Cuba

Una identità in movimento

"Pastel de nata": Cuento de Marié Rojas Tamayo

Marié Rojas Tamayo



Ilustración: Ray Respall RojasHay quien dice que Dios no juega a los dados, que vengan y me lo repitan ahora, después de lo que acabo de vivir.

Me encontraba en casa con una de esas amigas que nos tocan por karma, de las cuales no sabemos ni cómo nos las ganamos ni cómo podremos desembarazarnos de ellas algún día. A veces se pierden un tiempo y decimos "ya, nos libramos", pero qué va… cuando menos lo esperamos, o mejor, cuando decidimos tomarnos una tarde libre para escuchar música bien bajito y leer ese libro tan requetebueno que estamos aplazando, nos tocan el timbre y nos anuncian que vienen para quedarse hasta la hora de la cena.

Para colmo esta amiga es pavosa en toda la extensión posible de La Pava. Gafe a la máxima potencia. Hay que tener mucho cuidado con ella, porque llega observando todo y si descubre algo nuevo, digamos, mi equipo de audio — el que había encendido para escuchar música bien bajito —, me suelta "¡Qué reproductora más soberbia!" y añade "Ojalá que la disfrutes, porque a veces salen un poco falsas"... ahí mismo para el equipo de funcionar. Es de aquellas personas a quienes les comentas que tienes una salud de hierro y terminas ingresado, o a quienes les dices que en la cama con tu marido te va de maravillas y te tornas frígida de la noche a la mañana. Una vez — fue de esos errores imperdonables que a veces cometemos y que no tienen vuelta atrás — le dije que en mi familia todos eran longevos y ya sé, desde entonces, que me aguarda una muerte temprana.

Volviendo a la escena, estaba en casa con mi amiga, pesando muy bien las palabras de la conversación para no ser víctima de sus agüeros, cuando llaman de nuevo a la puerta. Era mi tía Finita, la persona más dulce, amable e inocente que pueda imaginarse; portando una fuentecita con un trozo de pastel de nata.

Le abro, la abrazo con cuidado de no volcar el contenido de su fuente, que se ve muy apetitoso, la invito a pasar, entra ella y, sin percatarse de la presencia funesta de Isolalia — mi amiga, no podía llamarse de otro modo —, me dice con la mejor de sus sonrisas:

Lógicamente, no explicó nada, a pesar de nuestras miradas interrogantes; por tanto nos vimos obligadas a preguntarle qué era aquello del millón de dólares y qué diablos tenía que ver con el pastel de nata de mi tía. Ella, muy parsimoniosa, nos explicó:

Mi pobre tía pensó por unos instantes.

Ilustración: Ray Respall RojasAhora díganme que hago. Por un lado tengo a mi tía Finita, con lágrimas en los ojos, todavía con el trozo de pastel de nata en la mano — total, ya nadie quiere ni probarlo —, murmurando acerca de los millones de cosas que pudiera haber hecho con el millón de dólares; creo que anda en este momento por la necesidad de cambiar de quiropodista, porque a este sólo va porque le queda cerca, pero hay uno mejor que si ella tuviera un auto, o pudiera pagarse un taxi, "todo por ser tan glotona y pedir el maldito cake"... Por otro lado, Isolalia, la súper Pava que no sé en qué momento me gané en otra rifa celestial destinada a jugarte malas pasadas, anda farfullando "Lo mejor de todo, o lo peor, es que nada más te conceden la entrevista una sola vez".

La verdadera jugarreta de Dios no estuvo en darle el pastel de nata a mi tía, sino en colocarle a Isolalia en el camino.




Este cuento fue primera mención de honor en el Concurso "Juana de América" de la Editorial Bellvigraf, Argentina. Aparece en la antología del mismo nombre y en el libro Tonos de verde, compilación de la autora.

Ilustración: Ray Respall Rojas, 17 años, estudiante de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, especialidad de grabado, Ciudad Habana.


Cuba. Una identità in movimento

Webmaster: Carlo NobiliAntropologo americanista, Roma, Italia

© 2000-2009 Tutti i diritti riservati — Derechos reservados

Statistiche - Estadisticas