Cuba

Una identità in movimento


Prisionero

Sandor Arzola Ortiz


Finalizó bien, mi grupo, el cuarto semestre del bachillerato, por tanto, se hizo una fiesta en la casa de uno de nuestros compañeros. En la celebración, cada cual vestía a su manera. Yo, de traje muy serio lo que me daba un toque de distinción.

Disnubia de sirvienta. Ella, por cierto, andaba para arriba y para abajo con su "pequeño" de trece pulgadas bajo el brazo.

Su indumentaria blanca y negra y su cofia también como la nieve, la hacían parecer, además de su boquita pequeña y bonita que siempre torcía en forma de trompita, una niñita putica.

Todos se hallaban inmersos. Unos comían cake, algunos, panecillos, otros, tomaban refrescos, y la mayoría de los varones se dedicaba a cogerle los traseros a las hembras.

Cuando el bullicio era mayor, cuando la alegría alcanzaba su punto, cuando la algarabía hacía que casi nos mandaran a callar los vecinos de tan refinado barrio o denunciaban a la policía, Disnubia encendió su equipo y nos llamó diciéndonos:


"Miren chicos, dejen su orgía y vengan a vernos anunciados por la TV, nuestra actividad está siendo televisada".


Para que fue aquello. Primero los que comían cake, dejaron de hacerlo. Los que comían panecillos, los que tomaban refrescos. Los que palpaban las nalgas de las féminas, igualmente se detuvieron, eso si, con la desaprobación de ellas; en fin, que los presentes se paralizaron un segundo; pero acto seguido se arrojaron sobre el televisor de Disnubia.

Comenzó el forcejeo por ver el aparato y unos se lo quitaban a los otros. En medio de esa rebatiña, fue la masa acercándose al balcón en que nos "desarrollábamos" y de repente, de las manos de uno de los chicos en las que se encontraba el televisor, escapó éste y voló por los aires hasta chocar contra la acera. La muchachada quedó nuevamente paralizada y Disnubia, creyendo que su "transitorizado" se había hecho añicos se convirtió de repente en un ser diabólico y abriendo los brazos, emitió un grito estridente que llegaba a lo ensordecedor el cual hizo que por completo los varones de la fiesta, salieran despedidos por encima del balcón y cayeran desde los casi nueve metros de altura, matándose todos por su puesto pues ninguno aterrizó de pie y el que lo hubiese hecho, hubiera quedado de seguro inválido.

Las muchachas, que fueron las que no participaron en la revuelta y las únicas sobrevivientes, sin contarme, vieron conmigo como se abría el techo y asomando la cara Lucifer, al que reconocimos al instante, le decía a Disnubia:


— ¿Ves, querida? Te dije que ese muchacho no era curioso, que era todo un caballerito, que no se lanzaría sobre tu TV, ahora ve y recógelo que está allá abajo enterito.

— ¿¡Ah, sí!? ¡Yo pensé que se había quebrado por completo!

— ¿Cómo nuestro diabólico televisorcito se rompería?, ve y búscalo, anda.


Tras la orden del demonio, que fue a cumplir su esposa, quedé junto a las chicas, a solas con él. Lucifer mirándome muy a los ojos, estirando el cuello desde la abertura en el techo hasta quedar su cara muy pegada a la mía, me dejó escuchar, hecho yo un temblor, su orden que decía así:


— Te vas con nosotros, querido. Serás nuestro criado por ser el único de tu grupo que resultó caballero.

Y tras el grito mío de: "¡Auxiliooo!" — el íncubo me arrastró al infierno...








Página enviada por Eliécer Fernández Diéguez
(4 de junio de 2008)


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