Cuba

Una identità in movimento


El legado africano a Cuba

Natalia Bolívar Aróstegui Valentina Porras Potts


En el vientre gestor de los navíos negreros se transportaron no sólo hombres, mujeres y niños, sino también deidades, creencias y concepciones. El pensamiento mágico-religioso de las distintas etnias africanas tuvo en nuestras tierras americanas segunda patria. Música, danzas, religión, ética, costumbres de ancestrales culturas arrancadas a la fuerza y trasplantadas no sólo a latitudes propicias, sino también a mentes receptivas en las cuales fantasía y maravilla habían sentado carta de ciudadanía. Y desde luego, los cuerpos primero semejantemente receptivos. La mezcla, la simbiosis, la fusión de elementos conformó, aglutinó y preservó un legado sensible hasta muy actuales días y que une nuestra isla caribeña con un cordón umbilical a la América mestiza con el eco de cientos de años de tambores rituales que repican en su sangre. Tierras de mulateria las nuestras, de finas orejas para el relato de orígenes y patakies, y de rápidos gestos "por si acaso"..., en que yerbas, animales y hombres muestran el perfil definitivo y definitorio de nacionalidades que se identifican por sus rasgos caracterizadores.

Mulata era Cecilia Valdés y no por obra y gracia del Espíritu Santo o de Cirilo Villaverde. Las murallas destinadas a proteger la ciudad de ataques de piratas y corsarios y que separaban la población — blancos adentro, negros afuera — no pudieron impedir que La Habana, ya en el pasado siglo, fuera mulata, en lujuriosas génesis de letras: literaria y religiosa.

Si por las letras u odduns hablan los orishas y éstos, en última instancia, manifestaban el espíritu de supervivencia de las culturas negras, es porque ya — quizás desde aquel inicial descubrimiento de un anchuroso tronco de ceiba o de una erecta palma — orishas, orissas, egguns, güijes y chicherekús habían dejado de pelear con los demonios y confraternizaban sus prodigios salpimentados con sabrosas elucubraciones populares. La eterna imaginación de los pueblos, ésa que talla los más perdurables sueños de la humanidad en la madera sagrada de sus esencias e invita permanentemente al hombre a residir en sus tierras, a través del espejo de los siglos, sustanciaba realidades; ésas, que también constituyen timbre de orgullo nacional.





Tomado de: NATALIA BOLÍVAR ARÓSTEGUI y VALENTINA PORRAS POTTS, Orisha Ayé. Unidad mítica del Caribe al Brasil, Guadalajara, Ediciones Pontón, 1996, pp. 10-11.

Orisha Ayé. Unidad mítica del Caribe al Brasil, Guadalajara, Ediciones Pontón, 1996


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