Cuba

Una identità in movimento


El debate y el Ciclo, un año después

Desiderio Navarro


Ante todo, quisiera decir que el más grande motivo de orgullo para el Centro Teórico-Cultural Criterios en esta ocasión es haber logrado que estas destacadas figuras de la cultura cubana, reconocidos especialistas en sus respectivas esferas, en su mayoría Premios Nacionales de Edición, Ciencias Sociales o Arquitectura, no sólo hayan aceptado la invitación de Criterios a preparar conferencias sobre el tema, sino que hayan satisfecho esa solicitud con una lucidez, profundidad y eticidad extraordinarias en nuestra cultura, dejándonos textos que desde ya son obligados puntos de referencia y consulta para las generaciones actuales y futuras, dentro y fuera de Cuba. Sobre el interés y la demanda despertados por esos textos, debo decir que son más de mil quinientas personas las que los han solicitado directamente por email desde Cuba y el extranjero, y muchos miles más las que hasta el día de hoy, desde numerosos países, los han venido descargando del sitio web de Criterios.

Y quisiera agradecer especialmente la colaboración, por partida doble, tanto de Eduardo Heras León, Premio Nacional de Edición, como de Arturo Arango (ausente de esta mesa por hallarse en México), quienes pusieron todo su reconocido talento y experiencia al servicio del éxito de esta publicación, uno como editor y el otro como co-redactor de la cronología introductoria.

Sobre el libro impreso, quisiera pedir dos disculpas: una a algunas personas que participaron con mensajes electrónicos en el debate de enero, y otra al diseñador de la cubierta.

En la cronología de los mensajes recibidos desde la entrega del Dossier al Ministerio de Cultura y la UNEAC hasta el inicio del Ciclo el día 30 de enero, tratamos de ser lo más exhaustivos posible, pero, como se comunicó en su momento, un hacker borró las listas de correos del Ciclo y todos los mensajes recibidos anteriores al 12 de abril del 2007, o sea, también los mensajes relacionados con el debate y el Ciclo. Aun después de entregado el presente libro, hemos seguido tratando de completar la cronología de esa correspondencia y recientemente hemos podido precisar que también recibimos mensajes de Josefina de Diego, el día 26; y Juan Antonio García Borrero y Belkis Vega, el día 28.

Por otra parte, el color gris del fondo de la cubierta impresa, visualización del gris que califica el Quinquenio y fondo para destaque de los blancos y grises del cuadro de Antonia Eiriz, no es, en el diseño original que aprobamos, claro, sino oscuro. Así pues, no se trata de una deficiencia del trabajo del diseñador Ricardo Rafael Villares, viejo colaborador de Criterios.

La elección de esa obra de Antonia Eiriz para la cubierta no se debe simplemente a que pertenezca a la época que el libro examina, sino a que precisamente el destino de la misma, hoy conservada en el Museo Nacional de Bellas Artes — al que agradecemos la posibilidad de reproducirla —, simboliza, como pocas, el destructivo impacto del Trinquenio Gris en las obras y vidas de artistas, escritores y pensadores: al ser expuesta en el Salón de la UNEAC del año 1969, fue atacada ya desde el discurso inaugural por el entonces Vicepresidente de la UNEAC, y la arremetida subsiguiente tuvo tal impacto en su vida, que Antonia dejó de pintar por más de 25 años, hasta poco antes de su muerte.

No sólo las conferencias recogidas en el libro, sino también muchas cartas de adhesión a los mensajes del 6 de enero — tanto las recogidas en el Dossier del 9 de enero como las no incluidas en él por haber sido enviadas más tarde o haber sido cruzadas en círculos privados — contienen pasajes extraordinarios por su valor tanto conceptual, analítico, como autobiográfico, testimonial. Permítaseme mencionar tan sólo una de las primeras y más profundas y firmes, la de Antón Arrufat, Premio Nacional de Literatura y una de las dos grandes personalidades de la cultura cubana a las que la Feria Internacional del Libro de la Habana rinde merecido homenaje en esta edición. Y permítaseme citar tan sólo el párrafo final que resume magistralmente el sueño de unos pocos y la pesadilla de otros muchos en el imaginario cultural cubano posterior a los 70:

    Cuando comenzó la rehabilitación de los artistas y escritores que Luis Pavón Tamayo intentó aniquilar para siempre, y la política cultural entró en el período de las revolucionarias rectificaciones, y las víctimas del pavonato fueron reconocidas en su valor como creadores, el viejo Ex-presidente se acercó a uno de sus amigos para advertirle, con parecidas palabras a éstas, no te comprometas demasiado con esos que ahora son Premios nacionales, pronto a todo esto se le dará marcha atrás. Extraño pensamiento en un marxista declarado: concebir el tiempo histórico como un eterno retorno.

Ya en aquel momento le escribí a Antón lo que hoy reitero:

    "Mil gracias por ese texto, que tiene toda la fuerza de lo vivido y toda la elocuencia que sólo la literatura alcanza".

En la imposibilidad de citar muchas de esas cartas sin las autorizaciones de sus autores, me limitaré a utilizar en mi intervención algunos pasajes de mis propios mensajes privados a fin de esclarecer algunos aspectos de la recepción de aquella protesta electrónica y del Ciclo de conferencias.

Uno de los primeros intentos de devaluar aquella reacción colectiva fue el de atribuírselo a un "grupo" de intelectuales (denominación a sólo un paso de "grupúsculo" y de "piña"). El 21 de enero, en respuesta a un valiente mensaje de la comunicadora televisiva Loly Estévez, le enfatizaba lo siguiente:

    "... no se trata de un 'grupo' de intelectuales que protestan: su carácter relativamente masivo y su falta de articulación por lazos de amistad, generación, orientación estética, etc. no permite que se hable de ellos como un 'grupo', sino a lo sumo como 'un gran número de' intelectuales".

Lamentablemente, también hubo algunos mensajes — que no sé cuánta influencia real tuvieron — en los que se introducía el mismo tipo de argumentación del Pavonato, afirmando que los que protestaban eran instrumentos del imperialismo por plantear públicamente el problema. El 17 de enero, en carta electrónica a Víctor Fowler, le decía a propósito de uno de esos mensajes:

    "Yo creo que ése es el primer intento de introducir un Leopoldo Ávila que dé una alarma ideológica a todos aquellas instancias y cuerpos (...) cuyo trabajo es cuidar la estabilidad y continuidad de la Revolución".

Y, previendo el posible efecto de la difusión de tales mensajes, agregaba:

    "Hay mucha gente que reacciona pavlovianamente, y no racionalmente, al grito de "Ahí está el enemigo". Reacción pavloviana más fácil de lograr sobre el fondo del antiintelectualismo preexistente".

Lamentablemente, también se puso en circulación una versión manipuladora de las verdaderas demandas de los que protestaron. Varios mensajes, felizmente pocos, sostenían que los que protestábamos éramos vengativos que querían negarle a Pavón el derecho a publicar y participar en la vida cultural, cuando todos sabíamos que sólo estábamos protestando por su destaque cultural y político, rodeado de enormes omisiones, en un programa televisivo de homenaje como Impronta (y lo mismo en cuanto a las reapariciones de Serguera y Quesada). En ningún momento y de ninguna manera, ninguno de los adhirientes negó el derecho de Pavón a seguir publicando libros (derecho que, de hecho, siguió ejerciendo sin protesta alguna — que yo sepa — de ninguno de los críticos de su gestión político-cultural; más aun, ocupó después por largo tiempo el cargo, todavía político-cultural, de Director de Relaciones Internacionales de la UNEAC y, a pesar de lo discutible de la designación, no recuerdo protesta alguna al respecto). No creo equivocarme al afirmar que todos los firmantes de aquellas protestas discreparían enérgicamente si alguien pretendiera negarle a Pavón o a cualquier otra figura mayor o menor del Quinquenio Gris el derecho a participar en la vida cultural y de recibir reconocimiento en conformidad con los méritos reales de su obra. Lo contrario sería convertirse uno mismo en un Pavón a la segunda potencia. Pero, lamentablemente, todavía hoy sufrimos ese tipo de manipulaciones.

Otro tipo de reacción hostil a aquel intercambio de mensajes fue la que condenaba, en bloque y a ultranza, la participación en el mismo de escritores y artistas cubanos emigrados. El 11 de enero, en mensaje a Abilio Estévez, le decía:

    "En relación con tu carta, te diré que me parecía monstruosa la pretensión de algunos aquí de que el que se había ido de Cuba ya no tenía derecho a hablar sobre la gloriosa resurrección de Pavón y compañía, cuando muchas veces fue justamente la política cultural que co-creó y ejecutó Pavón — y continuaron en otras formas y grados Tony Pérez y Aldana después de él — la que determinó o contribuyó, a la corta o a la larga, a que mucha gente — entre ella mucha gente valiosa — se fuera".

Seis días después, la Declaración del Secretariado de la UNEAC titulada "La política cultural de la Revolución es irreversible", consignó y evaluó con claridad esas participaciones:

    "Desde fuera de Cuba, algunos intervinieron con honestidad en la polémica; otros, trabajando obviamente al servicio del enemigo, han querido manipularla y sacar provecho de la situación creada".

Otros reparos estuvieron dirigidos contra el carácter fundamentalmente académico del Ciclo y los supuestos peligros de ellos. En carta a Orlando Hernández, del 14 de enero, le argumentaba así:

    Ahora bien, ¿es dañino o innecesario un debate académico sobre ese período de la política cultural cubana y sus secuelas, supervivencias y recidivas? ¿No es acaso la ausencia de investigaciones y eventos académicos, de toda una literatura académica y no meramente ensayística sobre el tema, con sus descripciones, análisis, interpretaciones, explicaciones y valoraciones, uno de los principales factores causales que permite, entre otras cosas, que ese período y los fenómenos de ese período que sobreviven o reviven en los subsiguientes permanezcan tan desconocidos o inexplicados para tantas y tantas generaciones que no lo vivieron como jóvenes o adultos — como hemos visto en muchos mensajes de estos días?

    Por otra parte, ¿quién dijo que el debate académico supone el silenciamiento de todo debate extra-académico sobre el mismo tema? En primer lugar, ni aun queriendo, tiene modo alguno de silenciarlo, pues no tiene poder alguno, ni medios tecnológicos, para impedir el intercambio y la circulación de mensajes electrónicos que comenzó hace una semana. Todo lo contrario: si el debate académico es serio, y no mera especulación pseudoacadémica, tiene que prestar atento oído a todo el material empírico que sale a flote en esos otros debates, todo el material de ideas y experiencias, de reflexiones y fuentes testimoniales — que en este caso son más que escasas, sobre todo por haber sido silenciadas o autorreprimidas durante décadas. Y la responsabilidad de continuar la discusión de estos temas por unas u otras vías mientras haya motivos para ello, es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros.

Otro de los motivos de crítica en torno al Ciclo, no necesariamente malintencionada, pero muchas veces no comprensiva de la situación, ha sido el acceso a las conferencias. Mencionaré el caso más crítico: Debido a las limitaciones de espacio y la consiguiente necesidad de priorizar la entrada para los consejos nacionales y ejecutivos electos de las asociaciones de creadores y los Premios Nacionales y cuadros principales de los organismos culturales involucrados, en la primera conferencia del Ciclo, el día 30 de enero, se produjo un involuntario "efecto tercera-edad" en la composición del público: en éste había pocas personas menores de cuarenta años, mientras que, durante nueve horas, ante las puertas de la Casa de las Américas había un nutrido grupo de jóvenes creadores y estudiantes universitarios que coreaban sus deseos de entrar, de conocer algo o más sobre un período que ellos no vivieron. Teniendo en cuenta eso, ya el viernes 23 de febrero tuvo lugar un Taller con unos 400 jóvenes sobre "La política cultural de la Revolución", convocado por el Centro Teórico-Cultural Criterios y la Asociación Hermanos Saíz, con la participación de Ambrosio Fornet y otros destacados intelectuales — entre ellos, algunos participantes en la protesta vía email. Aquí en este libro hallarán, como apéndice, las palabras allí leídas por Arturo Arango, que fue el único que le dio formato de conferencia escrita a su intervención. La prensa extranjera no dejó de destacar, una o dos horas después, la inconformidad de los jóvenes con la denegación del acceso a la sala repleta. Lamentablemente, esa misma prensa extranjera no halló conveniente publicar mi explicación y aprobación de esa inconformidad, formuladas en entrevista realizada el 21 de febrero:

    "Es excelente no tener una juventud indiferente, apática, escéptica, apolítica, sino una que quiere escuchar y ser escuchada, entender y ser entendida; que sabe que el socialismo es imperfecto y reversible, internamente destruible por nosotros mismos, pero también que es salvable y perfectible, y que ella puede contribuir activamente a desbrozar y diseñar los caminos hacia ese futuro mejor".

En artículo del 22 de enero, Leonardo Padura introdujo una metáfora muy citada hasta hoy y mucho más exacta que la un tanto despectiva expresión "guerrita de los emails". Entre otras cosas, escribía:

    "Afortunadamente, la bola de nieve que se ha desprendido desde cuatro, cinco emails entre asombrados e indignados está comenzando a colocar a la memoria en su sitio y salvará del olvido las infamias de un pasado urgido de una definitiva solución".
Ya poco después de ese "desprendimiento", han aparecido hasta hoy distintos intentos polémicos de atribuirlo a distintas personas y entidades, a situarlo meses después o incluso años antes, como si lo que realmente importa no fuera que todos los revolucionarios, y aquellos no-contrarrevolucionarios de Palabras a los intelectuales, empujemos esa bola de nieve sin permitir que ella nos aplaste como a tantos perestroikos ingenuos.

Hasta el momento en que el Comandante en Jefe hizo el trascendental señalamiento de la posibilidad de que nosotros mismos — y no ya el enemigo — destruyéramos la Revolución — una destrucción previsiblemente conducente al capitalismo y la anexión —, para la gran mayoría de la población esa posibilidad era absolutamente inconcebible. Lamentablemente, hay algunos hoy para quienes es igualmente inconcebible la posibilidad de la restauración de la política del Quinquenio, que no sería sino otra vía conducente a la destrucción del socialismo y, a la larga o a la corta, la instauración del capitalismo, como demostraron aquellas sociedades eurorientales que hicieron irónica y trágica realidad aquel viejo chiste anticomunista que definía el socialismo como el largo y trabajoso camino del capitalismo al capitalismo.

Los principios de la política cultural de la Revolución Cubana son irreversibles, pero la exégesis y aplicación práctica de esa política cultural es reversible. Afirmar lo contrario sería tan voluntarista como negar la recién reconocida autodestructibilidad de la Revolución. Pero esa reversibilidad no es sólo una mera posibilidad teórica, sino justamente un hecho histórico que ya ocurrió con la práctica político-cultural durante el Quinquenio Gris. Ahora bien, como le decía a Mario Coyula en un mensaje del 12 de enero:

    De lo que si no me cabe duda es que si en el futuro hubiera otro período así que lamentar, ya no sería un "quinquenio gris", sino unos lustros o décadas negras hasta la instauración final del más salvaje de los capitalismos, que es a lo único que a la larga — con transitorias perestroikas o con sombras chinescas — conducen los neoestalinismos.

Y, en relación con el substrato ideológico, cultural y psicológico-social residual en que podría apoyarse tal antiutópica restauración, le decía a Abel Prieto, en mensaje del 17 de enero, lo siguiente:

    "... creo que uno de los problemas es que no somos conscientes de cuánto de "soviético"en el peor sentido (y no de socialista o marxista) se ha vuelto — en cada uno de nosotros, y en la sociedad en su conjunto — estilo de pensamiento ortodoxo, marco mental habitual, automatismo reflejo, modo natural de hacer las cosas".

Desde hace unas dos décadas se está poniendo a prueba la capacidad del Estado cubano de adentrarse en el Siglo XXI sin atavismos y actos reflejos de épocas anteriores, su capacidad de enfrentar, en conformidad con los principios del socialismo, sin apelar a mecanismos autoritarios — tan fáciles como destructivos —, los nuevos retos sociales y culturales que plantea la tecnología informática y comunicacional moderna y lo que se ha llamado ya "la sociedad en red". Felizmente, han quedado atrás no sólo los tiempos en que, para enviar hasta un poema a una revista o concurso en el extranjero, había que entregarlo a la Dirección de Literatura del CNC, sino también los tiempos en que en el aeropuerto, a la salida de Cuba, la Aduana quitaba los diskettes (lo que me obligó en 1991 a perder tres días, encerrado en un cuarto de un hotel italiano, tratando de recordar y reconstruir la conferencia que había preparado para un congreso). Pero también del lado de los usuarios cubanos de las nuevas tecnologías aparecen nuevos problemas de otra naturaleza: en especial los casos de una primitiva e irresponsable falta de respeto de la privacidad y de la confianza de otros en ese respeto. Ahora bien, la extrema falta de ética de los que reenvían un mensaje a destinatarios no escogidos por su remitente inicial — y, lamentablemente, no fueron pocos en el debate iniciado en enero del 2007 — no puede ser utilizada como una justificación para eliminar o coartar el derecho de opinar en mensajes privados en círculos de destinatarios escogidos sin que esos mensajes sean considerados manifiestos o arengas. ¿Acaso en pleno siglo XXI, todo grupo de personas amigas, o afines intelectualmente, o colaboradoras culturalmente, o relacionadas laboralmente, para comentar y criticar entre sí — con sus propios términos y criterios — cualquier problema o decisión cultural o político-cultural, deberían abstenerse de usar el email y, regresando a la era pre-electrónica, realizar sucesivas llamadas telefónicas, o enviarse por correo otras tantas cartas sobre papel, persona por persona? Todos tenemos que prepararnos, no sólo informáticamente, sino también éticamente, para entrar en la era de la sociedad y la cultura en red, en línea.

De las sucesivas conferencias del Ciclo hasta ahora, los momentos más estremecedores intelectual y emocionalmente, han sido dos confesiones de una profunda y desgarradora eticidad — en diametral contraste con las conductas antes mencionadas —, una eticidad que es el único fundamento sólido y perdurable para un análisis objetivo del Quinquenio o el Trinquenio y sus secuelas. El primero de esos momentos es el pasaje autobiográfico en el que el arquitecto Mario Coyula reconoce:

    Es posible que algunos de los impulsores de esa política estuvieran convencidos de que los sacrificios de unos cuantos beneficiarían a toda la sociedad y hasta a las propias víctimas. En definitiva, también los heterosexuales ateos y revolucionarios fuimos víctimas colaterales de aquellos pogroms, porque nos hicieron peores personas. Yo estuve allí, y no me levanté para oponerme. Igual que otros compañeros, pesé los pros y los contras frente al gran proyecto social al que estaba dedicando la vida, saqué balance y callé.

Y el segundo de ellos es el momento, también autobiográfico, en que Eduardo Heras, luego de narrar abusos e infamias sufridos entonces, se vuelve sobre el conjunto de su obra y vida y concluye:

    Y vuelvo a preguntarme: después de 35 años, ¿qué decir? En lo literario, somos una generación frustrada. ¿Cómo podría ser de otra forma? Nuestros primeros textos auguraban una obra considerable en extensión y calidad, y hoy muchos de nosotros apenas hemos podido publicar un puñado de libros que pueden contarse con los dedos de una mano. Seguiremos escribiendo, quién lo duda. Tal vez logremos algo perdurable, pero nunca será igual. El tiempo ya nos ha pasado la cuenta. Y no hay retroceso. Confieso que lo digo sin amargura, ya eso pasó, aunque las huellas quedaron. Sólo dejo constancia de una realidad irreversible. La historia juzgará.

Aunque de una generación posterior, al escucharlo, yo no podía dejar de recordar las palabras con que meses antes, el 11 de enero, había respondido a un mensaje de Abilio Estévez:

    Más que lo que sufrí entonces, me duele imaginar el Desiderio que hubiera podido llegar a ser si en aquellos lustros de mayor capacidad de asimilación y desarrollo intelectual no me hubieran botado sucesivamente del Conjunto Dramático de Camagüey, la revista Cuba Internacional, La Gaceta de Cuba y la Dirección de Literatura del CNC; si no hubieran pasado veinte años entre mi primer premio literario y mi primer libro publicado en un segundo "intento", tres años después de que, ya en pruebas de planas, mandaron a fundir los plomos de un primer "intento" que se había prolongado por cinco años.

Con esas notas de eticidad y de conciencia de la obra increada y perdida irreparablemente, presentes en todas las conferencias del Ciclo de conferencias organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios, quisiera cerrar mi introducción al Ciclo, a ese segundo momento de esa reacción colectiva sin precedentes, centrado en la discusión de las sucesivas conferencias y marcado por la voluntad de recordar, esclarecer, profundizar, explicar, escuchar, comprender y dialogar a fin de hacer valer la verdad histórica y los principios morales que dieron origen y legitiman a la Revolución, para la cual, sin duda, este debate ha sido un muy esperado y verdadero triunfo de su confianza en sí misma y de su madurez.





Página enviada por Desiderio Navarro
(26 de febrero del 2008)



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