Cuba

Una identità in movimento


La huella del 10 de Octubre

Julián Pérez Valdéz


Existen hechos que con el decursar del tiempo, dejan huellas profundas e imborrables en la historia de los pueblos, y el levantamiento del ingenio La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, fue uno de esos para los cubanos.

Ese día, Carlos Manuel de Céspedes, al darle la libertad a sus esclavos, marcó el inicio del fin de la esclavitud en la Isla y comenzó, además, lo que sería una prolongada, desigual y necesaria lucha en aras de alcanzar la independencia nacional.

Prolongada, porque duró muchos años y donde intervinieron diferentes generaciones de cubanos, primero contra la metrópolis española y posteriormente en oposición a la intervención y dominación norteamericana, que culminó el primero de enero de 1959 con la entrada triunfal del Ejército Rebelde y Fidel a La Habana.

Desigual, porque en cada una de las diferentes etapas de la lucha, los cubanos enfrentamos en condiciones desfavorables a enemigos mucho más fuertes y poderosos, mejor entrenados y equipados.

Necesaria, porque sólo así se hacía posible la independencia y soberanía de la que hoy disfrutamos, de los beneficios de una Revolución en el poder con su pueblo a la vanguardia.

Entonces, ¿podemos afirmar que somos un pueblo plenamente feliz? Claro que no. De ello se han encargado en estos últimos 40 años los gobernantes de nuestro vecino más cercano del norte, los Estados Unidos de Norteamérica, imperio que sobresale por su poderío y prepotencia en el mundo actual.

Llevamos cuatro década con un férreo bloqueo económico sobre las espaldas, sufriendo constantes agresiones de todo tipo, atentados contra los principales dirigentes y, en especial, a la figura de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro; son muchos años de acoso, presiones, chantajes y hasta pretensiones de sobornos a diplomáticos, médicos, deportistas y artistas en cualquier lugar del planeta, así como — pudiera catalogarse la acción más denigrante —, secuestros de nuestros compatriotas, poco importa que sean hombres, mujeres o niños.

¿Por qué no nos hemos rendido?, pudieran preguntarse algunos. "Pues porque preferimos morir de pie antes que vivir de rodillas otra vez, desaparecer de la faz de la tierra" — como ha dicho en reiteradas ocasiones el compañero Fidel —, antes que volver a ser una colonia yanqui o de cualquier otro imperio.

Tal vez la verdadera razón por la que no claudiquemos, radica y perdura en el ejemplo de nuestros héroes y mártires o, sencillamente, porque ellos — entre los que se encuentra Carlos Manuel de Céspedes: el Padre de la Patria —, viven aún entre nosotros y nos contagian con sus ansias de libertad e independencia, de un patriotismo que no se vende, porque no hay en el mundo dinero suficiente para comprarlo.


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