Cuba

Una identità in movimento


"Primer día". Cuento de Mario Quiroga Fernández

Mario Quiroga Fernández


Para Jossué


Primer día de clases... nueva etapa para la vida de los pequeños, un ambiente desconocido, un mundo por descubrir.

Jorge se hacía notar entre los de su grupo, aun no cumplía los cinco años, sin embargo aparentaba más. Se veía nervioso y a la vez dispuesto a enfrentar el reto. Todos los niños estaban organizados en filas, uniformados, el sol temprano daba un toque de belleza a la concentración infantil, preparados para cantar el himno y saludar su bandera.

¡Qué momento mas significativo para los padres! Ver a sus pequeños dando sus primeros pasos estudiantiles. Jorge tarareaba entre labios algunas frases del himno, y a la vez saludaba la bandera con la mano equivocada, los destellos de flash salían de todas partes, ese recuerdo nadie lo quería perder.

Foto: Marié Rojas Tamayo y Mario Quiroga FernándezDespués del acto, entraron a sus aulas, Jorge se acomodó casi al final, junto a una niña de cabellos color oro; detrás de él se sentó un niño con gafas. Puso su mochila en el espaldar de su asiento y dijo, mirando a su vecino de atrás, sus primeras palabras en el ambiente escolar:

    — No toques mi mochila o te voy a tener que pegar.

Los padres de Jorge, divorciados recientemente, excesivamente preocupados por la educación del niño, lo habían llevado al médico por su carácter dominante, autoritario, y su exceso de energía. La respuesta fue que era normal a su edad no cansarse y tener mucha actividad, que el resto era cuestión genética, eso ocasionó una nueva discusión entre los padres, que no habían vuelto a verse hasta ese día. La víspera el niño había llamado a su papá para recordarle que era el comienzo del curso, y éste había saltado las barreras de rencores entre adultos para complacerlo, lo cierto es que estaban muy identificados, el cariño los hacía navegar en el mismo barco.

El día transcurría favorablemente para Jorge, aunque muy pronto recibió regaños de la maestra ante su comentario de que planeaba escaparse dentro de un rato, su modo de probar fuerzas para estudiar con quién tendría que vérselas por el resto del curso. Esperaba el mediodía con ansiedad, le dijo a su padre que lo recogiera a esa hora, el primer día los soltarían temprano. El padre llegó muy puntual, habló algunas palabras con la maestra y no pudo dejar de sonreír, aunque las noticias no fueran las mejores.

    — ¿Como la pasaste, mi pequeño?

    — Bien papá, pero ¡qué pesado es el niño que se sienta detrás!

    — ¿Por qué lo dices, te hizo algo?

    — Es que mira mucho a la niña que se sienta a mi lado, ¡tenía unas ganas de darle un piñazo!

    — No digas eso, debes ser su amigo, es tu compañero, y lo de la niña, ¿por qué no quieres que la mire?

    — Es que yo quiero que sea mi novia. <>— Tu novia... — repitió el padre sonriendo, orgulloso de que su hijo fuera un conquistador — ¿Y qué aprendiste hoy?

    — Los colores... ¿Papá, yo dormiré contigo hoy?

    —Mañana tienes escuela.

    — ¿Tú no me puedes traer, papá?

    — Le pediremos permiso a tu mamá, a ver que dice.

    — Ella ya dijo que sí, ayer lo hablamos; verás qué bien la pasamos, jugaremos pelota y me comprarás una lata de leche condensada.

Al parecer, sería tal como lo decía el pequeño, pensó Alexander, dispuesto a parquear frente a la casita, toda cercada, para su tranquilidad, porque Jorgito no paraba de correr de un lado al otro.

    — Vamos a comprar la leche condensada, jugar pelota, esta no es mi casita, pero puedo quedarme sin problemas, ¿verdad papá? — dijo atropellando las palabras estilo trabalenguas.

    — Claro, y jugaremos pelota primero, solo déjame cambiarme.

    — Yo traje mi ropa en la mochila — se cambió imitando los movimientos del padre, agarró la pelota y corrió de nuevo al garaje — ¡Vamos, papá!

Foto: Marié Rojas Tamayo y Mario Quiroga FernándezAl primer tiro de Jorge, la pelota se coló por la ventana de un vecino, al instante el padre, le preguntó si no le gustaría practicar otro deporte.

    — ¡Sí! ¡Boxeo, papá! — respondió, tirando un golpe de zurda, ¡pobre el que tuviera su rostro allí!

Alexander no dejaba de sonreír, era inevitable, mientras tiraba la pelota, el niño no estaba muy diestro en atraparla, como era natural.

    — Papá... ¿y la leche condensada? — el niño no se olvidaba, no por gusto tenía esa constitución.

    — Si coges tres pelotas, vamos por ella — el padre tiró la primera, fácil de atrapar, la segunda le costó un poco más de trabajo al chico y la tercera se le escapó.

    — Papá, la tiraste duro con intención, pero ya que cumplí parte del trato, ¿al menos puedes comprarme media lata de leche condensada?

    — Lo pensaré... por ahora nos vamos a dar un paseo con tus tíos, ¿a dónde quieres ir?

    — A ver el cañonazo de las nueve, a comprar mi leche condensada, a comer pizza, refresco y helado — la combinación de gustos dejó a Alexander sin saber a dónde dirigirse.

Al fin llegaron sus tíos Alfredo y Magali, junto con la inquieta y bella Rosita, su prima de dos añitos, copia de su padre en el lado físico, y de la madre en el carácter, impulsiva y caprichosa, aunque llena de bondad. Los niños reían y jugaban, era un paseo lleno de emociones para ellos y sustos para los mayores.

Ya sentados en la mesa, se acerca el camarero.

    — Buenas tardes, siento decirles que hay un poco de demora en los pedidos.

La noticia nada agradable, hizo que todos se miraran, menos los niños, que abandonaron sus sillas y comenzaron a corretear por el salón. El mesero tomó su orden y se marchó. Ya los niños daban su quinta carrera a la redonda, poniendo nerviosos a los clientes. Alexander pidió de favor a Magali que pusiera orden, los niños se sentaron entre protestas y Magali preguntó a Jorge.

    Foto: Marié Rojas Tamayo y Mario Quiroga Fernández— ¿Cómo pasaste el día en la escuela?

    — Bien, tía... mi mamá tiene un novio nuevo.

    — ¡Qué bien! ¿Y es bueno contigo?

    — No, me estira la oreja, es feo y gordo.

Fue inevitable, la carcajada de todos, incluyendo las mesas cercanas, el lugar era pequeño y el tono de voz del niño fuerte.

    — ¿Cómo que te estira la oreja?

    — Papá... se demora la pizza, qué hambre tenemos todos.

    — Contéstame, Jorge — insistió la tía.

    — ¡Ay tía! Eso es un tema de adultos, no sé qué debo responder.

Esta vez el tono, fue aun más alto, el camarero, que venía con la orden, se echó a reír. Al rato solo se sentían en la mesa movimientos de cubiertos. Jorge terminó con su pizza al mismo tiempo que los mayores, exhibiendo su mejor cara de sueño.

Al llegar, pidió al padre un vaso de leche, Alexander que lo tenía todo previsto, fue a calentarla, llegando tarde, pues el sueño se le había adelantado.

Tapando al niño, lo besó en la frente y lo contempló, feliz de tenerlo con él, aunque no fueron a contemplar el espectáculo del cañonazo, ni compraron la leche condensada, compartieron el primer día de clases... una paz especial lo inundaba. Se acostó a su lado y quedó rendido, pegado a su rostro, piel con piel... sin duda había disfrutado mucho su primer día de estar nuevamente junto a su hijo.


Página enviada por Marié Rojas Tamayo
(15 de septiembre del 2006)


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