Cuba

Una identità in movimento


José Marti en el fiel de América

Wilkie Delgado Correa


"¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!".


Hoy es hora de evocar, en ocasión de la fecha de su nacimiento el 28 de enero de 1953, a José Martí, el Héroe Nacional de Cuba.

Nunca el pueblo de Cuba ni los pueblos de nuestra América, han dejado de tributar el merecido homenaje de recordación al hombre que sembrara luz eterna en la conciencia de sus hijos. Y tanto en los días grises y tristes como en los esplendorosos y felices, en los días en que ha sido posible e imposible celebrar estos aniversarios, el recuerdo del Apóstol ha estado presente. En los grises y tristes, para exhortar y alentar. En los días alegres, para aconsejar con dulzura y dirigir. Siempre se han unido y agrupado los cubanos al conjuro de la memoria y la palabra de Martí, porque su palabra está vitalizada por el corazón y la sangre, y sólo la palabra así vitalizada puede agrupar a los hombres.

Hay que señalar, sin embargo, la especie de tragedia que vino a ser para los cubanos la evocación de José Martí, para que sirva ese señalamiento de denuncia que reivindique su memoria sagrada.

Efectivamente, desde el inicio de la República se instauró el homenaje a su memoria y, desde entonces, han marchado hacia fines distintos el homenaje de los hombres honrados y el de los hombres indignos.

Cuando nació Martí el 28 de enero de 1853 ya se encaminaban por suelo cubanos los ideales de la lucha independentista. Y cuando cayó en Dos Ríos, en mitad del camino de su vida, abatido de balas y maldades, el 19 de mayo de 1895, la lucha iba alcanzando su destino.

Murió entero,


"... pegado al último tronco, al último peleador" — como lo había anunciado proféticamente — después de haber "cumplido la obra de la vida".


Mas su desaparición no significó la muerte de sus pensamientos, sino la mutación magnífica de su cuerpo físico en cuerpo de ideas. Martí es y será — desde entonces — sus ideas y pensamientos como esencia de su vida de hombre de todos los tiempos.

Porque permaneció vivo y entero en su pensamiento, aún después de su muerte, es por lo que, durante mucho tiempo, los cubanos tuvimos que ver cómo se le profanaba de la manera más vil.

Malabaristas de la palabra, integrantes de jaurías, filibusteros de la política, oportunistas de todas las ocasiones, arribistas de todos los barcos, fariseos de toda laya, empleadores y justificadores de todos los medios, las conciencias amaestradas y teledirigidas, talentos doblados a todos los servilismos, tiranos disfrazados de ovejas, azuzadores de odio, sembradores de intrigas y traición, fabricantes del engaño y la mentira, acometedores y acobardadotes de hombres, vendepatrias y sietemesinos, han utilizado, a través de los tiempos, la palabra del Apóstol como ropaje para encubrir sus pravas intenciones ante su pueblo, que le rinde sincera y devota pleitesía. Pero para suerte, esta Intención ha sido inútil, por supuesto.

Unos u otros personajes viles han alzado al aire los pedazos de Martí que creían les podrían ser útiles para sus propósitos bastardos.


"Mirad — han exclamado hasta desgañitarse — este es Martí. Oíd lo que dice".


Si se quiere ejemplo más fehaciente, que linda en la comedia más vil y ridícula, es el nombre dado por el gobierno norteamericano a la Radio y a la Televisión mal llamadas Martí, apéndice contrarrevolucionario de la Voz de las Américas y agencia para la subversión de los Estados Unidos.

Así han tratado a Martí sus enemigos y los de su pueblo. Para un caso como éste pudieron haber sido dichas aquellas palabras suyas:


"Me han presentado de tal modo, me han desfigurado de tal modo, me han exagerado con tales proporciones, se han movido contra mí por resortes y causas para mí desconocidas, me han cerrado con tales obstáculos el camino que yo había abierto, que presintiendo..."


¿Qué podía presentir, sino que tratarían de suprimirlo o suplantarlo?

¿Cómo debió sentirse durante todo ese tiempo? Pues dando tumbos como quien se cae a pedazos por el camino y sigue recogiendo de la tierra sus propios pedazos, como él dijera.

No nos debe extrañar, sin embargo, que los enemigos suyos y de su pueblo procedieran de tal modo. Hay que comprender que todo lo que hacen es para desviar nuestra mirada de esta aurora del pensamiento libertario y ético.

Los cubanos tenemos una dicha inmensa por contar con Martí como Maestro, y ser herederos directos de su credo libertario. Eso debiera ser suficiente para sentirnos orgullosos por siempre de nuestra nacionalidad y seguirle paso a paso la huella viva de sus pies.

Podemos estar orientados a pesar de la confusión y las oscuridades que emite el mundo que nos rodea, y al que pertenecemos por ser nosotros parte integrante de la humanidad, con sólo ir en seguimiento de los trazos de la luz de su palabra, que fue, en sus días, palabra de su tiempo; y que es hoy — gracias a su dilatada visión — palabra viva y ardiente de nuestro tiempo y de todos los tiempos.

No olvidamos que consagró su corazón a la tierra grave y doliente y que profetizó que jamás acabarían sus luchas; que no le esperaban más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que era preciso entrar para consolarlos y mejorarlos.

De ahí, que podamos asomarnos, a través de ese sol y esa luz martianos, a los paisajes que nos ofrece la vida de los hombres, de los pueblos y del mundo.

Nadie mejor para conducir o guiar que quien ya ha recorrido un camino. Y Martí nos puede llevar de las manos; puesto que conoció los males y desdichas que aplastaban al hombre, las tragedias que paralizaban y aniquilaban a los pueblos y las gangrenas que invadían el cuerpo y el espíritu de la humanidad. Y, aunque siempre conservó la pureza del corazón, sufrió más que nadie las acometidas y los ataques de los viles, pues como expresó "a un vil se le conoce porque abusa de los débiles". Y por medio de su padecimiento, pudo conocer a los que hacen sufrir a los hombres y a los pueblos, y por qué los hacen sufrir.

Porque quería la libertad de sus compatriotas y la independencia de su país, el régimen español lo lanzó al trabajo de las canteras, puso grilletes a sus pies, le hizo vivir la vida dura y criminal de la cárcel política colonial, le enseñó lo que costaba rebelarse frente a la explotación, el crimen, la tiranía y la mentira. De allí salió erguida, no obstante su endeblez, su venerable y recia figura de combatiente infatigable de una causa noble, justa y humana; alimentado de fervor e inquietud patrios, más que de alimento material alguno.

Porque respiró la falta de libertad en su patria encadenada, y sufrió por aspirar a ella y desearla, es que ha dejado a los cubanos y a los hombres del mundo, la más linda y verdadera definición de la libertad:


"Es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía".


Porque conoció a los hombres — esa fuerza capaz de derribar tiranos encumbrados —, nos dejó dicho que


"... un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado".


Fácil es ver que el pensamiento del Apóstol cubano continúa vigente para el mundo y está encarnado en la triunfante Revolución Cubana, de cuya génesis fue autor intelectual, como señalará Fidel en el alegato LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ.

Al respecto, resultan reveladoras las afirmaciones de Fidel en aquel alegato histórico:


"De igual modo se prohibió que llegaran a mis manos los libros de Martí; parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos. ¿O será porque yo dije que Martí era el autor intelectual del 26 de Julio? Se impidió, además, que trajese a este juicio ninguna obra de consulta sobre cualquier otra materia. ¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos".

"Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo su fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!"


José Martí, caído en combate el 19 de mayo de 1895, vive hoy en la memoria de todos, pues como dijo en sus versos:


"[...] Cuando se muere
en brazos de la patria agradecida,
la muerte acaba, la prisión se rompe;
¡empieza, al fin, con el morir, la vida!







    Wilkie Delgado Correa
    Doctor en Ciencias Médicas
    Profesor Consultante y Profesor de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas
    Escritor y periodista





Página enviada por Wilkie Delgado Correa
(28 de enero de 2010)


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