Cuba

Una identità in movimento


La llama eterna de Picchu

Adys M. Cupull Reyes Froilán González


Quieren los hombres ser útiles cuando ven al indio americano andar con su familia, golpeados por la discriminación, la indiferencia, y el desprecio de los que poseen una mentalidad colonialista, entreguista y esclavista; de los que se consideran amos de todo lo que les rodea; y deshumanizan la sociedad.

Como si todavía en las Repúblicas del continente fueran dominadas por las Leyes de Indias que impusieron a las colonias. Los indígenas de América no son reconocidos por la sociedad con la misma condición humana, caminan casi siempre callados, acompañados del hambre y el dolor, que son inseparables en sus vidas. Los hijos de estas familias indígenas y pobres, no estudian: trabajan. Muchos de los que viven en las ciudades buscan en los tachos o basureros algún desperdicio que les sirva de alimento. La muerte, las amenazas, el terror, los asesinatos, las desapariciones acechan a los que mediante el diálogo luchan por su reivindicación. El terror y la inseguridad los llena de temor, que vencen a costa de sus propias vidas.

Es necesario hablar de las barbaries cometidas contra las familias indígenas a través de los siglos, desde la colonización española. El amor y el sacrificio se juntan cuando se mencionan los nombres de Micaela Bastidas Puyucagwua y José Gabriel Tùpac Amaru, cuyas ideas en la defensa de la tierra que les usurparon y de la libertad de los hombres son precursoras en el ideario emancipador del continente. El vivía orgulloso de su ascendencia directa de antiguos monarcas incas y del titulo incaico que poseía. Al conocer la historia de sus ancestros, comenzó a sufrir y a preocuparse por las condiciones degradantes en que Vivian los suyos. Supo de las ideas progresistas de la època y se opuso a la mita por considerarla uno de los males mayores que imponían a su pueblo.

Tùpac Amaru nació en Surimana, en Perú, en 1740. Fueron sus primeros maestros dos sacerdotes: Antonio Lòpez de Sosa, cura de Pampamarca y el Dr. Carlos Rodríguez de Ávila, cura de Yanacoa. En 1760 se caso con Micaela que fue además su Lugarteniente, con quien tuvo tres hijos: Hipólito, Mariano, y Fernando.

Narra el escritor Boleslao Lewin en su libro "Vida de Tùpac Amaru" que uno de sus hijos: Mariano, exhibía con estimación en público, el símbolo real de los incas.

Lewin, transcribió documentos redactados por el dirigente inca. Uno que denomina Memorial presentado por Tùpac Amaru en Lima, ante el Virrey, dice:


"... los imponderables trabajos que padecen con la mita de Potosí en una distancia de más de 200 leguas, y lo que es más, el gravísimo daño de la extinción de los pueblos en el visible, experimental, menoscabo de sus indios, que obligados con sus mujeres y sus hijos hacen una dolorosa despedida de su patria y de sus parientes, porque la rigidez y la escabrosidad de los caminos los mata, los aniquila el extraño temperamento y pesado trabajo de Potosí, o su indigencia no les da arbitrio para regresar a sus pueblos cuando la calamidad no ha acabado antes con su vida" (Ob. cit. p. 28).


En otra parte señala:


"... porque ya parece que se ha hecho o naturaleza o sistema el mal tratamiento de los indios, al paso que se consideran y son útiles y necesarios. Por las diligencias practicadas ante los alcaldes de aquellos pueblos consta la sevicia que sufren, las tareas indebidas con que son gravados y demás abusos que experimentan, presentados en debida forma por el suplicante, porque los indios tienen mal recomendada su verdad, después de todo son unos infelices, y son los que llevan el trabajo y la peor parte de su humilde condición, y la malicia para ponerse en cubierto de las resultas de su mal procedimiento contra unos naturales que tanta compasión merecen a Su Majestad y a Vuestra Excelencia" (Ob. cit. p. 30,31).


Nada resultó de estas y otras gestiones realizadas por él, no hubo respuesta que solucionara los males, ni esperanzas para cambiar aquella esclavitud. El 4 de noviembre de 1780 dio el Grito de Rebelión. Y entre otros documentos expidió su famoso legado antiesclavista, declarando libres a los indios esclavos. Libró combates victoriosos seguido por un ejército de valientes, hombres y mujeres, hasta mayo de 1781 en que fue apresado. El suplicio de él, su esposa, hijos y otros familiares, martirizados en su presencia, culminó en Picchu, lugar donde su cuerpo, descuartizado, y el de Micaela, fueron arrojados a una hoguera. Entonces aparecieron las anécdotas contadas por los que vivieron el tenebroso día. Hoy todo parece leyenda; pero fue verdad como la llama de Picchu, que fue devorada por otra llama que no se ve, pero está encendida, es la llama del amor por su tierra, la que prendieron e hicieron eterna con sus heroicas vidas, para que no se olvide el pretendido exterminio de la civilización autóctona americana; para que el indio exista siempre, para que ande y con él, comience a andar bien Nuestra América.






Página enviada por Froilán González y Adys M. Cupull Reyes
(21 de septiembre de 2008)


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