Cuba

Una identità in movimento


Música mulata

Marcelo Pogolotti


Las corrientes sociales y económicas que obligaban al país a pensar con angustiada preocupación en su propio rescate, indujeron a fijar más la mirada cultural en lo autóctono. La tensión del crítico y musicólogo Alejo Carpentier y de los compositores Amadeo Roldán y García Caturla fue absorbida, sin perder de vista las tendencias generales de la nueva estética, por los abundantes tesoros inéditos que podía ofrecer la versión popular, pletórica de nuevos matices, del venero africano yacente en la población negra y mestiza. Fernando Ortiz, que desde el nacimiento de la república había previsto la importancia cultural de ese grueso núcleo étnico, fue el impulsor del referido movimiento, alimentándolo con sus copiosas investigaciones.

Como coronación de sus apasionadas cuanto pacientes y acuciosas indagaciones que comprenden varios imponentes volúmenes, publica en 1951 un lúcido estudio titulado Africanía de la música folklórica de Cuba, donde se advierte con toda claridad el sello del autor, tan atinado en la acuñación de neologismos técnicos que ha ejercido un influjo en la terminología universal, conforme lo ilustra la palabra transculturación, por él creada, y que ha sido ya largamente empleada por escritores de distintos países. Esta contribución suya al esclarecimiento de nuestro pasado musical presenta un carácter polémico, como es fuerza que así suceda en la etapa inicial de toda tarea indagatoria, bien que prolija, en que los criterios no están todavía consolidados por tratarse de una ciencia nueva.

Gracias a ello, empero, el lector puede disfrutar en mayor medida del ingenio, de esa gentil ironía, de la peculiar agudeza de este autor que pone directamente el dedo en la llaga, pero haciendo cosquillas a fin de atemperar el dolor, y que pudiéramos calificar de "don fernandismo" al igual que de "arcinieguismo" la alegre bonhomía del ensayista e historiador colombiano. De todos modos, allí queda demostrado que la erudición puede ser seria al par que amena.

Este libro contiene toda la genealogía de la rama africana de nuestra música actual, desde su prehistoria en el continente negro. El producto que ahora tenemos es propio, distinto, vernacular, aunque cuenta con gran acopio de variantes, cuyas raíces arrancan de las más dispares regiones de Europa, África e incluso Asia. Fernando Ortiz se contrae a lo afrocubano, que él denomina con gracia "música mulata" y si bien hoy día toda la música del mundo es mestiza, el autor quiere destacar con ese término el sabor específico de lo nuestro, cuidando bien, sin embargo, de subrayar que, al revés de lo sustentando por Sánchez de Fuentes, no perdura el menor rastro indio.

Al contraerse Fernando Ortiz a las influencias africanas, concentra sus pesquisas en los barrios de las grandes ciudades donde quedó depositado el sedimento de las corrientes originarias, y se mofa de quienes han buscado con escaso provecho entre las poblaciones dispersas del interior de la república. Aunque parezca paradójico, la tradición de los ritos afros pervive más en los centros populosos.

La óptica del autor es vasta y profunda en cuanto abarca los aspectos sociales, etnográficos, litúrgicos, sicológicos e históricos al par que los artísticos. Es más, estima que la música mulata, lo mismo que la negra, resume en su alma colectiva todos esos ingredientes. Sin embargo, aclara que el campo etnográfico de Cuba está aún por estudiar en sus manifestaciones históricas y culturales.

"Las camadas étnicas producidas por las sucesivas inmigraciones durante varios siglos están por describir, la dinámica social de las distintas fluencias culturales está por analizar. Es indispensable tener alguna idea de esos factores... para poder deducir algo científico en cuanto a la música afrocubana, que no se ha originado por una simple mezcla de esencias sino por un proceso muy accidentado".

Y destaca, para ilustrar estos asertos, la disparidad entre la música de La Habana y la de Santiago, resultantes de fuerzas étnicas y culturales distintas. Luego señala la importancia del influjo de las condiciones locales y la categoría y tipo de los auditorios.

El autor examina las analogías poéticas y musicales, y presenta un estudio absorbente de los motivos religiosos y su sentido críptico, apuntando que los estribillos que se repiten de manera tan obsesionante son frases litúrgicas o conjuros mágicos. Refuta la pretendida carencia de melodía en la música negra, si bien admite que la línea melódica es más propia de los europeos. Por otra parte, el sentido rítmico del negro no tiene igual, resultando incomprensible para los demás la complejidad del mismo. El ensayo sobre el origen, la evolución y el carácter de los instrumentos constituye uno de los tramos más notables de la obra. Allí se analizan con agudeza y penetración los sutiles matices de los distintos tambores y sus escalas, así como la calidad tonal y la técnica del empleo de los mismos. En cuanto a las voces, afirma con sobrada razón que los cantadores negros poseen tan amplio registro que pueden ir "en cuerda floja" o glisando desde los bajos profundos a que descienden los cantores esclavos hasta los agudos que recuerdan las voces de los eunucos de la Capilla Sixtina, criterio que el autor sustenta con el respaldo de Coeuroy y Schaefner. Lamenta don Fernando la desnaturalización de la música popular negra, impuesta por el cine y los cabarets que la mixtifican e intoxican con ingredientes extraños, degradándola para gozarla sin hacer de ella un genuino elemento de creación.


Tomado de: Marcelo POGOLOTTI, La República de Cuba al través de sus escritores, edición Teresa Blanco, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002 (primera edición: 1958)


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas