Cuba

Una identità in movimento


Complejidad del mundo

Armando Bejarano Valdeolla


Material de apoyo

Se habían hecho alguna vez estas preguntas:

  • ¿Qué será la complejidad?
  • ¿Cómo puede explicarse que la naturaleza, pese a toda su diversidad, le es propia la unidad?
  • ¿En qué consiste la infinitud del mundo?
  • ¿Por qué decimos que el Universo es eterno?
  • ¿Por qué afirmamos que todo tiene causa?
  • ¿Por qué el pensamiento científico rechaza la causa primera?
  • ¿Cuál es la base de la unidad del mundo y cuál la razón de que sea único?
  • ¿Por qué podemos plantear que en el mundo no hay más que materia, con todas sus múltiples cualidades?
  • ¿qué queremos decir cuando afirmamos que existir significa hallarse en movimiento?
  • ¿Por qué afirmamos que espacio y tiempo son tan inseparables del movimiento como el movimiento de la materia?
  • ¿Por qué podemos concluir que toda la historia de la ciencia confirma que el mundo es uno, material, eterno e infinito, móvil y sujeto a leyes?

La complejidad como fundamento filosófico en el sentido de relación de vínculo o como yo llamaría, de concatenación universal, nos propone un amplio campo de verdadera profundidad teórico-práctica. En la "Trama de la vida", por ejemplo, se nos presenta un estado conceptual de la relación de vínculo que requiere profundización. La existencia de la relación de vínculo no precisa ni presupone su conocimiento, está allí precisamente su objetividad, en el conocimiento se elige imprescindiblemente la existencia tanto del objeto como del sujeto de conocimiento y la complejidad se irá convirtiendo en objeto de conocimiento más o menos conocido, en dependencia de que lo desarrollemos en todos sus detalles. La filosofía — al igual que toda ciencia — tiene en sus leyes el soporte esencial de su estructura conceptual.

Las leyes, al definir los nexos objetivos necesarios, estables y reiterados, abordan las relaciones esenciales de la realidad objetiva, del conocimiento que tenemos sobre ella y de la lógica entre la dialéctica objetiva y la dialéctica subjetiva. La relación de vínculo no tendría sentido fuera de los cambios y sus consecuentes resultados, es decir, fuera de un proceso que debe ser estudiado como continuidad y como ruptura.

El primer elemento nos permite mediante una generalización filosófica, explicar el universo como un todo articulado cuya unidad reside en su existencia objetiva. Pero las rupturas constituyen una expresión científicamente argumentada de que en esa objetividad coexiste una diversidad de formas determinadas cualitativamente, cuyo proceso espacio-temporal ha seguido la tendencia universal de desarrollo de lo simple a lo complejo y de lo inferior a lo superior. La necesidad de leyes de distinto grado de generalidad es un imperativo de la estructura metodológica de la filosofía como fundamento de la teoría de la complejidad y como teoría de los sistemas dinámicos en virtud de las exigencias del necesario tránsito de lo abstracto a lo concreto y de la transformación recíproca de lo singular a lo universal.

Por otra parte si la filosofía, especialmente la marxista-leninista, ha tenido el reconocimiento social y, con ello, la norma valorativa de sus enunciados teóricos, es porque sus estructuras conceptuales incluyen también en su sistema científico, los elementos necesarios para la demostración de sus principios al objetivo supremo de transformación de la realidad. De ello comprendemos que no se trataría de la lógica solo para estudiar el pasado o para interpretar el presente, sino para prever activamente el futuro. Si tenemos en cuenta que uno de los factores que nos distinguen como Homo Sapiens, es la capacidad de hacer proceder la representación ideal a la actividad real, y que incuestionablemente la capacidad de previsión ha adquirido con el desarrollo de la sociedad un carácter cada vez más científico, no cabe duda de que el conocimiento y nuestro pensamiento tienen una función activa en la medida en que su proyección hacia el futuro se convierte en una guía para la conducta y para la práctica social en general.

Si los problemas de la complejidad, indudablemente "complejos", son objeto del indispensable análisis teórico y, sobre todo, si son estudiados a la luz de la práctica social en la que todos objetivamente estamos inmersos, su comprensión se facilita extraordinariamente. Una muestra brillante de la aplicación creadora de la filosofía, especialmente la marxista-leninista y de nuestra capacidad cognoscitiva, podemos encontrarla en las últimas intervenciones del Comandante en Jefe Fidel Castro sobre la actualidad internacional.

Es incuestionable que la situación puede ser considerada como uno de los problemas más heterogéneos y de mayor "complejidad". Sin embargo, sobre la base de la situación internacional, cuya representación actual es ya de por si una tarea extraordinariamente difícil. Fidel nos ofrece la fotografía alternativa del mundo para el futuro y nos muestra que "un mundo mejor es posible". La apasionada y valiente seguridad con que lo hace , la fuerza lógica y la irrebatible argumentación con que se vislumbra el futuro, convierten una previsión científica en una guía para la acción.

A la pregunta: ¿qué podemos conocer? Ya estamos en condiciones de responder: "todo lo que existe", y ¿qué significa todo lo que existe? ¿Cómo aparece el universo a la luz de los datos de la ciencia contemporánea?Lo primero que nos salta a la vista en el mundo que nos rodea es su extraordinaria diversidad. Ante nosotros tenemos una cantidad incalculable de objetos, fenómenos y acontecimientos: una diversidad abigarrada en constante transformación. A medida que se fue ampliando el horizonte del hombre y se fueron acumulando conocimientos científicos, nuestra convicción en la diversidad de la existencia aumentó.

La riqueza de formas existentes en la naturaleza, constatada por la ciencia, supera a la imaginación humana. Para convencerse de ello basta citar algunos datos que tomamos al azar. La química moderna conoce más de 300 000 sustancias, cerca de 300 000 moléculas diversas. Un número equivalente es el de las especies de plantas conocidas por los botánicos. Existen cerca de 300 000 especies de animales marinos: los ictiólogos cuentan no menos de 100 000 peces de río. Y el número de especies invertebradas se estima en cerca de medio millón. Solo en mariposas cuentan 80 000 especies.

Pero tras este cúmulo cuantitativo se oculta la diversidad cualitativa de estructura, de formas y cualidades. El mundo está lleno de diversidades y particularidades. Y nos hemos referido a las especies y variedades en el seno de las cuales, a su vez, existe una enorme variedad de individuos, objetos y seres únicos. Dos palomas, o dos rozas pertenecientes a la misma variedad, se diferencian entre sí. Cuanto mayor atención observamos, más acusadas devienen sus diferencias. Podemos afirmar que en el mundo que nos circunda no hay dos objetos absolutamente iguales, incluso los objetos más parecidos resultan diferentes entre sí, si se les observa meticulosamente. Imaginándonos dos objetos cuyas cualidades sean absolutamente idénticas, pero en tal caso debían ocupar el mismo lugar a un mismo tiempo.

De ser así, no tendremos ante nosotros dos objetos, sino uno solo, porque un objeto o fenómeno puede ser idéntico a sí mismo. Si los objetos y fenómenos ocupan diferentes lugares en el espacio y el tiempo, inevitablemente se hallarán en diferentes relaciones con los demás objetos y fenómenos, a su vez, no puede dejar de reflejarse en sus cualidades en un momento dado, no puede dejar de suscitar diferencias entre ellos. Con el mismo fundamento se puede afirmar que los objetos, fenómenos y acontecimientos no se repiten en absoluto.

Podemos hablar con más rigor, nada se produce por segunda vez. Hay acontecimientos parecidos, equivalentes y homogéneos, pero no idénticos. Lo repetido se diferencia al menos por operarse en tiempos distintos y, por tanto, en nuevas condiciones que ponen su sello en los acontecimientos. Por muy parecido que sea el día de hoy al de ayer, se diferencia ya por el hecho de que el día de ayer le precedió, se produjo con anterioridad. Los acontecimientos repetidos permiten tener en cuenta la experiencia, las lecciones de los precedentes y, con ello, modificar, a veces, su curso. Por tanto, tenemos ante nosotros una infinidad de fenómenos peculiares y concretos.

Pero, concebir el universo como una diversidad infinita de fenómenos únicos es, seguramente unilateral. Ello significaría no ver el parecido por causa de las diferencias, no advertir la uniformidad por causa de la diversidad, no ver lo común por causa de las peculiaridades. La diversidad infinita de que hablamos es solo un aspecto del ser, tras el cual es necesario ver su otro aspecto: la unidad del universo y de todos los objetos que lo constituyen. Podemos fijarnos atentamente en ejemplos de diversidad: existen numerosas rosas o palomas diferentes, pero no obstante, son rosas o palomas; cierto número de plantas o de animales diferentes, pero todos son plantas o animales.

La diferencia no solo no excluye el parecido, la semejanza, la unidad, sino los presupone indefectiblemente: se diferencia lo homogéneo. Las plantas, los animales, las personas se diferencian entre si. Para ser plantas diferentes, particulares deben tener lo común que las hace pertenecer al reino de las plantas. Y con el mismo fundamento con que afirmamos que no hay dos objetos absolutamente idénticos, podemos afirmar también que no hay dos objetos absolutamente diferentes, que no tengan entre ambos nada en común.

Añadamos que la unidad y la diferencia inherentes a los propios objetos quedan de manifiesto en la propia realidad, en donde están indisolublemente vinculadas: no exista lo uno sin lo otro. El parecido y la diferencia comunes y particulares son dos aspectos inseparables de la existencia. Cada objeto se diferencia de los demás y, al mismo tiempo, forma con ella una unidad, tiene algo en común.

La unidad de todo lo existente se evidencia en el sencillo hecho de que ningún objeto existe de por si, no puede surgir, conservarse y cambiar sin vínculos con todo el cúmulo de las otras cosas. Los diversos objetos se hallan vinculados entre si, en acción recíproca, en dependencia mutua: deberán tener, por decirlo así, puntos de contacto, ser conmensurables, homogéneos, comunes. La vinculación mutua general presupone la unidad del universo.

Cada concepto, cada palabra nos persuade de la homogeneidad de las cosas existentes. No se hubiera podido formar el concepto de "árbol", "casa" y hombres no hubiese nada en común. Lo común se deduce mentalmente de la multitud de objetos independientes y pasa a ser la base de los correspondientes conceptos que reflejan la unidad real de los objetos existentes. Esto se refiere asimismo a palabras que expresan conceptos como: "caminar", "volar", o como "azul", "redondo" que reflejan la comunidad de acciones o cualidades de las cosas.

Al mismo tiempo, todos estos conceptos no solo significan lo común, sino que dividen también las cosas y las agrupan de acuerdo con sus diferencias ("árbol" no solo significa lo común de todos los árboles, sino también la diferencia de todo árbol con relación a la "casa" o al "hombre"). Así, en cada uno de nuestros conceptos se compaginan lo común con lo particular, como se compaginan en la realidad. La tesis de que a la naturaleza, pese a toda su diversidad, le es propia la unidad, fue formulada por los pensadores avanzados hace muchos siglos. Ya en los albores de la historia del pensamiento científico, los sabios de la antigüedad captaron la unidad del universo que se ocultaba tras de su diversidad y trataron de comprender en qué se basa la unidad, qué une y agrupa a todo lo existente. Se formularon diversas hipótesis y suposiciones acerca del "material" de que estaban hechas todas las cosas por muy diferentes que fueran entre sí.

Al principio fueron conjeturas ingenuas, fruto del pensamiento no desarrollado, que no disponía de suficientes conocimientos sobre lo existente. Pero las suposiciones ingenuas fueros fecundas. Despejaron el camino a la ciencia, impulsaron a buscar la ligazón, la unidad en el caos calidoscópico (1) de la existencia. Paso a paso, como resultado de largas observaciones y del paciente estudio, el pensamiento humano alcanzó una comprensión realmente científica de la unidad del universo, descubrió los vínculos y la interdependencia de los fenómenos de la naturaleza y los procesos que en ellos se asentaban.

Los principales descubrimientos, toda la historia de los progresos científicos desde la antigüedad hasta nuestros días, representan una comprensión cada vez más profunda de la unidad del universo y una cadena de pruebas, cada vez más consistentes, de que la unidad del universo estriba en su materialidad. Al avanzar por el camino del descubrimiento de las leyes de la naturaleza, la ciencia fue ahondando en los vínculos entre las diferentes formas de la existencia, en las mutaciones y las transformaciones de unos fenómenos en otros, demostrando que el universo es uno. Hace cuatro siglos cuando se demostró que los cuerpos celestes están subordinados a las mismas leyes del movimiento de los cuerpos terrestres cuando Copérnico y Galileo refutaron la convicción de que los astros se componían de una materia completamente distinta a la de la Tierra y que no se subordinan a las leyes de la mecánica, se eliminó el abismo entre el cielo y la Tierra, como dos mundos independientes. Aquella fue una trascendental victoria del intelecto humano en la vía del conocimiento acerca de la unidad material del universo.

Todos los procesos son resultado de la interacción con el medio, en un proceso de modificación y perfeccionamientos constantes. El principio de la unidad y diversidad del mundo adquirió mayor fundamento científico, cuando a mediados del siglo XIX, se formularon las leyes de conservación y transformación de la materia y de la energía (mecánica, térmica, lumínica, electromagnética, etc.) y cuando, la diferenciación cualitativa de los 92 elementos químicos (en su tiempo considerados inmutables y no convertibles entre sí), se descubrieron las combinaciones de las partículas "elementales" homogéneas y de transformación de unos elementos en otros. Eso evidenció que la infinita diversidad de objetos presupone su "consanguinidad", como un todo material único, que toda esa diversidad forma los eslabones de una misma cadena infinita del desarrollo de la naturaleza.

La concepción científica de la unidad del universo excluye la existencia de un mundo sobrenatural. No admite que haya un "más allá" inaccesible para el conocimiento científico y en contraposición a todo cuanto conocemos de la naturaleza. Sabemos que nos hayamos lejos de conocer todo lo existente. Pero todo lo existente es cognoscible por los medios de la ciencia. Los nuevos conocimientos, lejos de debilitar, fortalecen el concepto científico de la estructura del universo. Todo lo misterioso desaparece, se disipa a la luz del saber.

Existen muchos problemas por resolver, pero no hay "misterios". Todo cuanto se hace pasar por "sobrenatural" o bien encuentra explicación, o descubre su ficción.





Armando Bejarano Valdeolla
es Profesor de Filosofía
Facultad de Ciencias Sociales y Umanística
Universidad Ignacio Agramonte de Camagüey







Página enviada por Armando Bejarano Valdeolla
(6 de mayo de 2008)


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