Cuba

Una identità in movimento


¿Hombres de barro? Falcón. Del agua venimos... y hacia el barro retornamos

José Millet


Hace unas semanas participamos en el encuentro "Casas de barro; historias de vida", organizado por el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) con el apoyo de la UNESCO. Resultó un honor compartir allí con los Maestros Artesanos de Coro Jesús "Chucho" Coello, Jesús "Chucho" Morillo, Edixon Morón, Eduardo Guanipa y Luis Morales, verdaderos tesoros vivientes de esa cultura que, lamentablemente, si no lo impedimos, está en camino de extinguirse: la que tiene como foco la tierra, bien situado más allá del uso experto de un material de construcción. A través de su testimonio directo recogido en un micro video con sellos de ambos organismos públicos, el que glosaremos en este artículo, salió a la luz un problema que debe ser atendido, con la urgencia y cuidadosa atención solicitada por algo tan sensible como la pérdida de la memoria colectiva, porque el pueblo que la pierde "está en peligro de desaparecer", según apuntó acertadamente Don Fernando Ortiz, considerado el Padre de la Antropología en el Caribe.

Me siento enorgullecido de vivir en Coro, ciudad inscrita en 1993, junto con su puerto La Vela, en la Lista de Patrimonio Mundial porque — y cito el documento oficial en su versión electrónica del Centro de Patrimonio Mundial, WHC, en sus siglas en inglés, de la UNESCO —

    "... con sus construcciones de tierra impares en el Caribe, Coro es el ejemplo único de fusión de las tradiciones locales con las técnicas arquitectónicas mudéjares españolas y holandesas. Uno de los primeros asentamientos coloniales (fundado en 1527) que tiene unos 602 edificios históricos" (vid: www.whc.org).

En cuanto a las propiedades de "el sitio" por las que se hizo su inclusión en la Lista, pudiera discreparse en algo en lo que respecta a la segunda parte de este fundamento, en razón de que, en general, se alude sólo al patrimonio tangible y porque creemos que el "lado oscuro" o invisible, la mano del ser humano que lo creó, se encuentra en peligro de menoscabarse como fuente de saberes, pero prefiero referirme al malestar que se me clava al costado al ver no sólo cuán frecuentemente son derrumbadas esas "casitas de barro", sino porque estos Maestros marchan rumbo al final de sus humildes existencias sin que veamos por ninguna parte la transmisión, sistemática y coherente, de sus conocimientos y de esas "técnicas" aludidas a las nuevas generaciones, lo cual es algo sumamente alarmante.

Me uno al palpitar cálido de vida de estos Maestros y, también, a la de los artesanos del barro en general, como un medio de llamar la atención referente el sujeto social creador del que ellos forman parte: el pueblo, verdadero objeto del reconocimiento del valor patrimonial de su ciudad y de su puerto, y al final les dedico unas reflexiones personales acerca del barro, para honrarles. Lo más importante es su testimonio, que intentamos apresar aquí para la difusión y empleo útil en el reavivamiento de la conciencia, que resalta una responsabilidad colectiva compartida, no sólo pues la de "el gobierno", al que tanto exclusivamente se emplaza.

Habitualmente solemos ver sólo la exterioridad del todo pasando por alto el ser que lo creó; en las edificaciones de tierra, antes de lo erigido, están los saberes y conocimientos que yacen en la base de la memoria, las manos y los pies de quienes lo amasan y concrean, terminando por imprimirle su valor real, que va más allá de su valor de uso. Estos Maestros tienen claro el concepto de que el barro no sólo es materia, sino huella del trabajo humano: respuesta a necesidades concretas como las de la vivienda, desvelos, sueños y un compartir solidario al nivel de la familia sanguínea y de esa otra extensa que se fragua con los camaradas al calor de la faena cotidiana, amorosa y constante. Haz del sol mañanero que nos despierta en las sombras. Mediodía sonriente. Atardecer fatigoso que se prolonga con las tareas domésticas, desde la niñez hasta entrada la adultez.

La visión de "Chucho" Morillo debe interpretarse como la de los artesanos; así ve "la obra" edificada en barro como algo vivo, "con la que nosotros los artesanos podemos hablar" y nos relacionamos como si fuese una mujer: la acariciamos, incluso, con erotismo y como con alguien a quien uno no se puede relacionar si no es con cariño. Eso lo recibimos cuando nos dice que

    "... echar una torta, echar un pañote es como si uno tuviera pasando la mano a un ser amado. Uno siente las curvas en el barro, las paredes... como siente las curvas cuando acaricia a un ser querido".

Chucho Coello y Eduardo GuanipaChucho Coello primero fue lo que se llamaba en este oficio un peón de mano,

    "... que era trabajar con los Maestros. Ahí me inicié en tejas, en barro, en todo lo artesano que es el barro".

Chucho Morillo tenía 10 años cuando comenzó este oficio, que lo

    "... llenaba desde niño porque lo hacía con mi padre y mi hermano".

Fue desde entonces que se inició el proceso de aprendizaje de

    "... las técnicas tradicionales de construcción".

A Edixon Morón su vinculación al barro le llegó con su abuelo, que iba a verlo cada vez que se le dañaba la casa y después /fue/ con otras personas que trabajaban esto. Eduardo Guanipa no sabía nada, ni siquiera "cómo se amarraba el cardón", entonces el colocarse al abrigo de los Maestros artesanos le abrió el modo expedito de aprender y así lo ha hecho hasta el presente.

Este proceso no siempre fue lo fácil que puede suponerse: Luis Morales tendría 5 ó 6 años cuando

    "... lo llevaban por ay, a trabajar con el padre. Cada día él me paraba a las 4 de la mañana y, primero, teníamos que cargar agua, buscar leña y, a partir de las 7, nos íbamos para el trabajo hasta el mediodía en que comíamos y, al regreso a las 6 de la tarde, nos poníamos de nuevo a cargar agua".

El trato directo con la gente conocedora de esta cultura impuso un sello característico a estos artesanos: su cuidadoso modo de codearse con esta "materia". Chucho Coello opina que, en su preparación, al "barro hay que dejarlo... batirlo bien" con el azadón, como si requiriese un reposo, como ser vivo al fin, lo que conducirá a la obtención de la masa anhelada:

    "... igualito que hacer una conserva es el barro: hasta que dé punto".

Para Morillo, en cambio, "el fraguado de una torta no es igual al concreto", porque en su interior existen propiedades físico-químicas de la arcilla que provocan que cuando ésta se seque se expanda. De ahí que la obligación del contacto corporal directo del hombre con la materia: una vez preparada la torta (masa resultante de la mezcla circular, en el suelo, de tierra, agua e hierbas), ésta requiere ser amasada una vez más, esta última vez con las manos, para que pueda zumbársele al techo donde se la empareja también manualmente.

Estos saberes no fueron adquiridos en ninguna academia que no fuera la de aquellos otros Maestros que les antecedieron que los tenían desde que el hombre se irguió encima del planeta. De ahí que al Maestro "Chucho" Coello lo calificara de Biblia de los artesanos, en la cual se han formado varios de estos artesanos testigos, quienes dicen haber aprendido la disciplina del trabajo y este "arte del trabajo en barro de estas construcciones antiguas", siempre en el campo, aunque confiesa que son pocos a quienes estas faenas "nos gusta". Aparece la queja de que, a pesar de que se les reconoce como Maestros con muchas décadas de experiencia, no disponen de un certificado o algo que les permita acceder a un trabajo o, lo 1ue es peor, a la jubilación. Muchos de ellos consideran que, de haberse el dispuesto de ese cuerpo jurídico, se hubiesen jubilado. Para concluir, se preguntan, para resolver cualquiera de estos problemas, "¿a quien acudo yo?", con lo cual nos evidencian un total desamparo.

Para colmo existe una contraposición entre el saber ancestral de estos artesanos y los conocimientos contemporáneos del personal técnico contratado que le colocan para controlar su trabajo. Así, Chucho Morillo nos refiere que

    "... muchas veces un ingeniero es situado para inspeccionar una obra y no sabe nada de lo que está haciendo el artesano, porque no sabe... "

Y es concluyente en lo que debe hacerse:

    "Aquí hay que capacitar a esa gente".

El Maestro Coello nos lo confirma al narrarnos una lamentable anécdota:

    "Una vez estuvimos con un Maestro que era medio bruto y yo le dije: 'mire, esa casa se nos va caer' y contestó: 'no, no le pare bola". ¡Y esa casa se nos vino encima!, porque yo tengo mucha experiencia".

Por eso Morillo afirma que

    "... van a tener que formarse en lo que es tradición artesanal, barro, tierra... porque de lo demás no sé nada".

Están conscientes, sin embargo, de que lo que se refiere al barro "es un proceso" en el intervienen los técnicos, ingenieros y arquitectos, que implica una cadena en la que están ellos, los artesanos también, "al pie de la obra". Pero se sienten en una situación de inferioridad en tanto que, en el mejor de los casos, se les contrata, se les paga y luego "chao pescao"... el mérito se lo llevan los dueños del negocio, el ingeniero...

Se les ha contrato en algunas ocasiones para impartir formación a los jóvenes, pero no se ha hecho de manera sistemática ni mucho menos con una visión coherente. Coello aconseja a la juventud que sigan el ejemplo marcado por ellos

    "... para que lleguen adonde llegué... que esto es muy bonito".

Mas, en medio del evento, se le preguntó cuál era su ilusión no conseguida, lo que más anhelada y fue categórico al contestar que

    "... una Escuela del Barro, para enseñar a los jóvenes y así garantizar el necesario relevo".

El Maestro Coello está al tanto de que

    "... todo se trabaje en menguante, no se trabaja en creciente, porque no sale bueno".

De los conocimientos recibidos por ellos oralmente les viene a estos Maestros el rechazo al cemento: según Coello, incluso para el frisado de los muros no debe usársele porque se cae la capa, por lo que se usa la mezcla de tierra, arena y cal, ésta última un líquido "madurado" en un tanque a la intemperie. Coello es categórico en su resolución: en estas obras no se emplea otra cosa que no sea barro y esta última mezcla, prescindiéndose del cemento.

En cuanto al mantenimiento, reparación y atención a los materiales empleados en este tipo de edificaciones, basta el agua para ablandar y limpiar con un cepillo los residuos adheridos a las tejas de barro, incluidos microorganismos morbosos, como el hongo; luego se las apila en el piso para el secado y se las devuelve nuevamente a los techos. Ahora se usa el cañizal o entramado hecho con pedazos de madera, atados entre sí y dispuestos paralelamente, que se usa para construir cubiertas, techos e incluso empalizadas; encima de él se colocan las tejas sin necesidad del pernicioso cemento. Al cañizal se le embute la torta y luego un mortero de mezcla; encima se coloca el manto. "Esas tejas no llevaban nada", es decir, ninguna otra materia que la aludida. Se garantiza que las tejas duren mucho tiempo, incluso un siglo...

Coello se esfuerza por revelar los secretos de la cultura que representa: "El barro tiene esto: en tiempo de frío, es caliente; en tiempo de calor, es fresco... los españoles sabían eso: que venían tiempos frescos y tiempos de veranos", conocimiento que horita muchos niegan interesadamente o prefieren pasar por alto aviesamente. Es por lo que antes se hacía una ventanita que no llegaba a un metro cuadrado, que producía una circulación de frescor admirable en el interior de la casa; "ahora las hacen de dos metros y hace calor", según Morón. Todos coinciden en que el barro dura más que el cemento porque éste se "pica" más fácilmente. Naturalmente, todos prefieren este tipo de habitación natural para vivir y sienten un orgullo muy especial cuando, después de aplicarse a su reparación concienzuda. Por eso, cuando entregan en perfecto estado de conservación a aquellas que habían encontrado casi destruidas:

    "... están trabajando allá arriba, no sienten ni sol ni calor".

Mucha ciencia del hombre encontramos en la visión del barro que tienen estos artesanos, particularmente en lo relacionado con el imprescindible contacto humano para que las edificaciones que le sirven de habitación no se deterioren. La mayoría de las casas abandonadas existentes a lo largo y ancho de la geografía de Falcón podrían estar condenada a muerte por la indolencia de sus dueños o representantes a consecuencia de esta ausencia fatal. Para que se conserven, estas edificaciones necesitan ser habitadas por los hombres, porque "al dejarle de dar calor, la casa se cae", según Morales. "uno debe ser más amoroso, tener conciencia... " — dice Morillo — y remata el Maestro Coello:

    "... porque Coro fue fundado en barro."

Morillo es tajante en su señalamiento de la pérdida: "lo que nos falta es la cultura de la tierra, la cultura del barro"; su ausencia provoca que no sean valoradas con justicia las acciones dirigidas a rescatarla o fortalecerla e incluso a los propios Maestros y artesanos, que han echado pie en tierra para lograr este reconocimiento mundial. Así, a pesar de que "a sus ochenta años Chucho Coello sigue trabajando" y enseñando, eso sí espontáneamente, a la gente estas artes ancestrales, según su amigo Morillo, "no tiene ayuda de nadie". Cuando el boom petrolero, no se fue para Punto Fijo, sino que se quedó en Coro haciendo y reparando estas casas. Concluye Morillo su incisiva crítica:

    "Pero ¿quien ayuda a Chucho? Esos grandes jerarcas del Patrimonio /Instituto de / o de lo que sea, no van a hacer nunca algo a favor de Chucho... jamás! ¿Cuántos artesanos hay? ¿Han hecho algo en beneficio de ellos? No, mi amigo¡".

Con ellos han de aprender lecciones de sencillez y humildad quienes se pavonean con sus títulos académicos porque quienes carecen de ellos tienen aquellos otros no caídos del cielo, sino heredados del accionar perenne del hombre en el Planeta del cual nació y se nutre la ciencia.

Seguramente, estos Maestros no están enterados del concepto de patrimonio, cada vez más enrevesado, usado por los técnicos y arquitectos. Pertenecen a otra época en que el conocimiento del cosmos y de la Naturaleza conducía al acomodo armonioso de la criatura humana con el medio ambiente del cual dependía su existencia. De allá les vienen los saberes con que han hecho posible que se levanten estas catedrales vivientes que son las "casitas de barro" de Coro y La Vela, tan beneficiosas a la salud integral del hombre y a su relación respetuosa con la Naturaleza a la que piden prestados los elementos útiles para crearse ese hábitat invaluable reconocido por los hombres de bien como Patrimonio de la Humanidad. Uno de estos Maestros dijo:

    "Chucho Coello es el Patrimonio".

¡Vaya usted a saber!





    El autor es investigador y escritor radicado en Falcón
    Coro, junio 27.2007





    Página enviada por José Millet
    (28 de junio de 2007)


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