Cuba

Una identità in movimento


De la primera rebelión de negros que hubo en América

Fernando Ortiz


Cuando los blancos trajeron a las Américas varios millones de esclavos, como máquinas musculares y autodinámicas para explotarles su fuerza de trabajo, no pudieron arrancarles sus almas y dejarlas en sus tierras de África. En la trata de esclavos los desalmados no fueron los negros, aun cuando entre éstos hubo también negreros y socios de la trata.

No debe, pues, extrañar si los esclavizados, teniendo cada uno "el alma en su almario", según reza el modismo castellano, repelieran con frecuencia la injusticia y el sofoco de su mísera condición. No siempre fueron los negros sumisos y resignados, como se ha dicho repetidamente. Fueron impotentes para defenderse y se sintieron abatidos, "con el alma a los pies"; pero a menudo hallaban ocasión de libertarse y entonces se "echaban el alma atrás" o "la daban al diablo", y arremetían contra sus explotadores, o bien se escapaban por la huida a la libre vida cimarrona o, por la vía del suicidio, a la insubyugable vida de ultratumba. Alboreaban el siglo XVI y el poblamiento de La Española, y ya el gobernador de esta isla le pedía a los reyes que no enviasen de España más negros esclavos. Por Real Cédula del 27 de marzo de 1503 se le dice a Ovando:

"En cuanto á lo de los negros esclavos que dezís que no se embíen allá porque los que allá habla se han huido, en esto Nos mandaremos que se faga como dezís".

Apenas se implanta la industria azucarera en América con sendas dotaciones de negros de África, ya hubo sublevaciones de esclavos, que hoy llamaríamos huelgas revolucionarias. Así ocurrió en la isla La Española el año 1522 y en varios ingenios, incluido el del virrey, almirante y gobernador don Diego Colón, el hijo del don Cristóbal el Descubridor.

Pueden leerse dos textos muy importantes para documentar ese acontecimiento histórico: uno de Juan de Castellanos y el otro, anterior en fecha, de Gonzalo de Oviedo.

Estimamos de interés documental reproducir el siguiente fragmento de Juan de Castellanos, publicado por primera vez en 1589. Este autor, dicho sea para los que no lo saben, y éstos son muchos, fue uno de los bravos conquistadores de Indias... y de indias. Y ya viejo se metió a clérigo, como hizo Bartolomé de las Casas, después de ser conquistador de Cuba y encomendero. Pero Castellanos, en vez de convertirse en apóstol de las Indias, agitador de conciencias y reformador de costumbres bárbaras, valido de la incontrastable fuerza moral y cívica que entonces tenía el cargo de sacerdote de la Iglesia, aprovechó la seguridad económica de su clerecía, propiciadora de su reposo, haciéndose el más extraordinario poeta que ha escrito en América. Lo fue, no precisamente por haberse dedicado a escribir las Elegías de varones ilustres de Indias, ni tampoco por haber escrito sus elegías en verso, pues la poesía épica no ha sido cosa de mérito superior al de las otras inspiraciones de las musas, sino por haberles dado una extensión de ciento cincuenta mil endecasílabos, hasta ser la obra de verificación más extensa de todos los tiempos. Diríase que escribió una Americanada; sin duda, the greatest in the world. Sus Elegías no están huérfanas de valor objetivo, si no por la catarata de su versificación, por los numerosisimos y a veces únicos datos históricos acerca de los conquistadores de América, que flotan en las desbordadas estrofas de su lírica. La lectura de sus versos es bastante cansona y ello ha sido causa de que las Elegías sean una de las fuentes documentales menos frecuentadas en el estudio de la historia americana.

El texto que reproducimos es fragmento del Canto 11 de la Elegía V y se refiere a los sucesos ocurridos durante el gobierno de Diego Colón en la isla La Española, y, más concretamente, a la industria de los ingenios de azúcar, a su dependencia de la esclavitud de negros africanos y a la gran sublevación de éstos, la primera de las muchas ocurridas en América.

El texto de Juan de Castellanos dice así:

Canto Segundo de la Elegía V
(Fragmento)

El caso sucedió por esta vía:
Los hombres de riquezas cudiciosos,
Visto lo que la tierra prometía,
Para mejor hacellos caudalosos,
Dieron una grande granjería.
Que fué hacer ingenios poderosos
Para moler azúcar, y el intento
Ha venido después en crecimiento.

El inventor primero de esta cosa,
Que primero lo dió perficionado,
Dicen que fuese Gonzalo de Velosa,
Varón por buena letra estimado;
De la cual granjería provechosa
Fué rico de caudal multiplicado,
Y en este nuevo reino tiene nietas,
En ser, valor y lustre muy perfectas.

Doña Luisa, otra Castinaira,
A quien Homero pinta soberana,
La segunda se dice doña Elvira.
Y la menor de todas doña Ana;
Virtud, bondad, honor, aquí se mira:
Belleza, discreción, vida cristiana,
Casadas con ilustres caballeros,
Y cada cual con muchos herederos.

Sus maridos, varones singulares
Doquier que se mostró bélica mano,
Señalados por tierras y por mares
Con virtud y renombre soberano
Son Avedaño y Gregorio Suárez,
Y Antón de Castro, noble lusitano;
Cuyas proezas grandes, Dios mediante
Confío que diremos adelante.

Pues el sabio Velosa persevera
Haciendo dos ingenios escogidos,
En Niguayen, y Aguate y su ribera,
Del cual ejemplo mucho son movidos,
Queriendo caminar por su carrera,
Orillas de los ríos conocidos:
Como fue Pasamonte, tesonero,
Y el secretario Diego Caballero.

Otro mucho mejor y más pujante,
Abajo del que tengo ya nombrado,
Es del señor Colón, el Almirante;
Otro hizo también Francisco Prado;
Y no quiero pasar más adelante
Contando los que se han edificado,
Porque, ponellos todos por escrito
Sería proceder en infinito.

Destos cada cual es un señorío,
Gentil y principal heredamiento;
Tienen necesidad de gran gentio
Para tener cabal aviamiento;
Faltaba ya de indios el avío
Por el universal acabamiento,
De suerte que hay en estas heredades
Negros con escesivas cantidades.

Tienen la tierra tal cual se desea
En templo y abundancia cosa rica,
En grande aumento va cada ralea,
Y con grande vigor se multiplica,
Tanto, que ya parecen ser Guinea,
Haití, Cuba, San Joan y Jamaica.
Destos son los Gilosos muy guerreros
Con vana presunción de caballeros.

Movidos estos desde lozanía
Y sobre gran acuerdo, se juntaron
De la Natividad segundo día.
Año de veinte y dos que se contaron;
Y luego con soberbia valentía
Hacienda poderosa solaron,
Tanto que casi no dejaron rastro
En la que fue de Melchior de Castro.

La furia destas furia más se ceba
Sin que dejen mamante ni piante;
El riguroso trance desta nueva,
Con nuestros españoles por delante,
Con la priesa posible se le lleva
A don Diego Colon el almirante,
El cual con el calor que convenía
Partió tras la poderosa compañía.

Por atajar con brevedad los males,
Recogió de soldados hasta ciento,
Mas luego caballeros principales
Fueron por le servir en seguimiento;
Hallaron luego rastros y señales,
Envueltos en rigor sanguinolento;
Siguieron las pisadas aquel día,
Hasta que ya la noche se venía.

En nizao paró la compañía
Por causa de la noche tenebrosa,
Mas Melchior de Castro no dormía
Que por lo que llevaban no reposa;
Hurtóse del real, siguió la vía
Que llevaba de gente belicosa,
Con un criado suyo, que llevallo
Quiso, por ser buen hombre de á caballo.

Colón, que luego supo la demanda
Del que llevaba vivo los aceros,
A Francisco de Ávila le manda
Que le siga con ocho caballeros;
Con tal que si topasen con la banda
De los viles y bárbaros guerreros,
Se los entretuviesen cuerdamente
En tanto que llegaba con la gente.

En camino ancho, bien hollado,
Se juntaron los once que ya digo,
Y brevecillo trecho caminando
Sienten el escuadrón del enemigo,
De todas armas bien aderezado,
Y no de centinela sin abrigo,
Con cuya grita cada cual despierto
Se pusieron en orden y concierto.

Hacen ostentación de su presencia,
Diciendo "Viles, no tenemos miedo,
Pues pensamos hacer la resistencia
Como valiente hombres a pie quedo".
Faltóles a los once la paciencia,
Rompiendo con grandísimo denuedo
Por aquel escuadrón embravecido,
Dejando cada cual uno tendido.

Con todos sus pertrechos y resguardos
Se rehizo muy pronto la campaña,
Con infinitas flechas, lanzas, dardos,
En que se daban todos buena maña;
Fue la breve batalla bien reñida,
Y al cabo los pusieron en huida.

El recuento concluso y acabado,
Y el escuadrón de negros ya vencido,
El don Diego Colon llegó cansado,
Con presurosos pasos al ruido;
Uno destos salió descalabrado,
Y el Melchior de Castro mal herido,
Pasada de los dardos una mano,
Pero no tardó mes en verse sano.

Remediados aquestos desatinos,
Tan necesariamente remediados,
Poblaron las calzadas y caminos
De negros por justicia castigados.
Sosegáronse todos los vecinos
Que estaban de temor sobresaltados,
Y otros hubo después, aunque no luego,
Que causaron mortal desasosiego.

(Biblioteca de Autores Españoles, desde la formación de¡ lenguaje hasta nuestros días, ordenada por don Buenaventura Carlos Aribau. Elegías de varones ilustres de Indias, por Juan de Castellanos. 3ra. edición. Madrid, 1874, pp. 48-49.)

El otro texto aludido del cap. IV del libro IV de la ya citada Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra-Firme del océano, debida a Gonzalo Fernández de Oviedo (En la edición de la Real Academia de la Historia consta en el t. I, pp. 108 y ss.).

En que se tracta de la rebelión de los negros é del castigo que el Almirante, Don Diego Colom, hizo en ellos, etc.

Fue un caso de mucha novedad en esta isla, é principio para mucho mal (si Dios no lo atajára) la rebelión de los negros; y no sería razón que cosa tan señalada se dexase de escrebir, porque si se callasse la forma de como passó, también se callaría el servicio que algunos hombres de honra de aquesta cibdad en ello hicieron. Y porque esta culpa no se me pueda dar ni se crea que queda por mí de inquerir la verdad del fecho, diré lo que en este caso he podido saber de personas que en ello pussieron las manos; y tenga por cierto el que lee, que si algo de dexa de decir, que será por falta de los que informan y no del que escribe. Asi que diré lo sustancial de este movimiento y alteración de los negros del ingenio del almirante, don Diego Colom; que por sus esclavos fue principiado este alcamiento (y no por todos los que tenía); é diré lo que del mismo almirante é de otros caballeros é hombres principales supe desta materia; y es aquesto.

Hasta veynte negros del almirante, y lo más de la lengua de los jolophes, de un acuerdo, segundo día de la Natividad de Chripsto, en principio del año de mil é quinientos é veynte dos, salieron del ingenio é fueronse a juntar con otros tantos que con ellos estaban aliados en cierta parte. E despues que estovieron juntos hasta quarenta dellos, mataron algunos chrispstianos que estaban descuydados en el campo, é prosiguier su camino para delante, la vía de la villa de Açua. Supose luego la nueva en esta cibdad, por aviso que dió el licenciado Chripstobal Lebron que, estaba en un ingenio suyo; y sabido el mal propósito é obra de los negros, luego cabalgó el almirante en seguimiento dellos, con muy pocos de caballo y de pié. Pero por la diligencia del almirante é buen provehimiento desta Audiencia Real, fueron tras él todos los caballeros é hidalgos, é los que ovo de caballo en esta cibdad é por la comarca; y el segundo día despues que aquí se supo, fué a parar el almirante a la ribera del río Nigao, é allí se supo que los negros habían llegado a un hato de vacas de Melchior de Castro, escribano mayor de minas, é vecino desta cibdad, nueve leguas de aquí; donde mataron a un chripstiano, albañir que estaba allí labrando, é tomaron de aquella estancia un negro e doce esclavos otros indios, é robaron la casa; y hecho todo el daño que pudieron, passaron adelante, haciendo lo mismo y pesándoles de lo que no se les ofrecía, para hacerlo peor.

Después que en discurso de su viaje hubieron, muerto nueve chripstianos, fueron a asentar real a una legua de Ocoa , que es donde está un ingenio poderoso del licenciado Cuago, oydor que fué en esta Audiencia Real; con determinación que al día siguiente, en esclareciendo, pensaban los rebeldes negros de dar en aquel ingenio é matar a otros ocho ó diez chripstianos que allí avia, e rehacerse de mas gente negra. E pudiéranlo hacer, porque hallaran más de otros cientos é veynte negros en aquel ingenio; con los cuales si se juntáran, tenían pensado de sobre la villa de Agua y meterla a cuchillo y apoderarse de la tierra, juntándose con otros muchos más negros que en aquella villa halláran de otros ingenios. E sin dubda se juntáran a su mal intento, si la Providencia Divina no lo remediará de la manera que lo remedió.

Assi que, llegado el almirante a la ribera de Nigao, como he dicho, é sabidos los daños ya dichos que los negros yban haciendo por el camino que llevaban, acordó de parar allí aquella noche, porque la gente que con él yba reposásse, é los que atras quedaban le pudiesen alcanlar para partir de allí a otro día al quarto del alba, en seguimiento de los malfechores. Es de saber que entre los que allí se hallaron con el almirante estaba Melchior de Castro, vecino destá cibdad, al qual habían fecho en su hacienda y estancia el daño que se dixo de suso; é cómo le dolía su propio trabajo (demas é allende del general de todos que se aparejaba), acordó de se adelantar con dos de caballo, sin deçir cosa alguna al almirante: porque creyó que si le pedía licencia, no se la daría ni le dexaria yr tan solo adelante, quedando el almirante é gente donde es dicho. El secretamente se salió del real é fué a su estancia é hato de sus vacas, y enterró el albañir que allí avian matado los negros, é halló su casa sola é robada: allí se junto con el otro chripstiano de caballo, é determinó de yr adelante; é desde allí envió a decir al almirante que él se yba en seguimiento de los negros con tres de caballo que con él estaban, y que le suplicaba que le enviase alguna gente, porque él yba de entretener los negros, en tanto que los chripstianos con su señoría llegassen, puesto que él y los que con él yban eran pocos. Sabido esto Por el almirante le envió luego nueve de caballo é siete peones, los quales le alcanzaron; é juntados con Melchior de Castro, fueron por todos doce de caballo, é siguieron a los negros hasta donde es dicho que estaban. Entre esta gente de caballo que el almirante envió a tener compañia a Melchior de Castro, para detener los negros rebelados, fué el principal Francisco Dávila, vecino desta cibdad (que agora es uno de los regidores de ella); é prosiguiendo su camino, al tiempo que el lucero del día salía sobre el horizonte, se hallaron a par de los negros; los quales, allí como sintieron estos caballeros, se acaudillaron é con gran grita, fechos un esquadron, atendieron a los del caballo. Los caballeros, viendo la batalla aparejada, sin atender al almirante por las causas que es dicho, é no esperar que los negros se juntassen con los de aquel ingenio, determinaron de romper con ellos, é embargaron sus adargas, é puestos sus langas de encuentro, llamando a Dios y al apostol Sanctiago, todos doce de caballos fechos un esquadron, de pocos ginetes en numero, pero de animosos varones, estribera con estribera, á rienda tendida, dieron por medio del batalla contra toda aquella gente negra, que los atendió con mucho ánimo para resistir el ímpetu de los chripstianos; pero los caballeros los rompieron, é passaron de la otra parte. El deste primero encuentro cayeron algunos de los esclavos; pero no dexaron por esso de juntarse encontinente, tirando muchas piedras é varas é dardo, é con otra mayor grita atendieron el segundo encuentro de los caballeros chripstianos. El qual no se les dilató, porque no obstante su resistencia de muchas varas tostadas que lançaban, resolvieron luego los de caballo sobre ellos con el mismo apellido de Sanctiago, é con mucho denuedo dando en ellos, los tomaron a romper passando por medio de los rebelados: los quales negros, viéndose tan emproviso apartados unos de otros é con tanta determinación é osadia de tan pocos é tan valientes caballeros acometidos é desbaratados, no osaron esperar el tercero encuentro, que ya se ponía en execuçion. E volvieron las espaldas, puestos en huyda por unas penas e riscos que avia cerca de donde este vencimiento passó, é quedó el campo é la victoria por los chripstianos, é allí tendidos muertos seys negros, é fueron heridos dellos otros muchos; y al dicho Melchior de Castro le passaron el brago izquierdo con una vara y quedó mal herido. E los vencedores quedaron allí en el campo hasta que fue de día, porque como era de noche y muy escura é la tierra espera é arborada en partes, no pudieron ver a los que huían, ni por donde yban; pero sin se apartar del mismo lugar donde esto avia passado, hizo llamar Melchior de Castro, por voz de un vaquero suyo, al negro é indios suyos que le avian robado los negros de su estancia; é luego como conocieron la voz del que los llamaba, los recogió é se vinieron todos, porque estando ahy cerca escondido entre lá matas é de oirle, é conocerle en la voz se aseguraron, y se fueron é su señor con mucho placer.

Assi como fue de día claro, Melchior de Castro é Francisco Dávila é los otros pocos de caballo que en este trance honrosso se hallaron, se fueron al ingenio del licenciado Alonso Çuaço á reposar. E llegó el almirante, é la gente que con él yban aquel dia quasi a hora de vísperas; y de lo que hallaron fecho todos los chripstianos dieron muchas gracias a Dios, nuestro Señor, por la victoria avida: porque aunque estos negros rebelados no eran de mucho numero, yvan encaminados con su mala intención é obra donde dentro de quinze días ó veynte, no yéndoles á la ,mano, fueran tantos y tan malos sojuzgar, que no se pudiera hacer sin gastarse tiempo y muchas vidas de chripstiano. Sea Dios loado por el buen subceso desta victoria, que en calidad fué grande.

El almirante mandó a Melchior de Castro que se viniera a esta cibdad de Sancto Domingo para que se curasse, como lo hizo; y quedando el almirante en el campo, hizo buscar con tanta diligencia los negros que avian escapado de la batalla y eran culpados, que en cinco o seys días se tomaron todos, é mandó hacer justicia dellos é quedaron sembrados a trechos por aquel camino, en muchas horcas. Pero como los que escaparon de la batalla se avian metido en partes ásperas, fué necesario que los siguientes gente de pié, de la cual fué por capitán. Pero Ortiz de Matienço, el qual los siguió é peleó con ellos é mató a algunos é prendió aquellos de quien se hizo la justicia que he dicho. Y en la verdad este hidalgo se ovo como muy varon en esto, segund la dificultad é áspereza de la tierra, donde los alcanço é desbarató a los fugitivos. Por manera que la diligencia de Melchior de Castro, mediante Dios y el esfuerzo dél y de Francisco Dávila, que fué en su ayuda é socorros, por el capitán, como es dicho, de aquellos ocho caballeros que juntados con Melchior de Castro todos fueron doce de caballo, salió el vencimiento a tan buena victoria, como es dicho, y el castigo hubo perfecta ejecución por el animoso executor que siguió los negros é mató parte dellos é prendió los restantes, para colocarlos en la horca é horcar. Y fecho este castigo, el almirante se tomó a esta cibdad, en lo qual él cumplió muy bien con el servicio de Dios y de sus Magestades y con quien él era; y desta manera quedaron los negros que se levantaron penitenciarios, como convino a su atrevimiento é locura, é todos los demás espantados para adelante y certificados de lo que se hará con ellos, si tal cosa les passare por pensamiento, sin que se tarde más en castigarlos de quanto se tardare la ventura suya en descubrir su maldad.

Después de esta rebelión de los negros contra las condiciones de su esclavitud, otras muchas se sucedieron en el transcurso de los siglos en Santo Domingo, en Cuba y en el resto de América. Nos permitimos remitir al lector a nuestro libro Los negros esclavos (La Habana, 1916), en el cual se dedica un capitulo al tema de las insurrecciones de los negros de Cuba.





Tomado de: FERNANDO ORTIZ, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, pp. 458-467 (primera edición: La Habana, J. Montero, 1940)


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