Cuba

Una identità in movimento

Me quedé... dentro / Sono rimasto... dentro

Eusebio Leal Spengler


Castellano

Existe un modo popular — y que conste, no voy a hablar hoy de filología, ni de algunos de los temas propios de mi labor en la Academia Cubana de la Lengua —; es una forma de expresión que reza: "se quedó fuera", para referirse a quienes deciden abandonar el país. Muy pocos utilizan otro giro: "se quedó dentro".

Hace muchos años decidí quedarme dentro. Quedarme dentro y compartir hasta el tiempo que me sea posible la suerte mayoritaria de mi pueblo del cual formo parte.

No estoy ni arrepentido ni avergonzado, ni ando por los rincones ocultando idea alguna, al contrario, las mías casi todo el mundo las conoce.

Las abracé en la más lejana juventud, cuando empezaba la adolescencia. A partir de ese momento, por un camino áspero, lleno de espinas, aprendí el valor de las cosas, de estudiar, trabajar y vivir.

A la edad de seis años tuve que tomar conciencia de los esfuerzos de los míos, particularmente de mis abuelos y mis tíos campesinos, y de mi propia madre — siempre fue una campesina desterrada en La Habana. Lavando ropas a las casas de las gentes y trabajando en los menesteres más modestos pero honestos luchamos para vivir, y digo luchamos porque lo hicimos juntos hasta hoy.

Ese concepto de lucha me obligó a derramar, en su momento, muchas lágrimas que han sido compensadas en el tiempo con infinitas alegrías. Cuando los niños de Cuba o de cualquier parte del mundo, cuando los ancianos de La Habana Vieja o de cualquier rincón de Cuba me dicen gracias — no por lo que hago sino por lo que yo contribuyo a hacer —, me alegro y pienso siempre para atrás.

He insistido mucho desde diversas tribunas en la importancia de la memoria como suerte, salud y esperanza de todo un pueblo.

Los que la han perdido han sido borrados de la historia. Por eso no olvido mi propia memoria. Ningún triunfo o reconocimiento, ninguna condecoración — y tengo unas cuantas —, valen para mí lo que la sonrisa de una sola persona que agradece aquí en Cuba lo que la Revolución ha hecho por ella.

Siempre he estado absolutamente identificado con la suerte de mi país y asumo las muchas cosas que no se hacen bien; las muchas cosas que se podían hacer mejor...

Pero estoy convencido de que tenemos derecho, como dijo José Martí una vez, a andar:

"A veces por necesarios extravíos para hallar nuestro propio camino".

Lo que digo aquí lo dije siempre en voz alta, en el Congreso de nuestro Partido, en las reuniones más importantes de la Asamblea Nacional, en los momentos más determinantes del país, en el círculo intelectual de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en las calles... Todos los días, doy mi opinión.

No opiniones liberales que son aquellas que se dicen sin responsabilidad ninguna.

Yo tengo responsabilidades públicas, políticas, administrativas, y todas esas están sobre la espalda de un intelectual, nunca he dejado de serlo pues me formé como un intelectual.

A punto de partida de esa formación autodidacta asistí después a la Universidad... solo después del triunfo revolucionario.

Recuerdo aquella noche de mi graduación en la cual arranqué un laurel de la famosa plaza, en el interior de la Universidad y lo puse al pie del Alma Mater.

Romántico el gesto, ridículo para algunos... no importa. Recuerdo a Lenin quien en un comentario muy agudo expresó que las revoluciones no son nada románticas, pero que desconfiaba profundamente de los revolucionarios que no lo fueran.

Siempre he sido un romántico. No podrá decirse de mí como del Abate de Sielles que comentó al final del proceso, cuando le preguntaron:

"¿Qué ha hecho durante la revolución?"

Y respondió:

"Sobreviví a ella".

Tengo un espacio de mi patria y de mi pueblo por el cual luchar todos los días. Saben perfectamente que amando como Antonio Maceo los perfumes y los pañuelos blancos, he dado machete en los cañaverales de Camagüey y he trabajado bastante tanto para mi país, como para la gente.

Cuando me vean andar por las calles de La Habana a deshora no piensen en la resurrección de un nuevo Caballero de París, al que tanto respeto y quiero. Su bohemia no es la mía. La mía es otra.

Nunca me he avergonzado de lo que pienso, de lo que creo, ni tampoco me avergüenzo de mis pasiones. Trato de ponerlas todas al servicio de la causa mayor.

En los últimos 38 años no se derribó un solo árbol en esta ciudad junto al cual no haya estado, no se produjo un derrumbe en el cual no haya participado, no hubo un fuego en cual no estuviera presente...

Quizás por eso, hace unas pocas horas el Cuerpo de bomberos del país y en especial el de La Habana, me pidió que participara en su acto y dijera algunas palabras.

Recuerdo el día del fuego en la Lonja del Comercio cuando nuestra emisora y la obra general de la restauración estuvo a punto de perderse; alguien indagó sobre qué habría hecho si las llamas hubieran triunfado y la respuesta fue:

"Está todo listo para comenzar nuevamente la restauración".

Lo mismo ocurrió la noche nefasta en que se derrumbó el claustro de San Francisco, perdiendo allí a uno de mis más amados colaboradores.

Todos los días se colocan flores frescas en ese sitio porque yo no olvido y trato siempre de inculcarle a mis compañeros de trabajo que es imposible olvidar.

Los que hoy escuchan conciertos en esa sala, ignoran la intensidad de aquella noche triste, que compartí con un puñado de amigos.

Si aquella noche nos hubiésemos dejado llevar por el desaliento, hoy no existiría — al menos con nosotros —, restauración de La Habana Vieja.

Hemos perseverado y no me avergüenzo porque me quedé dentro de Cuba.

Me quedé dentro y todo el mundo sabe que me rijo por una ética, que tiene su punto de partida en tres fuentes esenciales: mis sentimientos cristianos, mis sentimientos martianos y mi fidelismo; porque no me avergüenzo de ser un colaborador, un amigo, un compañero y un batallador junto a Fidel Castro.

El 5 de agosto de 1994, cuando se produjo el debate más importante que se ha dado en La Habana después de los días gloriosos del Triunfo de la Revolución, estuvimos con él y ojalá que por mucho tiempo le acompañemos.

Me río de mis enemigos de adentro y de afuera, porque no son míos.

Son los enemigos de mi patria, de mi pueblo y mi gente.

Gracias a quienes han respondido a la calumnia de que me quedé fuera como Lucía Iñiguez, la madre del legendario mambí, cuando ofendida y lúcida derrumbó la mentira:

"¿Calixto, preso, entregado? Ese no es mi hijo. ¿Herido en una camilla o moribundo? Ese sí es él".






Palabras de Eusebio Leal el 17 Mayo 2003 en el acto por el Dia de los Bomberos, instituido en conmemoración de los bomberos fallecidos en 1890 en el incendio de la Ferreteria Isasi, en Mercaderes y Lamparilla, Habana Vieja.

Italiano

Esiste un modo popolare — per quanto mi riguarda, non voglio parlare oggi di filologia, né degli argomenti consueti del mio lavoro nell'Accademia Cubana della Lingua —; è una forma di espressione che afferma: "è rimasto fuori", riferendosi a chi decide di abbandonare il paese. Raramente utilizzano l'altro giro di parole: "è rimasto dentro".

Da molti anni ho deciso di restare dentro. Restare dentro e condividere per tutto il tempo che mi è possibile la sorte della maggioranza della gente della quale faccio parte.

Non sono pentito, né mi vergogno, né giro gli angoli delle strade nascondendo certe idee, al contrario, le mie idee le conosce quasi tutto il mondo.

Le ho abbracciate nella lontana gioventù, quando cominciava l'adolescenza. A partire da quel momento, per un cammino aspro, pieno di spine, ho imparato il valore delle cose, studiare, lavorare, vivere.

All'età di sei anni ho preso coscienza dei sacrifici dei miei, specialmente del nonno e dello zio contadini, e di mia madre che è sempre rimasta una contadina sradicata all'Avana. Lavando i panni nella casa della gente e impegnandosi nei lavori più modesti ma sempre onesti, abbiamo lottato per sopravvivere, e dico "abbiamo lottato" perché lo abbiamo fatto restando uniti fino ad oggi.

Questo concetto di lotta in certi momenti mi ha costretto a versare lacrime che il tempo ha compensato con infinita allegria. Quando i bambini di Cuba, e di qualsiasi parte del mondo, quando gli anziani dell'Habana Vieja o di qualsiasi angolo di Cuba mi ringraziano — non per ciò che faccio ma per contribuire a farlo — sono felice e ripenso al passato.

Ho insistito sempre molto, da qualsiasi tribuna, sull'importanza della memoria come destino, salute e speranza di tutto un popolo.

Coloro que l'hanno perduta sono stati cancellati dalla storia. Per questo non dimentico di coltivare la memoria. Nessun trionfo o riconoscimento, nessuna medaglia — e ne conservo tante — valgono per me più del sorriso di una sola persona felice per ciò che la Rivoluzione ha fatto per lei.

Mi sono sempre identificato col destino del mio paese e mi assumo la responsabilità delle molte cose che non vanno bene e delle molte cose che si possono fare meglio...

Ma sono convinto che — come ha detto José Marti:

"A volte abbiamo diritto allo smarrimento per poter trovare il nostro cammino".

Le cose che dico qui le ho sempre dette ad alta voce, al Congresso del nostro Partito, nelle riunioni più importanti dell'Assemblea Nazionale, nei momenti determinanti della vita del paese, nel circolo intellettuale dell'Unione degli Scrittori e Artisti di Cuba, nelle strade... Tutti i giorni ripeto ciò che penso.

Non quelle opinioni liberali che si dicono senza assumersene la responsabilità.

Ho responsabilità pubbliche, politiche, amministrative e tutte queste stanno sulle spalle di un intellettuale, e mai ho smesso di esserlo perché la mia formazione è la formazione di un intellettuale.

Partendo da questa formazione autodidatta sono diventato un testimone dopo l'università... e dopo il trionfo rivoluzionario.

Ricordo la notte in cui ho discusso la tesi, quando mi sono sfilato la corona di lauro, nella famosa piazza all'interno dell'università, per deporla ai piedi dell'Alma Mater.

Gesto romantico, per alcuni ridicolo... non importa. Ricordo Lenin che in un saggio molto acuto sosteneva che le rivoluzioni non sono mai romantiche, ma aggiungeva di nutrire un timore profondo verso i rivoluzionari che romantici non sono mai stati.

Sono sempre stato romantico. Di me non si potrà dire come dell'abate di Sielles che nel finale del processo quando gli chiesero

"Cos'hai fatto durante la rivoluzione?"

Rispose:

"Sono riuscito a sopravviverle".

Sono impegnato con la patria e col mio popolo a lottare tutti i giorni. So perfettamente che pur amando come Antonio Maceo i profumi e i fazzoletti bianchi, ho maneggiato il machete nei campi di zucchero di Camagüey ed ho tanto lavorato per il mio paese, e per la gente.

Quando mi vedono passeggiare per le strade dell'Avana, nessuno deve pensare, sbagliando, alla resurrezione di un nuovo Caballero de París al quale guardare con rispetto e simpatia. La sua bohème non è la mia. La mia è diversa.

Mai mi sono vergognato di quello che penso, di quello in cui credo e tanto meno mi vergogno delle mie passioni. Cerco sempre di metterle al servizio della causa superiore.

Negli ultimi 38 anni non si è tagliato un solo albero in questa città senza che non ne avessi discusso, coinvolto in valutazioni e polemiche, che non fossi stato presente...

Forse per questo poche ore fa i Vigili del Fuoco di Cuba e in particolare quelli dell'Avana mi hanno invitato a dire due parole a una loro celebrazione.

Ricordo il giorno di fuoco nella Loggia del Commercio quando la nostra radio e gli strumenti del restauro stavano per andar perduti; qualcuno domandava cosa sarebbe successo se le fiamme avessero trionfato e la risposta è stata:

"Tutto è già pronto per ricominciare da capo il restauro".

La stessa cosa si è ripetuta la notte nefasta in cui è caduta una parte del chiostro di San Francesco ed ho perso uno dei miei più amati collaboratori.

Ogni giorno vengono depositati fiori freschi in quel luogo, perché io non dimentico e cerco di inculcare ai miei compagni di lavoro che è impossibile dimenticare.

Coloro che adesso ascoltano i concerti nella sala della chiesa, ignorano la tensione di quella notte triste che ho condiviso con un pugno di amici.

Se quella notte ci fossimo arresi sopraffatti dallo scoraggiamento, oggi non esisterebbe — almeno con noi — alcun restauro nell'Habana Vieja.

Abbiamo perseverato e non mi vergogno di essere rimasto dentro Cuba.

Sono rimasto dentro e tutti sanno che mi ispiro ad un'etica che ha come un punto di partenza una fonte essenziale: i miei sentimenti cristiani, i miei sentimenti martiani, e il mio fidelismo, perché non mi vergogno di essere collaboratore, amico, compagno e un lottatore legato a Fidel Castro.

Il 5 agosto 1994, quando si è svolto il dibattito più importante tenuto all'Avana dopo i giorni gloriosi del trionfo della Rivoluzione, eravamo dalla sua parte con la speranza di accompagnarlo per molto tempo.

Sorrido dei miei nemici di dentro e di fuori, perché non sono nemici miei.

Sono nemici della mia patria, del mio popolo e della mia gente.

Ringrazio coloro che hanno risposto alla calunnia di chi sosteneva che ero rimasto fuori con le stesse parole di Lucía Iñiguez, madre del leggendario mambí, quando indignata e lucida ha respinto l'inganno:

"Calixto, prigioniero? Non è mio figlio. Ferito in una barella o moribondo? Allora è lui".






Parole di Eusebio Leal pronunciate il 17 maggio 2003 nelle celebrazioni per il Giorno de Vigili del Fuoco, instituito in commemorazione dei pompieri morti nell'incendio della Ferreteria Isasi (Mercaderes y Lamparilla, Habana Vieja).




CUBARTE
Año 3 Número 22 30 de mayo del 2003

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