Cuba

Una identità in movimento


El Che y el gran debate sobre la economía en Cuba

Fernando Martínez Heredia


Prólogo a El Gran Debate del Che

La publicación de este libro es un acontecimiento en la guerra cultural que se está librando en la actualidad entre dos sociedades y dos concepciones de la vida y del mundo: las del capitalismo imperialista y las de los que se le enfrentan, o al menos se niegan a ser absorbidos o aplastados por él. El gran debate nos devuelve una polémica que tuvo una importancia extraordinaria en la historia de nuestras ideas, y nos sitúa, al menos parcialmente, en el ambiente histórico de la creación de una sociedad diferente — y no sólo opuesta — al capitalismo, ese sentido básico de los años 60 que a mi juicio permitió que la revolución cubana continuara y se afirmara, y que mediante un proceso maravilloso y angustioso las personas la hicieran suya de manera permanente, hasta hoy. Este hecho que nos reúne es pues una victoria en el rescate de la memoria histórica del pueblo cubano, esa fuerza que tienen las naciones para enfrentar su presente y para proyectar su futuro. Pero no es sólo esa la ganancia que obtenemos con él.

Requerido fraternalmente por Aleida March y María del Carmen Ariet para hablar aquí hoy a ustedes, que están librando batallas porque la economía de Cuba sea viable, y sea efectivamente un baluarte del empeño por el socialismo y por la soberanía nacional, me preguntaba qué sería mejor escoger, ante la escasez de tiempo. Me decidí por hacer unos comentarios más generales sobre lo que a mi juicio significó aquel debate, porque él tiene una gran trascendencia para el proceso en que continuamos, casi 40 años después y en circunstancias parcialmente nuevas.


Lo que estaba detrás del debate

Es cierto que ellos discutieron sobre organización económica — centralización o descentralización —, los niveles de decisión, las políticas de retribución al trabajo, el papel de la banca, el crédito, costos de producción, precios, relaciones entre las empresas estatales. Pero esa identificación del debate sería completamente insuficiente. Ante todo, en los primeros años 60 se jugaban al mismo tiempo — en la apuesta tremenda de toda revolución — la existencia y el alcance del nuevo poder, la capacidad de hacer cambios trascendentales y de reproducir la vida social, la defensa frente a sus enemigos, la creación de nuevas relaciones e instituciones y la formulación de un proyecto que estuviese a la altura de los ideales y los sacrificios. A ese contexto más general se sumaba la alianza con la URSS, que pronto tuvo un peso enorme. El triunfo y la liberación cubanos se habían burlado totalmente de la geopolítica, pero esta iniciaba ahora una venganza que duró 30 años. Cuba tuvo que enfrentar la agresión sistemática de la potencia mayor de la historia, el imperialismo norteamericano, y evitar en lo posible el peso de los aspectos negativos de su relación con la URSS. Esto último era muy importante en el campo que nos ocupa, que es el de la transición socialista, porque existían evidentes tensiones y contradicciones entre el ideal comunista, los procesos de socialización, el poder revolucionario y los ideales internacionalistas de la revolución cubana socialista de liberación nacional, por una parte, y el sistema soviético y su ideología teorizada, que sin embargo eran la fuerza mayor que en el mundo actuaba y hablaba en nombre del socialismo y el marxismo.

Lo que estaba detrás de aquel debate, en el terreno de las ideas, era el problema, la urgencia y la necesidad de desarrollar un pensamiento de la Revolución cubana. El Che tuvo un papel fundamental en esa elaboración en aquellos años, siempre unido a Fidel, como en toda su actividad, aquí y en los frentes internacionalistas en que peleó después como comandante cubano. Pero la mayor parte de lo que se consumía en Cuba con el nombre de marxismo leninismo, y la Economía Política del Socialismo, eran pesos muertos, más que instrumentos, o tan siquiera una ayuda para pensar la revolución, y por tanto para llevarla hacia adelante. Pesos muertos en la espalda, la garganta y la mente de los revolucionarios, porque parecían insoslayables, y porque su nexo aparente con el socialismo le daba lustre nuevo a los viejos argumentos de la dominación: que existe una naturaleza humana inmutable y toda acción está limitada por ella; que el egoísmo es el motor fundamental de cada individuo; que las leyes de la economía son independientes de la voluntad humana; y así otros.

Lo verdaderamente grave es que esa ideología y ese cuerpo teóricos eran propuestos, y aceptados, como los que correspondían a una revolución socialista. El dogmatismo no era un defecto corregible, porque a la dominación en nombre del socialismo le eran necesarias ideas fijas e imposiciones a las mentes. Si sólo se asomaba uno a la historia de la teoría y la elaboración de sus conceptos podía advertir enseguida que en las décadas recientes ellos habían sido desnaturalizados, como una consecuencia más de la deformación monstruosa de la realidad respecto a la revolución bolchevique y al proyecto comunista.


No era un enfrentamiento entre adversarios, sino un debate entre compañeros

La causa inmediata del debate fueron las diferencias de criterios en el seno de la revolución acerca de la conducción de la economía. Eso ofrece una primera dimensión al análisis que hacemos hoy, pero enseguida nos conduce a otras cuestiones: ¿Cómo entendían lo que se hacía y lo que era necesario hacer los diferentes integrantes del régimen revolucionario? Y a otras preguntas, entre ellas una que es central: ¿cómo se relacionaban el poder y el proyecto en el seno de la revolución? Todos los cubanos participantes en el debate eran a la vez participantes con responsabilidades en las tareas de la revolución.

Todos aspiraban al desarrollo económico de Cuba en el marco de su revolución. No era entonces un enfrentamiento entre adversarios, sino un debate entre compañeros. Pero el debate entre los revolucionarios era — y es siempre — un ejercicio indispensable para la vida del socialismo, porque la nueva sociedad hay que crearla, exige invenciones, intuiciones, y una combinación rara de rigor y audacia, de principios y herejía, de fidelidad y ejercicio del criterio propio.

Discutieron entonces en las revistas habaneras acerca de problemas muy importantes, expresando sus divergencias, y eso no debilitó para nada al régimen socialista: todo lo contrario. Esa es una lección histórica, y el Che tuvo una participación ejemplar en ella.

La controversia no se limitó a la conveniencia de la autogestión o el Sistema Presupuestario de Financiamiento, a las relaciones entre estímulos materiales y morales, a temas de la práctica económica como el papel de la banca, los costos de producción, las relaciones entre empresas estatales, y otros. El debate abarcó el carácter y los papeles de la ley del valor y del plan en el período de transición socialista, el problema de una correspondencia obligada entre el "nivel" asignado a las fuerzas productivas económicas y las relaciones de producción existentes o a establecer, y el alcance del trabajo con la conciencia en la construcción socialista. Por primera vez en América, involucró a conceptos fundamentales del marxismo, de la Economía Política, de los sistemas de dirección económica socialista posibles, puestos en relación con ideas más generales de política económica, en un debate entre dirigentes de un país socialista y de organismos centrales de su economía, en el que terciaron economistas teóricos conocidos de Europa Occidental.

En l962 había comenzado en la URSS un debate a partir del artículo de E. Liberman "Plan, beneficio, primas", alrededor del criterio de rentabilidad, el alcance del plan central y la estimulación a las empresas a buscar más eficiencia mediante más autonomía, el interés material y una política de incentivos a los trabajadores. Aquel debate fue un paso hacia la reforma económica soviética en l965, y reformas análogas, aunque con sus especificidades, que sucedieron en otros países de Europa oriental. Como es natural, esas ideas iban llegando a nuestro país.


La discusión cubana tenía sus propios puntos de partida

Pero la discusión cubana tenía sus propios puntos de partida. Y fue un extraordinario adelanto de las ideas marxistas, una consecuencia de la victoria de la revolución y el socialismo en Cuba, premisa necesaria que no hubiera sido, sin embargo, suficiente, de haber faltado la extraordinaria conjunción de factores favorables que se dieron aquí.

Una cultura política que desde hacía siglo y medio relacionaba el mantenimiento o cambio de los regímenes con las estructuras económicas de producción y las relaciones sociales a defender o atacar, y formulaba argumentaciones sólidas en uno u otro sentido. Una historia de un siglo de luchas revolucionarias de extraordinaria riqueza política e ideológica, que construyó una nación y dio carta de ciudadanía al patriotismo popular unido al radicalismo político, relacionó el antimperialismo con las ideas y la lucha por la liberación nacional, y a estas con las representaciones de lucha por la justicia social y de la clase trabajadora. Un arraigo del marxismo y las ideas socialistas desde la Revolución del 30. El tipo de revolución iniciado en el Moncada, que supo reunir toda la fuerza popular acumulada y descargarla contra los enemigos más visibles y los enemigos fundamentales más solapados de la nación y del pueblo, en una sucesión ininterrumpida de luchas, transformaciones y victorias. Y la personalidad revolucionaria de Fidel Castro, conductor de la revolución armada popular, gestor máximo de la unidad revolucionaria, dirigente de todos los cambios importantes, pensador socialista profundo y creador, una fuerza él mismo de gran alcance.

Y a la vez, las resultantes sumamente desventajosas de una historia de colonialismo y neocolonialismo, y de muy estrechos nexos con su metrópoli, convertida por la liberación en su enemigo mortal. Todos esos factores exigían que el socialismo cubano desarrollara su pensamiento propio, pensara con su cabeza su circunstancia y su proyecto, utilizara el marxismo como instrumento de su acción revolucionaria, o no habría socialismo en Cuba. El debate económico de 1963-64 fue una formulación teórica de aquella exigencia. Lo primero que resalta es la profundidad y el rigor alcanzados en el tratamiento de sus asuntos, y el más destacado en esas cualidades, y en la creatividad y fuerza de sus ideas y de sus exposiciones, fue el Che, guerrillero devenido dirigente y ministro. En realidad lo que se ventilaba era la elección de una política económica, a su vez inscrita en decisiones más generales acerca del camino del socialismo en Cuba.

La opinión de que lo necesario es realmente "perfeccionar" el sistema llamado del cálculo (autogestión, prefiere llamarle el Che), no busca solamente una modalidad de obtención de la eficiencia económica: es la creencia en que en la transición socialista el progreso del sistema económico pasa por el logro de que "la economía se construya a sí misma", esto es, de que las relaciones económicas gocen de autonomía a un grado tal que garantice su funcionamiento mediante sus regulaciones, su control, sus estimulaciones, sus iniciativas y sus balances económicos.

Esa posición, y su contraria, discuten en realidad cuestiones tales como: ¿hasta dónde pueden intervenir con su voluntad los actores calificados en la construcción económica del socialismo? ¿cuál es el papel real del Estado, del Partido y de la ideología en esa construcción económica? ¿las "leyes económicas" deben dictar el rumbo a seguir, y los resultados económicos dictarán las etapas del socialismo y la conducta a seguir en cada una de ellas? Esas preguntas atañen a la naturaleza que tendrán las palancas principales de la construcción socialista, y por tanto también a cómo marchar, a qué velocidad marchar y, esto es decisivo, hacia dónde marchar.

Llegamos entonces a la encrucijada: ¿Cuba debe cubrir etapas "intermedias" que le faltarían antes de "construir el socialismo", o lo que se exige es avanzar simultáneamente en un complejo y prolongado proceso comunista de lucha por echar bases para la liquidación de toda forma de dominación, desde el inicio de la construcción socialista? Y esto, ¿no es un caso particular de una disyuntiva general, que con sus especificidades nacionales debe regir para todo el socialismo en el mundo? Es válida la generalización teórica, porque el marxismo desde su origen ha concebido el comunismo como el resultado de la acción proletaria en un plano histórico mundial. Y la práctica de aquellos años venía confirmando ese planteo, con la internacionalización rápida y creciente de los procesos revolucionarios. No había ocurrido como lo esperaba Marx, pero los países del llamado Tercer Mundo el mundo del colonialismo y el neocolonialismo capitalista que se liberaban realmente, veían en el socialismo su único camino, aunque desde puntos de partida y realidades nacionales muy diferentes.

En el fondo del debate económico sin desconocer la gran verdad de que ningún debate de esta naturaleza se explica totalmente si sólo se investigan sus temas, y los argumentos utilizados — aparecen concepciones diferentes del desarrollo social y del carácter de la revolución. Y ellas están relacionadas con el predominio, dentro de las posiciones marxistas, de una concepción determinista o de una concepción basada en la praxis. Hechas, como es obligado, todas las salvedades del caso: en su larga historia, el marxismo aparece ligado siempre a luchas políticas y sociales, a organizaciones y a poderes estatales, a articulaciones internacionales de aspiración mundial, a complicadas implantaciones en cada cultura nacional y a discutibles transculturaciones, entre otros factores, que condicionan la presencia de una gran riqueza de matices en cada caso particular.


La concepción defendida por el Che

El Che defiende una concepción marxista acerca de la revolución que privilegia el papel de la acción consciente y organizada, y lo hace con el rigor de quien ha meditado y estructurado sus aspectos y relaciones internas fundamentales. En sus textos se hace claro el sentido de aquella advertencia temprana, hecha a sus compañeros de Industrias: el Sistema Presupuestario de Financiamiento es solamente parte de una concepción general del desarrollo de la construcción del socialismo, es expresión de una política económica inscrita en esa concepción general. Es por tanto, más que un sistema organizado rigurosamente (y lo es), una parte en un conjunto de acciones socialistas y comunistas para la transición socialista, incomprensible para un análisis que se restrinja a aspectos técnicos, e inaplicable si no es como parte de una totalidad conceptual y de acción determinada. Esa concepción es la que fundamenta sus planteos claves, como el de que la vanguardia revolucionaria, influida cada vez más por el marxismo, puede llegar a prever en su conciencia los pasos a dar y así forzar la marcha de los acontecimientos históricos, "dentro de lo que objetivamente es posible".

Afirmación que el Che expone con rigor, en su núcleo y en sus determinaciones, durante la polémica, pero que ha estado, expresa o implícita, en sus escritos e intervenciones de los años precedentes.

La posición filosófica que privilegia la praxis es la que le permite trascender el falso dilema que clasifica en materialistas o idealistas a quienes acepten o no el determinismo social de las llamadas fuerzas productivas, fijo en sus normas y rector de una abstracta evolución de la humanidad. Y es la que permite al Che recuperar la comprensión dialéctica, en este caso de la revolución y de la época de transición del capitalismo al comunismo, y entender como norma de todo el período histórico el carácter dominante del polo subjetivo en la contradicción existente entre la reproducción de la formación social y su transformación.

Es cierto que su concepción implica no reconocer el papel rector de la economía en la revolución y la transición socialista, ni siquiera como última instancia. Pero no es cierto que el Che contraponga "conciencia" a "economía": juzgarlo así es no entenderlo, aunque es comprensible que se llegue a esa dicotomía cuando se permanece dentro de una concepción determinista de lo social.

Che muestra que es el poder la fuente del mando ejercido sobre la economía, poder revolucionario que tiene que ser capaz de crecer una y otra vez, y convertirse en poder de los trabajadores y el pueblo organizados. La fuerza y el entusiasmo desatados, sistematizados por la vanguardia política y por los instrumentos del nuevo Estado y la nueva sociedad, vueltos a desatar y organizar a niveles superiores cada vez, son decisivos para lograr el propósito que se tiene, que es nada menos que hacer que las fuerzas productivas y las relaciones de producción dejen de ser medios para perpetuar la dominación, y al mismo tiempo lograr la más profunda transformación de los individuos y del conjunto de la vida y la sociedad que vienen del capitalismo. La conciencia que guía la acción organizada y planeada debe ser fundamental, precisamente por los objetivos a alcanzar, los medios que se movilizan permanentemente para lograrlos, y los obstáculos reales que hay que combatir: las relaciones mercantiles, el subdesarrollo, las deformaciones propias y el capitalismo mundial.

Educación, coerción social, normación, deber social, combinaciones de estímulos, relativa falta de desarrollo de la conciencia social, emulación, trabajo voluntario, son palabras que aparecen a lo largo de todos los escritos económicos del Che, perfectamente relacionadas con producción, planificación, trabajo, mercancía, costos de producción, valor, precios, finanzas, sistema de dirección económica. En el trabajo, por ejemplo, la conciencia debe poder medirse, y medirse técnicamente. Conciencia es también, por su parte, la comprensión que los hombres van alcanzando de los hechos económicos, y el grado en que los dominan. Por todo ello, puede llegarse a la definición de planificación centralizada del Che, que suena tan extraña a los oídos habituados al mecanicismo: "es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía hacia su meta, la plena liberación del ser humano en el marco de la sociedad comunista".

No se trata entonces de desprecio a la economía, sino de que esta debe ser dirigida de manera consciente, porque su nueva meta carece de continuidad alguna con sus metas anteriores, a pesar de que su materia proceda de la economía mercantil generalizada y dirigida a la ganancia: se trata del objetivo más ambicioso que se ha soñado jamás.

Por ser tan importante la economía es que el Che se ocupa de ella con tanto esfuerzo y tanta pasión, y la estudia y protagoniza una polémica acerca de ella antes que sobre otros aspectos de la transición socialista. Hay que impedir que se repita una y otra vez, y arraigue entre nosotros, el error de pretender construir el socialismo tomando prestadas las armas del capitalismo. Por tanto, hay que acudir también a la profundización del análisis, a la teoría, y al debate de las ideas económicas y sociales, como parte de la lucha socialista.


"Huir del mecanicismo como de la peste"

El Che explica en el debate puntos débiles de la práctica de sus posiciones, y recuerda más de una vez que faltan demostraciones necesarias de muchas de sus ideas. Pero sostiene con argumentos y tenacidad todos los aspectos importantes de su posición, muestra una gran confianza en la capacidad de los seres humanos en revolución para análisis del conjunto de la formación social y de sus condicionantes, al pensamiento económico con el conjunto del pensamiento social, y a los hechos mover el mundo, y es intransigente en cuanto a la necesidad de analizar, conectar la teoría con la práctica en la situación concreta, y ser creativo: "la tarea de la construcción del socialismo en Cuba debe encararse huyendo del mecanicismo como de la peste".

"La planificación socialista, su significado", en su breve docena de páginas, es un pequeño clásico de economía marxista, por el valor de su tesis central, por la brillantez con que ataca a la argumentación contraria e integra los elementos de su discurso, por su claridad y hondura al fijar los problemas centrales de la economía de la transición socialista, y por la calidad y riqueza de su prosa sintética. Tan apegado al marxismo originario como antidogmático y creador, Che ataca en ese artículo una deformación fundamental contraída por el marxismo y mantenida durante décadas. Y relaciona eficazmente la economía real con el y el pensamiento con su propia historia.

La economía de la transición socialista tiene un lugar cardinal en la concepción del Che del socialismo y del comunismo, pero no un lugar independiente. A ella le dedicó cientos de páginas y muchas intervenciones, profusas meditaciones y propósitos de educación y de divulgación. Al contrario de los que piensan que sustituyó el realismo de la economía por el idealismo de la conciencia, Che comprendió la máxima importancia de los hechos económicos en las sociedades y la urgencia ineludible de lograr un desarrollo económico de tipo radicalmente nuevo, socialista. Lo comprendió tanto, y vio tan bien lo que el socialismo se juega en ello, que pensó, argumentó, defendió y practicó la tesis de que, para avanzar al socialismo y al comunismo, la economía debe ser gobernada conscientemente.

Termino con una pregunta del Che: "¿por qué pensar que lo que 'es' en el período de transición, necesariamente 'debe ser'?", y con una invitación suya:

    "... no desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y capacidades".

Ambas pertenecen a aquella polémica, pero siguen vigentes. Buscando en 1988 un epígrafe apropiado para colocar al inicio de un libro en que traté de exponer la concepción y la batalla intelectual del Che, encontré esta frase de José Martí que me sigue pareciendo ideal para retratarlo:

    "El único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana".



      El autor es Investigador Titular
      Trabaja en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana "Juan Marinello"
      Presidente de la Cátedra de Estudios "Antonio Gramsci", de esa institución.



    Página enviada por Solidaridadconcuba mailing list
    (5 de noviembre del 2007)


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