Cuba

Una identità in movimento


La Historia en la novela del siglo XIX cubano

Antonio Álvarez Pitaluga


África del norte, Egipto, Imperio romano, año 47 a.n.e Me pregunto cómo Cleopatra y Julio César hubieran cultivado su amor de intensas pasiones sexuales durante una cotidianidad de cincuenta años de unión consensual, en lugar de sus romances de ocasión.

Europa mediterránea, Italia, decadencia medieval, primeros años del siglo XVII. No sería descabellado pensar por un instante que la poción de veneno que debió terminar con la vida de Julieta no fue mortal; entonces ver sentado a Romeo pensando cómo compartir indefinidamente toda una vida junto a la Venus de Verona, una vida donde lo imposible, sello que inmortalizó aquel idílico amor, jamás existiría. Por cierto, ¿cómo habrían solucionado el dilema que ambas familias tendrían al pedirle a la pareja vivir bajo el techo de una de ellas?

Tal vez alguien me diga que estoy equivocado; lo acepto, aunque no convencido del todo. No creo que tan sublimes parejas convenzan al lector de lo que es al amor; no son "ejemplos" en tan complicado asunto. Si ellos han trascendido como encomiables amores de la Historia, es porque la Literatura, o mejor, el hombre, se ha deleitado siempre en recrear la imaginación humana con estos idilios, para soslayar la verdadera esencia del amor: su cotidianidad compartida. ¡Qué curioso, a ninguno de ellos se les puso en el reto de compartir muchos años de vida, aun cuando nuestra rapidísima dinámica actual no existía. A ninguno se le puso frente a la prueba de atravesar la rutina del tiempo. Parecería que la sentencia de Lord Byron "es más fácil dar la vida por la mujer amada que vivir con ella" los marcara para siempre.

Es cierto que cada época elabora y reformula los criterios y conceptos del entorno humano como el del propio amor, el cual a pesar del devenir histórico, casi siempre ha sido más que un idilio de ocasión: consiste más bien convertir lo maravilloso en cotidiano. Como escuché alguna vez a un colega profesor universitario, el amor es el difícil y hermoso acto de la constante y diaria negociación entre dos sujetos. ¡Sí!, negociar en busca de una reciprocidad de todo tipo; negociar para obtener, dar y ceder, para transar amable o dignamente.

La Historia y la novela son, y vuelvo a correr el riesgo de la equivocación, el lúcido ejemplo de que sin estar condenadas a vivir lo que Federico Engels definió como "un aburrimiento mortal sufrido en común y que se llama felicidad doméstica", se puede lograr la maravilla del amor en la convivencia. Por tal cauce quisiera expresar algunas ideas que, desde la posición de un historiador, constituyen razones de peso para que la Historia ame y necesite constantemente a nuestra novelística. O quizás responder a la pregunta ¿qué ofrece la novela colonial al trabajo del historiador? Tal vez en otro artículo sería interesante hacer la misma interrogante en sentido contrario ¿qué ofrece la historia a la labor del novelista? Ambas respuestas son indispensables para la permanente "negociación" entre la Historia y la novela. Tomando como contexto nuestro otrora pasado colonial, nunca dejaré de decir que la Historia una y otra vez debe beber de nuestro manantial literario, para comprender lo que ofrece y da la novela.

Caribe colonial, Cuba, siglo XIX, 1837. Al estrenar aquel almanaque la novela y la historia cubanas iniciaron un largo viaje de amor que llega hasta el presente. Y es que entre ellas siempre ha existido una estrecha relación social desde el surgimiento e incorporación de la novela al desarrollo histórico universal de las sociedades. Como toda creación artística, la novela contiene altos niveles de lo histórico y lo social de su época. La Historia, a su vez, tiene en la novela una fuente impresionante para la codificación de su propio discurso. En ella, los ciclos de pequeña, mediana y larga duración de las mentalidades colectivas reflejan el devenir social: para comprender a cabalidad la doble moral de Pasado perfecto — Leonardo Padura — a fines de los ochenta el recién concluido siglo XX, es preciso haber leído antes Mi tío el empleado de Ramón Mesa y conectar en ambos sentidos cronológicos estos aspectos de la moral humana.

Para los historiadores cubanos pensar la novela de nuestro gran siglo colonial significa poder obtener variada informaciones y análisis del tema específico que se pretenda investigar. En el período que se enmarca desde 1837 — primera novela editada en Cuba — hasta 1898 — fin jurídico y político de la dominación española —, la novela muestra entramados sociohistóricos que salvan su notable pobreza estética; elementos que han sido ya tratados por autores del patio.[1] Se observa que la mayoría de las novelas del período se ubican en los contextos geográficos y escenarios citadinos o rurales del occidentales del país. Y era lógico: el mayor desarrollo económico y social de Cuba desde su iniciación colonial se desbalanceó por razones geográficas, climáticas e históricas hacia el occidente y parte del centro de la Isla. El auge y el desarrollo primero de un sistema de Flotas, después de la plantación esclavista, esta última desde finales del siglo XVIII hasta la segunda mitad del siglo XIX, con fuertes prolongaciones y consecuencias a lo largo de aquella centuria y hasta nuestra actualidad, fueron motivos históricos fundamentales para deducir el porqué de tales tipos de escenarios. Como parte de la continuidad de los ciclos históricos, todavía hoy ese desbalance novelístico está presente, ¿y es que acaso la mayoría de nuestra novela contemporánea no se produce y ubica sus contextos en el occidente, específicamente en la capital?

No voy a detenerme mucho en el origen burgués de la novela, cuyos epicentros se localizan en el advenimiento de la modernidad de Francia e Inglaterra desde el siglo XVII, y que produjo en nuestra novelística un marcado sello burgués-reformista. En la década eclosiva de los treinta la burguesía reformista promovió su nacimiento y desarrollo; y ese reformismo determinó a lo largo del siglo la limitación de rupturas radicales o revolucionarias. Así, Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde; Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda; Mi tío el empleado, de Ramón Meza; Sofía, de Martín Morúa Delgado y otras, navegan en idéntico sentido.

Aún recuerdo la denuncia antiesclavista que, a mi juicio, clasifica como la más extensa en boca de un personaje esclavo de la novela de ese siglo, cuando en Cecilia Valdés la negra María de Regla, en una habitación de la casona de los amos del ingenio La Tinaja, describe en más de ocho cuartillas las vicisitudes y horrores del mundo esclavo frente a las hijas de la señora blanca doña Rosa Gamboa y la futura esposa de su hijo Leonardo, Isabel Ilincheta. Después de escuchar atentamente tal lamento social, todas encontraron la salida con la cual la propia burguesía dotó a la novela: ¡lamentarse en llantos!

Ese denso reformismo condujo a otras particularidades del género. La primera fue el notable vacío de temas netamente políticos relacionados con la vida colonial, que por analogía desemboca en otra: la inexistencia de la novela mambisa. A pesar de que Vía Crucis, de Emilio Bacardí, se desarrolla en el contexto independentista, constituye una excepción que no logra contrariar ese aspecto señalado. La trasmisión de ambas revoluciones anticoloniales — 1868 y 1895 — tuvo que producirse desde una excelente Literatura de campaña, no desde la novela. Y es que a la burguesía como clase hegemónica no le interesó desde su producción cultural dar cabida a un mundo revolucionario que se articuló como antagonista histórico de su propia hegemonía cultural, base de su dominación.

Esto explica por qué puede hablarse de dos grandes etapas editoriales de la novela decimonónica, la primera se extendió de 1837 a 1868; si no es menos cierto que la producción editorial no se detuvo totalmente, la salida de novelas durante los diez años de la guerra fue casi nula. Una segunda etapa reinició la producción novelística desde 1878 (comienzo de la primera postguerra) hasta 1898 (fin del siglo independentista); aunque varios títulos quedaron pendientes y fueron editados con la llegada del siguiente siglo.

La novela colonial es sin lugar a dudas un asidero investigativo de problemáticas sociales para los historiadores. En el decurso de casi esos sesenta años, el elemento social fue determinante y dentro de él su gran baluarte fue la esclavitud, el mundo del esclavo y del negro en Cuba. Los difíciles obstáculos para la integración nacional y otros temas, como el acceso a la educación del negro, se reflejan en Francisco, de Anselmo Suárez Romero, así como el evolucionismo racial con matices autonomistas de Martín Morúa Delgado, reflejado en sus títulos Sofía y La familia Unzuazu, que no pudo concretar en un frustrado ciclo de novelas de espíritu balzaciano llamado Cosas de mi tierra. Sin embargo, se demostró que tales problemas no quedaron varados en 1898, junto a la ideología independentista, y que sí traspasaron y se insertaron muy pronto en el tejido social de la época republicana, a través de una novelística cargada de desesperanza aprendida en los primeros veinticinco años del XX.

También la crítica social enjuicia la doble moral de la época, sobre todo la de los amos blancos, que es la que más amplio tratamiento recibe; mientras que la oveja negra es la prostitución, pues, aunque es criticada de forma severa, no se demuestra un interés por darle profundos márgenes morales y sociales. La doble moral, la prostitución y la hipocresía de antaño, perviven hoy en títulos como Prisionero del agua, de Alexis Días Pimienta y en largometrajes en los que el cine cubano ha sabido dibujar tan bien.

El tema de la mujer refleja, como era de esperar, un siglo de servidumbre y subordinación. Si no es menos cierto que la canalización de las sociedades industriales europeas hacia la fase imperialista expulsó a las mujeres de los hogares y las lanzó al mercado laboral, dándoles el acceso a mayores espacios y reconocimientos sociales. Margarita Gautier, su versión operística en La Traviata, Carmen y la Nora de Casa de muñecas, reclamaron espacios de reformación femenina pero de cuatro, tres mueren en las manos de sus autores: hombres. A pesar de esas rupturas feministas internacionales, el siglo XIX no fue el siglo universal de la mujer. Y en la atrasada Cuba esto no fue parte de la vida colonial.

Frasquito, de José de Armas y Céspedes recoge claramente sin ser su tema central el problema social de bandolerismo, que en sus vertientes urbanas y rural fue uno de los males de todo el siglo del vapor en Cuba. Las famosas partidas de Armona podrán ser conocidas aquí y en otras novelas de posterior factura. No encontraremos la mera descripción del fenómeno, sino su articulación en una sociedad que admite el bandolerismo dada la corrupción del aparato de poder político de la administración colonial.

En tres tipos de escenarios dentro del occidente de la Isla se despliegan los argumentos de nuestra novela: uno de corte general en las ciudades, pueblos, ingenios, cafetales y palenques; otro intermedio en los bailes de blancos y de negros, los paseos y parques, teatros y casas de blancos; finalmente, uno menor y más íntimo que reflejó la vida cotidiana de los actores sociales que indistintamente fueron aportado a la formación de nuestra nacionalidad, de fuerte mixtura transculturada a lo largo del siglo XIX: se trata de la dotación del esclavo, los amos blancos, la administración española, la familia banca y negra, los comerciantes españoles, la pequeña burguesía de color, el campesino, la incipiente clase obrera y la mujer. De estos últimos sujetos, los distintos volúmenes de espacios que reciben a lo largo de las obras muestran las diferencias de división de castas y clases sociales de la época.

Tampoco los historiadores cubanos podrán dejar de tener en cuenta las bases costumbristas de nuestra novela, de estructura romántica y ribetes realistas; aunque sin lugar a dudas la influencia del romanticismo francés fue mucho mayor que el español. Vítor Hugo y su "tropa de asalto" se ponderaran por encima de otras influencias, como la novela histórica de Walter Scott o la propia española. De este orden de influencias, nuestra novela tomó la importante función de representar e informar todo lo posible sobre su sociedad de origen, en un siglo que no contaba con el actual desarrollo tecnológico de los medios de comunicación. La novela en el siglo XIX atesoraba casi todas las posibilidades de conexión e información que hoy pertenecen a la televisión, al teléfono y a la Internet. Pero en el siglo XIX a través de una novela un lector descubría y conocía una sociedad distante geográfica y vivencialmente. Las informaciones de un periódico parisino podían caducar antes que lograsen llegar a cualquier ciudad de América, si es que llegaban; y sin embargo, la novela mantenía casi exclusivamente la frescura de aquellos lejanos universos sociales.

Por otro lado, el propio devenir cronológico de las problemáticas históricas que reflejo esa novela fue mostrando un orden de prioridades económicas y sociales de la burguesía esclavista. Al leer la primitiva versión de Cecilia Valdés, de 1839, descubrimos que la esclavitud no fue su problema central. No es un interés burgués en ese instante. En cambio, para la versión definitiva, editada en 1882, tanto la burguesía como la Isla en general ya han vivido cuarenta años de historia: La Escalera como proceso de decapitación del auge económico "negro", las consiguientes crisis ideológicas del reformismo y la cruenta Revolución del 68; hicieron posible que la pluma muralista — con acentuada impronta social — de C. Villaverde acaparase un gran denuncia antiesclavista. Esta actitud fue el resultado de una coyuntura donde la esclavitud ya fenecía ante los empujes de un desarrollo capitalista, y en la que la forja de un sentimiento nacional a través de una guerra condenaba inexorablemente al látigo y al cepo a su ocaso histórico.

En 1887 Ramón Meza dio a conocer Carmela. La novela que trató por primera vez en la literatura nacional el tema de la emigración asiática, pero su reflejo tenía casi cuarenta años de atraso histórico puesto que la entrada de los chinos en Cuba se remontaba a 1848. Era notable la falta de espacio social e interés que frente a otros temas tenía la emigración asiática. Más distante aún en el tiempo, José de Armas y Céspedes con su obra Frasquito, 1894, tomó los escenarios sociales y políticos del país en 1823 bajo la atmósfera de la conspiración Soles y Rayos de Bolívar. Un tema político tan polémico como este hubo de esperar más de setenta años para ser noveleado. Finalmente, y no por ser el último ejemplo fue el más lejano, sino todo lo contrario, Leonela, de 1887, de Nicolás Heredia, asume como contexto la profunda realidad de la penetración de capitales de los Estados Unidos inmensa en su desarrollo justamente en el mismo año que es editada la novela. A pesar que la trama se ubica antes del 68, sus personajes y parlamentos reflejaron ese complejo tema económico.

O sea, que el tiempo que medió entre los temas y contextos históricos de la colonia y los años de edición de las novelas con sus respectivos tratamientos temáticos, pueden señalar un orden de importancia para la burguesía isleña, su promotora, que ilustra además el uso y tratamiento que hizo como clase social de la historia nacional.


La novela como fuente histórica

Desde el nacimiento de la modernidad burguesa, catalizada por las eclosiones revolucionarias de Norteamérica y Francia en 1776 y 1789 respectivamente, una internacionalización de la literatura aderezó nuestro complejo desarrollo histórico y social hasta el presente. La producción mundial de la literatura en los últimos 225 años ha sido el reflejo vivo del hombre y sus sociedades en una filigrana de particularidades o generalidades de acontecimientos históricos y universales bajo diferentes estilos, corrientes o expresiones artísticas y literarias. Del neoclasicismo dieciochesco al copioso romanticismo — que en 1848 con las revoluciones burguesas europeas, profusas en triunfos burgueses y decepciones proletarias, y en las que ambas partes aprendieron sus respectivas lecciones históricas — fue trazado el largo camino que recorrió la novela decimonónica. El estilo de vida y pensamiento románticos que lideró la columna intelectual del grupo (Víctor Hugo), comenzó a entregar el cetro a un realismo crítico que desde 1870-71 hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, desplegó una profunda huella creadora con alternativas parnasianas, simbolistas, naturalistas e impresionistas. Pero el primer holocausto universal de la pasada centuria produjo un repensar de la existencia humana, que en la literatura, el Vanguardismo de los finales del veinte y principios del treinta trazó las construcciones artísticas para nuevos géneros modernistas. Éste ha sido, en trazo aglutinador, el largo sendero sociohistórico que ha desbrozado la literatura en las dos centurias y medias señaladas.

A los historiadores nos ha interesado, dentro de ese vasto espectro literario, el curso y desarrollo de la novela. En ella nos hemos apoyado — tal vez como en ningún otro género — para corroborar discursos, polémicas o nuestras siempre relativas verdades; es decir, para muchos de nosotros la novela ha sido fuente primaria que complementa y coadyuva en la faena diaria del quehacer profesional. No obstante, todavía una pregunta queda sin responder dentro de la temática que ahora me motiva a escribir este breve ensayo, ¿qué problemas y recursos históricos (fuentes) pueden encontrarse y utilizarse en la novela colonial cubana? En una rápida agrupación pudiera pensarse que:


  • El estudio de estilos, corrientes y teorías literarias en boga (según la época y año de edición) con ajustes a estilos románticos, costumbristas y matices realistas que permiten conocer formas de pensamientos y proyecciones ante la vida y la sociedad de hombres reales y personajes ficticios. Sin descuidar la perspectiva de que no siempre es válido acercarse al pasado con códigos del presente, la novela da la posibilidad de "vivenciar" las asunciones sociales y mentales del pasado en las conductas y modos de vida de otrora.

  • Existe en la novela una vinculación entre la Geografía y la Historia. Esa relación permite establecer la evolución histórica de nombres o denominaciones geográficas en un período de tiempo. Tómense varias novelas que contengan estos elementos toponímicos en abundancia, editadas en años ascendentes o descendentes, y se podrá seguir el mantenimiento y evolución de la toponimia de una región o país específicos, del clima, de accidentes geográficos, de paisajes urbanos y otros; es la relación multidisciplinar por la cual Fernand Braudel abogó para interpretar la historia.

  • Otro asunto también es de gran utilidad al historiador: los temas económicos son muy bien trabajados. Los mundos de la plantación esclavista, pletóricos de particularidades, vistos en la producción azucarera y cafetalera, apoyarán o inducirán al conocimiento de los postulados de la historia económica. La evolución nacional del ferrocarril como termómetro socioeconómico constituye un ejemplo a señalar. En Cuba las lecturas económicas desde la novela han tenido reconocimientos y resultados editoriales publicados desde hace algunos años, como fue el caso de la tesis doctoral del profesor Enrique Sosa a fines de los setenta.

  • Es difícil no pensar en los temas relativos a la esclavitud y sus complejísimos entramados sociales, raciales y culturales, cargados de informaciones y enfoques históricos: las diferencias sociales, las barreras mentales en torno al problema negro, las burguesías de "color", el cimarronaje, la cultura y los cultos religiosos católicos y africanos, la trata esclavista, las redes y estrategias sociales para sobrevivir e insertarse en los espacios sociales, son parámetros de estudios bien definidos en la novela colonial.

  • El estudio de la sociedad a través de los estudios de familia es otra importante mina de conocimientos junto a problemas de corte urbano y rural como la corrupción, el juego, la prostitución, las costumbres y modas, los hábitos alimenticios, el bandolerismo citadino o campestre, las clases sociales y sus diferenciaciones.

  • Algunas novelas se apoyaron en fuentes orales, se escribieron desde testimonios, relatos y narraciones que llegaron al autor tras años de trasmisión generacional (Frasquito). Las fuentes documentales, presentes con muchas frecuencias en el andamiaje de las obras, muestran informaciones históricas que a veces son difíciles consultar en archivos y textos. La lectura de esas fuentes primarias en la novela pueden diseñar los algunos criterios del historiador en su trabajo. Por razones temporales relacionadas con el deterioro, la destrucción del papel o la pérdida, disímiles documentos históricos hoy ya no existen. Y es aquí donde la novela se lleva los lauros, como faro del conocimientos; incluso, hay documentos e informaciones que solo es posible encontrarlos en ella.

  • Sucede algo semejante con las fuentes publicísticas: muchos datos y referencias fueron tomadas de tales fuentes. En la novela se suele encontrar periódicos y revistas con sus fechas precisas de edición. Otras fuentes, las pictóricas, descritas e interpretadas aquí permiten también reconstruir personajes y hechos históricos. Es probable que algunas de esas creaciones artísticas ya no existan o se desconozca su destino actual; pero si es posible consultarlas, se podrá confrontarlas con los textos de referencias. En esa dirección es pertinente atender la intencionalidad del uso de colores y trazos como bases de posible lecturas históricas. Finalmente, el historicismo es otro recurso muy empleado. Las amplias menciones y reseñas de figuras y personajes dan informaciones interesantes.

El historiador debe eliminar la anquilosada idea de verse así mismo trabajando frente a documentos de archivo como "únicas" fuentes fiables de labor. La producción contemporánea de saberes necesita pretender todas las fuentes de información y análisis. Esa aspiración consiste también en estar dispuestos a amar a la novela. La relación social entre la Novela y la Historia es el amor de lo posible que, sin contratos firmados en papeles, pervive en el tiempo. Amor sin cobardías ni medias tintas, por que si no, ni a ese amor ni al historiador


"... el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar".




    Nota

    1. Para un estudio especializado de la novela en Cuba es recomendable la consulta de trabajos al respecto de autores como: Esteban Rodríguez, Roberto Friol, Lisandro Otero, Imeldo Álvarez, Enrique Sosa, Mary Cruz, Denia García Ronda y otros.






    Dr. Antonio Álvarez Pitaluga
    Profesor de Historia en la Universidad de La Habana



Tomado de: Revista Upsalón, Cuba, Universidad de La Habana, Facultad de Artes y Letras, no 2, 2004, pp. 56-59





Página enviada por Antonio Álvarez Pitaluga
(10 de diciembre de 2009)


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