegura que en algunas ocasiones los esplendorosos brillos de atrezos, vestuarios y tocados provenían del empleo de chapas de cerveza y recortes de latas (en intervención en Taller organizado por la UNESCO, ya referido).

    52. Mabel Sánchez Doménech, una de las más recordadas, por su belleza y además por ser la primera en alcanzar esta condición siendo una mujer divorciada.

    53. La Orquesta Riverside reforzada acompañó a la Construcción en su máximo esplendor, (se consigna en "La revista musical de los obreros de las construcciones" de Rafael Sánchez Lalebret.

    54. Bohemia, 22 de marzo de 1963, p. 63), mientras que la también muy celebrada de Trasportes, 1966, contó con Pacho Alonso y sus Bocucos (se consigna en "Carnaval de la Solidaridad", reportaje gráfico de Bohemia, año 58, n. 10, 11 de marzo de 1966); este destacado intérprete posteriormente se presentó con la carroza de la Industria Ligera. En la década de los ochenta se destacó la orquesta Monumental, y la Dan-Den, bajo la dirección de Juan Carlos Alfonso, también se nutre con fuerza de la música del carnaval habanero, como señala Helio Orovio en texto citado, p. 16.

    55. Celia Cruz y la Sonora Matancera, el Conjunto Casino, Senén Suárez y otros destacados artistas son consignados por Helio Orovio en texto mencionado, p. 15.

    56. Consignado en Bohemia: año 57, n. 11, 12 de marzo de 1965 y año 58, n. 9, 4 de marzo de 1966, respectivamente.

    57. "¿Una nueva imagen para el carnaval?" Bohemia, año 77, n. 32, 9 de agosto de 1985, p. 22.

    58. Notoria resultó su interpretación del personaje de Cleopatra en la carroza presentada por el INIT en el "Año de la Solidaridad", de la que aparece una foto en Bohemia, 4 de marzo de 1966.

    59. Sobre todo las de Alimentación y la Industria Ligera, en las que tuvo un hito su interpretación de "El perico está llorando", en 1977.

    60. Ver en "Carnaval del pueblo" de Ilse Bulit. Bohemia, 18 de julio de 1980, p. 36-7.

    61. "¡Y vino la conga!" Bohemia, año 73, n. 29, 17 de julio de 1981, p. 47.

    62. "¿Una nueva imagen para el carnaval?" Bohemia, año 77, n. 32, 9 de agosto de 1985, p. 22.

    63. "Dichas y desdichas del carnaval habanero" Bohemia, año 79, n. 29, 17 de julio de 1987, p. 6.

    64. Estas propuestas obtuvieron segundo y primer premio, respectivamente, en el acápite de carrozas espectáculos.

    65. Las tan aplaudidas carrozas del INTUR en la década del sesenta, se debieron a este diseñador, quien además introdujo como elementos estructurales de las grandes carrozas, servicios sanitarios dentro de ellas y el aforamiento de las plantas eléctricas, que anteriormente las carrozas arrastraban detrás como un antiestético elemento.

    66. Como ya ha sido consignado, la lucidez de los atrezos de la carroza habanera no siempre han dependido de materiales costosos. En momentos en que se desplegaban y hasta despilfarraban grandes recursos, la FEU presentó sus carrozas con atrezos semejantes a este o empleando polietileno, sin que ello le restara belleza.

    67. Puede constatarse en encuesta de opinión popular aplicada.

    68. En las ediciones de 2003 y 2005, algunas de las pocas carrozas presentadas fueron confeccionadas en talleres matanceros y villaclareños.

    69. En texto de este autor ya citado, p. 13. En este libro el investigador dedica a la conga un capítulo en el que sintetiza el devenir histórico de este género musical, así como su diferenciación entre La Habana y la región oriental del país.

    70. Entre ellas los Dandys de Belén, que no sobrevivió a la suspensión del carnaval entre 1992 y 1995.

    71. Sobre todo en 2001, con una concepción inspirada en los espectáculos de cabaret parisinos de principios del siglo XX. En 2007 tampoco su vestuario obtuvo reconocimiento alguno por parte del Jurado, a pesar de su lucidez, por no ajustarse a la propuesta de la comparsa para esa edición.

    72. Se connota de tradicional a Los Guaracheros de Regla. (...) Las dos tradicionales comparsas Guaracheros de Regla y El Alacrán. (pie de fotos). "Fabricando momentos de alegría". Reinaldo Peñalver. Bohemia, 9 de julio de 1971, p. 46. Desfilan 20 en total. Vuelve a consignarse a los Guaracheros de Regla como tradicional. "Carnaval de la Juventud 1977". Miguel A. Masjuan. Bohemia, 8 de julio de 1977, p. 58.

    73. Ver en "Hasta el próximo año, carnaval habanero" de Ilse Bulit. Bohemia, 1ro de agosto de 1980, p. 66.







Página enviada por Guillermo Julián Hernández
(23 de noviembre de 2009)


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