Cuba

Una identità in movimento


Pablo y Miguel: Cronistas soldados

Denia García Ronda


Centro Cultural Pablo de la Torriente BrauUn periodista cubano, un campesino español. Pablo de la Torriente Brau y Miguel Hernández. Nada parecía unirlos: ni la nacionalidad, ni el carácter, ni la experiencia de vida, ni la extracción de clase. Los unió la épica resistencia por la República española y su coincidencia en el legendario 5º Regimiento. Pero más que la guerra, más que su vinculación con la literatura, los hermanó su humanismo, su pasión por la justicia social, su coherencia entre su pensamiento y su acción, el carisma mutuo que se manifiesta entre personas que intuitivamente se saben semejantes.

Por esos azares de la vida y de la muerte el trabajo de cronistas de la guerra civil española de ambos escritores devino símbolo de herencia heroica: Pablo cayó abatido en diciembre de 1936, Miguel comienza su trabajo de cronista de la guerra en enero de 1937, como si el alicantino recogiera la bandera del cubano, como si quisiera no dejar morir del todo a quien fuera no solo su camarada en los trajines de comisario político, sino, sobre todo, su amigo entrañable, a pesar del corto tiempo en que se conocieron y trataron. "Yo lo quise mucho", le diría Miguel Hernández a Nicolás Guillén, refiriéndose al héroe de Majadahonda.[1]

La afinidad de Pablo y Miguel se demuestra, a más de en sus acciones, en las ideas que se concretan en el periodismo de guerra que ambos desarrollaron. Pablo llegó a España como periodista y se hizo soldado. Miguel entró en la guerra como soldado y se hizo periodista, pero en verdad los dos fueron ambas cosas de manera cabal.

En menos de tres meses, desde su primera crónica hasta la última, fechada el 21 de noviembre de 1936, Pablo de la Torriente escribió catorce crónicas desde España.[2] Un número similar aparece en Crónicas de la guerra de España, de Miguel Hernández,[3] si descontamos aquellos textos que tributan a la propaganda revolucionaria, o se trata de reflexiones sobre distintos aspectos, ya históricos, ya inmediatos, alrededor del momento que vive España. Es difícil, sin embargo, separar en géneros su periodismo, como es difícil, y quizás inútil, separar de sus crónicas las cartas que enviaba Pablo sobre los acontecimientos españoles.

En tanto verdaderos revolucionarios, la acción y la letra no estuvieron nunca separadas.

Como tampoco el humanismo que se manifiesta en sus escritos. No cabe en ellos totalmente la denominación de "corresponsales de guerra", aunque escribían para determinados periódicos, porque, además de ser participantes en él, no les interesaba tanto aunque lo trataban describir el hecho bélico per se: las batallas, las bajas, las estrategias, sino verlo desde los hombres y mujeres que lo ejecutaban, desde los objetivos de cada hombre o mujer para estar luchando, pero también desde sus ilusiones, anhelos, contradicciones, esperanzas, su personalidad y hasta su físico. Privilegian las individualidades o el personaje colectivo que hace la guerra, no la frialdad de los datos militares.

Su comunidad, más que factual, ideológica, se manifiesta en varias de las reflexiones de ambos intelectuales revolucionarios. Por solo mencionar un ejemplo, el concepto de héroe de ambos tiene más de un punto de contacto. El valor, tan caro a los dos, en tanto luchadores en condiciones de extrema violencia, no es, sin embargo, para ninguno de ellos, la única condición, ni siquiera la más importante para el otorgamiento de la condición heroica.

Para Pablo como manifestó en muchos textos anteriores a su estancia en España, el verdadero heroísmo va más allá de un acto de valentía o de resistencia; sino que su sujeto, el héroe, está movido por determinados atributos morales y sociales, como la abnegación, el desinterés, el sacrificio, la decisión, el ímpetu, la constancia, el servicio a la justicia, el entusiasmo y, sobre todo, la utilidad, la entrega a una causa, el convencimiento de por qué lucha, lo que se puede resumir en el término autenticidad.

Por su parte, Miguel se pregunta:


"¿Quiénes son los héroes?".


Y se responde:


"Entiendo por heroísmo un movimiento del corazón que arrastra el mayor peligro por defender y salvar desinteresadamente algo que ocupa lugar en la pureza de los sentimientos". Juzgando la rigurosa defensa de una tropa enemiga, dice que "se les puede considerar valientes, pero para ser héroes andan demasiado manchados de sucios intereses [...] El héroe actúa por el impulso generoso, no por una mala pasión, aunque sea sin armas".[4]


Pablo de la Torriente ha afirmado: "Ningún héroe es verdadero si no es más grande en la muerte que en la vida, si no queda más vivo que nunca, después de su muerte. Si no es capaz de engendrar alientos en los que no lo conocieron sino por la leyenda, que es la única historia de los héroes verdaderos".[5]

O sea, que el heroísmo tiene una carga ética indispensable. Ética que, como se sabe, compartían Pablo y Miguel, y la buscaban en los personajes que les sirvieron de fuente a sus crónicas.

El pueblo español, en defensa de la República, les da suficientes sujetos y acciones heroicas. Ambos escritores reconocen lo que esto ha significado para su propia experiencia de vida y, por tanto, para su obra periodística. Pablo, que ha sido testigo o ha participado de experiencias extraordinarias, jerarquiza, entre todas ellas, la emoción que le produce la gesta española:

Yo he visto ya, dentro y fuera de la revolución, cosas emocionantes e inolvidables. Pero yo no sabía hasta qué punto podía llegar la emoción de una masa revolucionaria. Yo he visto demostraciones del Primero de Mayo, en Nueva York. Yo he visto los mítines de Union Square y los del Madison Square Garden. Yo he visto las demostraciones populares de La Habana [...] He visto a un hombre bajo el paroxismo revolucionario, disparar con su revólver contra los barcos de guerra yankees en la bahía de La Habana [...] He visto a un hombre, bajo el pánico, huir del linchamiento de una multitud justamente furiosa. He visto la cara de un policía acobardado, delante de mí. Y he visto sonreír a un compañero moribundo. Mi memoria es un diccionario de recuerdos indelebles. Pero yo no sabía hasta qué punto podía llegar la emoción de una masa revolucionaria.[6]

Miguel, por su parte, dice emocionado sobre la resistencia de su patria:

Medio año hace que está metida en las trincheras España; medio año hace que está defendiéndose de Italia y Alemania, y no es posible defenderse con más grandeza, sencillez y heroísmo. Italianos y alemanes asesinos, y asesinos del fascismo, han tenido tiempo de comprobar que aquí se lucha y se muere con la cabeza en alto...[7]

Pero ese pueblo que se defiende no es una masa informe, abstracta; son hombres y mujeres de carne y hueso, con todos sus atributos. Aunque lo que se destaca es el valor heroico de cada combatiente, la perspectiva de los dos cronistas incluye sus limitaciones y errores, sus miedos y desesperanzas, así como sus personalidades y sentimientos, y aun su físico.

Las crónicas sobre las mujeres soldados pueden servir de ejemplo a esa comunidad de enfoque entre Pablo y Miguel. En "Rosario y Felisa", que forma parte de la crónica "Hombres de la Primera Brigada Móvil de Choque", Miguel Hernández presenta a estas dos muchachas como lo que son: al mismo tiempo bellas y combatientes activas; no hay paternalismo y mucho menos machismo en su descripción; no hay asombro porque sean mujeres y hagan "tarea de hombres", sino admiración por su actitud y su belleza: "Las dos son muchachas de dieciocho años; aquella morena de ojos negros y esta morena de ojos transparentes", dice el cronista, pero lo que jerarquiza es su actuación y su conciencia revolucionaria. De Rosario, expresa:


Rosario tiene un temperamento fogoso que ha desahogado en el Guadarrama haciendo bombas y arrojándolas al enemigo. La avergüenza que muchas mujeres vayan a presumir y a mujerear a las trincheras. La dinamita le ha comido la mano derecha, y ella dice que aún tiene la izquierda para seguir haciendo bombas [...] Es más útil con la sola mano que le queda que muchos hombres con dos y con fusil.[8]


Y termina con una expresión que retrata fehacientemente su perspectiva sobre la mujer. Miguel cuenta que ante la negativa de Campesino, su jefe, a que se acerque a las trincheras, Rosario exclama que le da "rabia no ser hombre", y el cronista concluye:


"Y la he visto más mujer que nunca".[9]


De la otra joven dice que


"... trabaja mucho y siempre parece andar envuelta en el resplandor del agua mediterránea de sus largos ojos".


Funge como secretaria de Campesino, y


"... va a todas partes con su máquina de escribir en la mano, y no interrumpen su escritura ni las bombas que la rodean de continuo, ni los obuses que entran de cuando en cuando hasta la habitación en que imprime las palabras del Campesino...".[10]


Pablo, por su parte, en la crónica "Cuatro muchachas en el frente", también destaca las acciones y la voluntad de las mujeres, muchas veces más conscientes que los hombres.

Soledad [15 años] ahora es la encargada de la oficina de reclutamiento de milicianos para ir al frente [...] Casi todos son jóvenes. Y si alguno quiere decir algún piropo, Soledad le recuerda:


"Mira que yo ya estuve adonde tú vas ahora".


Y los jóvenes se van, avergonzados.[11]

Como en el caso de Miguel, el objetivo de Pablo es destacar la capacidad física e ideológica de la mujer para enfrentar los avatares de la guerra, y cómo la Revolución le ha dado la oportunidad de demostrarlo.


¡Maruja, Libertad, Marina y Soledad!
Cuatro muchachas del frente.
Cada una de ellas tiene una vida.
La mayor apenas tiene dieciocho años.
Maruja es madrileña; Libertad, mallorquina; Marina y Soledad son catalanas.
Maruja tiene dieciocho años.
Es la mayor de todas [...]
Es pequeña, casi rubia, de grandes ojos infantiles.
Le mataron el novio, y el hermano cayó ametrallado en la sierra de Guadarrama.
Morirá en la montaña vengando a sus muertos.
Ella dice que es la única manera de recordarlos.
Y no siente el temor de la muerte.
La vio tan pronto y la ha visto tan pródiga, que para ella ha perdido el prestigio del misterio.
Es una muchacha del frente.
[...]
¡Maruja, Libertad, Marina y Soledad! Cuatro muchachas, bellas muchachas, sangre de la Revolución.[12]


Es significativo, pero nada extraño, que ambos cronistas se apoyaran en la literatura de donde provenían. Aunque los dos ofrecen información sobre los acontecimientos que están viviendo, al estilo del reportaje, en Miguel el lenguaje es más poético, con similar carga de sentimiento que en su poesía. En el caso de Pablo el estilo es más desenfadado, casi cinematográfico, en ocasiones humorístico, y con rasgos de lenguaje ya mostrados en su obra narrativa.

Estas similitudes y diferencias de estilo se pueden ejemplificar en la descripción que cada uno hace de El Campesino, el legendario jefe de la Primera Brigada Móvil de Choque. Miguel dice:


"Varón de Extremadura, se levanta contra el cielo ensangrentado de la guerra como un bloque viril y puro. Lo veo como un herrero forjador de temples heroicos, victorias, verdades y justicia. Su presencia da fortaleza y su aliento austero derriba como un huracán las debilidades y los robles que se le ponen por delante".[13]


En el caso de Pablo, dada su nunca negada vocación por la aventura, el retrato de este héroe popular demuestra una eficaz conjunción del cronista revolucionario y el escritor amante de acción y audacias. En "Campesino y sus hombres" lo llama "hombre de novela", aunque pudiera haber dicho también de cine, porque la narración de sus acciones tiene todas las características del lenguaje cinematográfico:


"Algún día, alguien podrá escribir un libro famoso sobre este hombre excepcional que se pasea entre las balas con la aparente indiferencia del apicultor que cruza sin alarmarse por entre los panales irritados de las abejas".[14]


Como he tratado en otros textos, Pablo distinguía entre caudillo y héroe popular. En "Campesino y sus hombres" utiliza esta distinción, y podemos decir que acuña el epíteto para la historia. El héroe popular, además de luchar hombro con hombro con los demás, se gana el prestigio entre sus compañeros mediante el ejemplo, y si es jefe, con el don de mando y la confianza de sus hombres, pero igual que los héroes en general, el popular en la estimativa de Pablo tampoco tiene que ser un dechado de virtudes. De Campesino dice que


"... es el héroe popular por excelencia, con todas sus exageraciones, defectos y virtudes".[15]


Aunque Miguel Hernández no utiliza expresamente el epíteto, sus narraciones refieren a héroes populares, como el propio Campesino, José Aliaga, Candón, Manuel Moral, "Chocolate", y tantos otros, ya sean jefes o simples milicianos. El retrato de Chocolate es demostrativo de la simpatía y admiración que le merecen estos héroes.

Lleva escrita en la frente la palabra "audacia", y siempre anda con los labios revueltos de malhumor. Insulta a todos los conductores que encuentra por las carreteras. Los facciosos le han tenido varias veces cerca de sus uñas. Pero Chocolate se da tal maña en esquivar el bulto del coche, con el del Campesino y el suyo propio, que los rebeldes quedan siempre corridos y asombrados de su intrepidez.[16]

Pero tanto para uno como para el otro, el mayor héroe popular es el pueblo mismo, el sujeto colectivo que hace la Revolución. Miguel, por ejemplo, narra emocionado la defensa de una sierra de Medellín, en el frente de Extremadura, por un grupo de campesinos, casi sin munición: Los treinta campesinos, como uno solo, descargan sus fusiles. Los doscientos caballos que galopaban a coronar la pequeña sierra de Yelves, retroceden con sus doscientos jinetes. La Infantería que le sigue también retrocede. Durante cinco horas, con las municiones contadas, los veintinueve fusiles y el ametrallador, manejados por unos hombres dispuestos a todo, contienen las insistentes arremetidas del enemigo.[17]

También en el centro de la atención de Pablo está el pueblo combatiente. Su interés se manifiesta, muchas veces, a través de las voces de muchos de sus integrantes. Desde su llegada a España, observa, escucha, conversa. En una carta del 25 de septiembre, o sea, recién llegado a Madrid, confiesa:


"Quisiera no tener que escribir por ahora, porque escribir me lleva el tiempo que necesito para ver".


Y más adelante:


"Mientras tanto, hablo con el pueblo, que es lo más que me gusta".[18]


Por eso, en sus crónicas prevalece la entrevista, el dejar decir a los protagonistas.

Héroes populares fueron también Miguel y Pablo en la guerra civil española. Héroes que pusieron su vida a disposición de la causa en la que creían, no sólo porque tenían la seguridad en el éxito de las fuerzas populares españolas, sino porque ambos consideraban que en España se estaba jugando el destino de la Humanidad. En "Para ganar la guerra", Miguel alude a la responsabilidad española para el futuro de los pobres de la tierra:


La España joven y jornalera, la del trabajo excesivo y el pan menguado, tiene la suerte, que no la desgracia, de vivir estos días de duro encuentro entre dos mundos: el del explotador y el del explotado. En tierras españolas se verifica el fatal movimiento, y a los trabajadores de estas tierras les toca decidir la perdición de uno de estos mundos: el que tienen enfrente erizado y podrido. Y la decidirán. A costa de sufrimientos y muertes, pero con el orgullo y la alegría de que esas muertes y esos sufrimientos evitarán millones de llantos, serán campo de labor de todos los trabajadores del universo.[19]


Por su parte, Pablo de la Torriente expresa, en varias cartas, su consideración de la importancia mundial de la Revolución española. En una de ellas resume su criterio:


La importancia de la revolución española es mundial, y la guerra europea puede desencadenarse con ella; con respecto a Cuba, hay evidencia de la lucha del pueblo contra el ejército y por su liberación y por la conquista de todo lo que se la detentado sin razón ni derecho. En la América Latina y aquí [se refiere a los Estados Unidos], nada se te ocultará de cuánto puede representar. Allí hay hoy pendiente este enigma: fascismo o socialismo. Y el triunfo de cualquiera de ellos modificará la política europea y del mundo.[20]


"Me quedaré en España, compañero", dice Pablo en el poema que a él dedicó Miguel. Y allí quedó en la muerte, con la serenidad que vio en su rostro el poeta amigo. Miguel sobrevivió a la guerra, para sufrir cárcel y cárcel, en espera de una muerte anunciada, también con la serenidad de quien sabe cumplido su deber. Ya lo había considerado: "Cantando espero a la muerte", había dicho en un poema. Ahora en medio de las múltiples prisiones, triunfa sobre sus carceleros:



No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.

Pablo de la Torriente Brau y Miguel Hernández, paradigmas de autenticidad revolucionaria, de intelectuales orgánicos al pueblo, fueron hechos con la sustancia de los héroes verdaderos. No sólo han quedado en España, sino en la voluntad de los que aspiran a un mundo mejor.




    Notas

    1. Nicolás Guillén, "Un poeta en espardeñas", Prosa de prisa, La Habana, Ediciones Unión, 2002, t. 1, pp. 88-93.

    2. "Des avions pour l'Espagne!" (10-09-36), "Barcelona bajo el signo de la revolución" (20-09-36), "El Partido Socialista Unificado de Cataluña" (28-09-36), "La aviación en la guerra de España" (28-09-36), "Cuatro camaradas del enemigo" (15-10-36), "Un alcalde de la revolución" (18-10-36), "José Díaz, Secretario General del Partido Comunista español" (23-10-36), "En el parapeto. Polémica con el enemigo" (29-10-36), "We are from Madrid" (30.10.36), "La U.G.T. un resorte de la revolución" (03-11-36), "Campesino y sus hombres" (21-11-36), "Polizones del Magallanes" (no fechada), "Cuatro muchachas en el frente" (no fechada), "Francisco Galán, un general de las milicias españolas" (no fechada). Véase Pablo de la Torriente Brau, Cartas y crónicas de España, La Habana, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 1999, pp. 159-261.

    3. Miguel Hernández, Crónicas de la guerra de España, Barcelona, Flor del Viento Ediciones, 2005.

    4. Ibídem, p. 94.

    5. Pablo de la Torriente Brau, "Hombres de la revolución", Páginas escogidas, La Habana, Impresora Universitaria André Voisin, 1973, p. 333

    6. PTB, "We are from Madrid", Cartas y crónicas..., ed. cit., p. 130.

    7. Miguel Hernández, ob. cit., p. 37.

    8. Ibídem, p. 44.

    9. Ídem.

    10. Ídem.

    11. PTB, "Cuatro muchachas en el frente", Cartas y crónicas..., ed. cit., pp. 188-189.

    12. Ídem.

    13. Miguel Hernández, "Hombres de la Primera Brigada Móvil de Choque", Crónicas de la guerra de España, ed. cit., p. 44.

    14. PTB, "Campesino y sus hombres", Cartas y crónicas..., ed. cit., p. 261.

    15. Ibídem, p. 255.

    16. Miguel Hernández, "Hombres de la Primera Brigada Móvil de Choque", ed. cit., p. 46.

    17. Miguel Hernández, "En el frente de Extremadura", Crónicas de la guerra de España, ed. cit., p. 65.

    18. PTB, "Carta a Jaime Bofill (25-9-36)", Cartas y crónicas..., ed. cit., p. 79.

    19. Miguel Hernández, "Para ganar la guerra", Crónicas de la guerra de España, ed. cit., p. 32.

    20. PTB, "Carta a Ramiro Valdés Daussá" (Nueva York, 4-9-36), Cartas y crónicas..., ed. cit., p. 45-6.




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Página enviada por Centro Cultural "Pablo de la Torriente Brau"
(21 de febrero de 2010)


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