Cuba

Una identità in movimento


Matilde: amiga del sur

Froilán González


Matilde LadrónLas agencias de noticias informaron el 23 de agosto del presente año el fallecimiento de la escritora chilena Matilde Ladrón de Guevara, a la edad de 99 años.

Tuve el privilegio de entrevistarla y conversar con ella más de una vez. Eran los años que sentía y sufría la inmensa pena por el cruel encarcelamiento de su hija Sybila. La admiramos como escritora eminente y madre insuperable, luchando siempre para lograr la libertad de su hija.

Las relaciones comenzaron en Santiago de Chile en el año 1992, cuando investigábamos para el libro sobre la madre del Comandante Ernesto Che Guevara, titulado Canto Inconcluso.

Llegué desde la ciudad argentina de Mendoza, siguiendo la Ruta de los Libertadores, que atraviesa la cordillera andina y esto le impresionó, dijo, que esa Ruta también la realizó la madre del Che y sus hijos cuando regresaron de La Habana.

El embajador de Cuba en Santiago, Aramis Fuente, el Corresponsal de Prensa Latina, Ramón Lafforte y Gladys Marín, Secretaria General del Partido Comunista de Chile, concertaron la entrevista.

Matilde conservaba la belleza de aquella joven muy hermosa, que fue Miss Chile o finalista de ese concurso y nos sorprendió al solicitarnos una espera de cuatro horas para maquillarse y poder recibirnos como merecíamos los cubanos.

Era una mujer cautivadora. Su apartamento muy lujoso en una de las zonas exclusivas de Santiago fue testigo de aquel memorable encuentro, que duró desde el medio día hasta altas horas de la madrugada y selló una profunda y mutua simpatía.

Había estudiado Sociología, Filosofía y Literatura Política en La Sorbona de París. Explicó que residió en las principales capitales del mundo y había visitado el Polo Norte.

El motivo de la visita era conocer su testimonio sobre la madre del Che. Se conocieron cuando Celia de la Serna regresó de Cuba, después de ver a su hijo, tras el triunfo de la Revolución Cubana. Viajaba junto a sus hijos Celia y Juan Martín. Regresaron en el vapor "Reina del Mar", con escala en Jamaica, Curazao, en el Puerto de la Guaira, en Venezuela y a Cartagena de India en Colombia, cruzó el Canal de Panamá hasta el puerto de Callao en Perú, para continuar hasta Arica y Valparaíso, en Chile, a donde llegó el 4 de marzo de 1959. Se trasladaron hasta Santiago de Chile para tomar el tren rumbo a Mendoza y Buenos Aires.

Matilde y su hermana Lucia le organizaron un homenaje al que asistieron varios intelectuales. Celia habló de sus experiencias de la Revolución, de su hijo y de la esperanza que representaba Cuba para todos los latinoamericanos.

Matilde presidía la Asociación de Escritores y estableció una estrecha amistad con Celia que perduró en el tiempo. Fue escritora, cronista, novelista, poeta, corresponsal de la revista chilena Ecrán en Hollywoord y personalidad destacada en la vida cultural de su país. Estaba casada con el General Arredondo de la fuerza aérea chilena.

Entre sus obras se encuentran el poemario "Amarras de Luz", "Mi patria fue música", "Adiós al Cañaveral", "Madre soltera", "La Cienaga", "Y va a caer", donde condena el Golpe Militar de Pinochet y los crímenes cometido por esa dictadura. Otros de sus libros son "Sybila en canto general", "Leona de invierno" y la antología poética "Desnuda", prologada por Pablo Neruda quien la catalogó como "perfil de espuma". En la contraportada del libro se puede leer:


"La metáfora puede resultar extraña a primera vista, pero cuando se conoce a la autora, cuando se descubre o comparte su constante actitud de oleaje, de energía sin reposo, se descubre el por qué de la frase, la captación intuitiva con que el gran poeta chileno diseña a su compatriota".


Murió la noche del sábado 22 de agosto en el Hospital Militar, a causa de cáncer generalizado y sus restos fueron velados en la sede de la Sociedad de Escritores de Chile y luego cremado.

Su nombre era Matilde Eloisa Ladrón de Guevara Calderón de la Barca, nació el 18 de agosto de 1910 en Santiago de Chile. Estuvo vinculada a Pablo Neruda y a Gabriela Mistral que fue la madrina de su hija Sybila Arredondo.

Durante 14 años luchó intensamente para obtener la libertad de su hija, viuda del escritor peruano José María Arguedas, condenada a 15 años de prisión en Lima por supuestas relaciones con la organización Sendero Luminoso.

Según los despachos noticiosos Sybila salió en libertad en diciembre del 2002 y Matilde escribió "Por ella", el testimonio personal de tener una hija presa durante tantos años y en condiciones de crueldad y declaró a la prensa.


"Estos 14 años de espera me han destrozado el alma. Ahora puedo morir en cualquier momento".


Como homenaje a Matilde, hemos decidido donar los libros que nos regaló en Santiago de Chile aquella noche inolvidable y que guardamos como gran tesoro, al Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, para los interesados en esos temas y entregar a los lectores su testimonio sobre la madre del Che que aparece en nuestro libro "CANTO INCONCLUSO", traducido entre otros idiomas, al turco y al chino.

En su testimonio sobre la amistad con Celia de la Serna, dice:


Conocí a Celia, la primera vez en casa de mi hermana Lucía Guevara de Rozas, que tenía relaciones con simpatizantes de la Revolución Cubana, de Centroamérica, ellos le comunicaron a Celia que aquí había algunos Guevara, era la familia de mi abuelo Tomás Guevara, que en paz descanse, escritor e historiador, fundador de la Sociedad de Historia y Geografía de Chile, del Liceo de Temuco y rector del Victorino Lastarria.

Mi hermana tomó contacto con Celia y la invitó a su casa de la calle Edwards y luego le ofreció una comida. Yo como escritora quise conocerla y fui, naturalmente. Nos hicimos amigas desde el comienzo. A la recepción que le ofreció mi hermana asistió un grupo de personas agradables y cultas, un tanto intelectuales, aunque fue una reunión de aspecto familiar, fue mi marido, mi hijo, otros familiares, amigos, gente de estratos altos de la sociedad.

Después viajé a Buenos Aires, nos reunimos y pasé momentos gratísimos. El más inolvidable fue cuando un día me llamó por teléfono al hotel donde me hospedaba y me dijo: ¿Matilde, querés conocer ahora a Fidel Castro? Yo me quedé paralizada, sorprendidísima, "claro — le contesté — por supuesto, cómo no voy a querer conocer a Fidel?". Arreglate y te venís volando — agregó — porque la fiesta va a ser en casa de una prima que vive en un departamento amplio y lujoso, no en el mío, por supuesto. Me dio la dirección y los datos para llegar. Yo estaba esa noche convidada a comer con el escribano Raúl Guillot a quien le avisé: no podré‚ salir contigo porque voy a una fiesta a casa del Che Guevara y allí conoceré a Fidel. "Yo me muero por conocerlo, llevame" — me rogó. Los argentinos, tenían una locura entusiasta por Fidel.

Luego pasó a buscarme en un taxi. Salimos rápidamente y llegamos allá como al paraíso. Había mucha gente, parientes, muchachas buenas mozas, sobre todo, María Lynch, que tiene el mismo nombre de la escritora, lindísima... También grupos de gentes de renombre político. Pero nadie interesaba en ese momento, sino que apareciera el líder. Entre bocadillos, tragos, la gente esperaba la presencia real de Fidel. Repentinamente se sintió ruido abajo, en la costanera. Y apareció Fidel... con unos dos o tres guardaespaldas y seguido por un grupo como enjambre de admiradores.

Entró Fidel, radiante, ese Titán, con figura apolónea, expansivo, cariñoso, amable. La primera impresión que causa Fidel es su estampa física, porque su estatura de casi dos metros, con un torso fuerte, disturba, se impone. Me pareció un dios griego.

Llegó sonriéndose, con una simpatía avasalladora. Nos hicimos rápidamente amigos, saludó, naturalmente, primero a Celia, lo rodeamos y ya no queríamos hablar, sólo oírlo. Se notaba algo cansado.

Había estado en la reunión de los 21 en la mañana, en el Parlamento una reunión, que, según publicaron los diarios, se desarrolló muy tensa al comienzo. Lo observaban con desconfianza y sus propios enemigos, después de una hora que habló, aplaudieron y se enalteció el Parlamento y todos lo ovacionaron de pie durante largo rato. Hablar en esta anécdota de Fidel, es demasiado difícil, laborioso, atrevido, esa noche es inolvidable, inigualable e incomparable. Fidel nos tuteó, se sentía como en su casa, y dijo:


"Yo estoy en la casa de mi hermano", le repitió a Celia, "usted es mi madre" y hemos hablado tanto "de la mamá" con Che, en todas nuestras giras, siempre recordándola, con tanto amor, yo la quiero como él.


Esa noche cumbre en nuestra amistad con Celia, durará más allá de la vida. Fue la ofrenda de su cariño, la invitación de la madre de un hombre supremo, compartir con todos sus parientes, y a mí, me trató como tal "unidos en ideas y poesías" — dijo.

Cuando Celia volvió a Santiago de Chile yo le preparé una comida en mi casa... Celia encantó a todos, muy cordial, distinguida, cortés, alegre, simpática. Todos los invitados la encontraron muy inteligente, perspicaz, una mujer excepcional — diría yo — mujer valiosa e ilustrada. Para mí está después de Gabriela Mistral, amiga a quien más he admirado y querido eso lo he divulgado y ha salido publicado en varias ocasiones. Entre todas las mujeres que he conocido, las más extraordinarias han sido: Gabriela Mistral, Celia de la Serna, y mi hija Sybila Arredondo, la viuda de José María Argueda y que actualmente se encuentra encarcelada injustamente en Perú. Celia era una mujer que había leído mucho, que sabía de todo, se podía hablar con ella tanto de una novela best seller como recorrer la mitología griega, podía comparar los clásicos, enhebrar un coloquio sobre música, era proteiforme.

Ella era distinta a otras mujeres, se la adivinaba de una independencia maravillosa, con una visión lógica del mundo, a la vez espiritual, también objetiva y subjetiva, lo que es muy difícil unir.

En esa velada hablamos de Cuba, de la Revolución y del Che, pero las charlas más íntimas y profundas se prolongaron en Argentina, yo iba todos los años para asistir a la Feria del Libro, porque muchos de mis libros se han publicado allá, iba por uno o dos meses, recuerdo que salimos muchas veces. Yo la convidaba a menudo a salir a restaurante y ella me llevaba a su casa y me confesaba: Mirá que soy la más mala dueña de casa que existe, y yo le contestaba: Eres una mujer maravillosa y debieras ser una diputada o diplomática, o dirigir desde un cargo alto y no doméstico, de manera que no te preocupes de detalles y vamos a almorzar a cualquier parte, y partíamos a restaurantes sencillos y a veces nos echaban porque se nos pasaba la hora conversando, entretenidas y no olvido que ella tenía la delicadeza de pedir algo barato. Yo le rogaba: "Pide algo, lo que quieras porque tengo dinero en este momento, elige otra cosa", pero no aceptaba. Yo admiraba esa sencillez que desplegaba.

Ella me contó en una ocasión que hablábamos de Cuba, La Habana, la Revolución, la Historia Americana y nuestro americanismo, pero lo que más me impresionó de todas esas pláticas y que guardo más grabado, porque la vi entristecidísima, y llegó un momento a emocionarme, porque se le quebró la voz, y se le cayeron lágrimas cuando me describió sus sufrimientos como madre, ella dijo algo más o menos así:


"Matilde, cuando yo creí a mi hijo muerto, varias veces durante esos tres años de sufrimientos indecibles que los puedes imaginar. ­ ¡No, no te lo puedes imaginar!, porque fue una agonía para mí, aquella seguridad de que estaba muerto y no podía adaptarme a esa verdad que aseguraban en los diarios, en los comentarios generales del mundo, o en la Argentina. Cuando de pronto llegaron noticias a Buenos Aires, de que mi hijo había sido muerto en un ataque de aviación de Batista en un lugar de la Sierra Maestra. Algo me calmé‚ y me sentí reconfortada por su acción, y, ya ves vos, cuán grande fue mi alegría al recibir una cartica suya en diciembre de 1956, donde me comunicaba que solo estaba herido. Creeme que resucité. Mirá, como entró ese papelito y me arropó en mi pena como si floreciera un árbol que reverbera, que sale del invierno y él estaba vivo".


Luego me dijo:


"Cuando vayas a Cuba, andá a ver a mi hijo, porque es poeta y dile que te muestre sus poemas", y yo fui y lo vi.


Celia y yo intimamos durante largo tiempo, de manera que pude ir apreciando su sabiduría, su capacidad intelectual, su espíritu tierno evitando disertar. Era una mujer sencilla, sin ostentaciones, peinaba siempre sus cabellos muy cortos. Sus razonamientos políticos la señalaban como un alto exponente que se ha dedicado a aprender exhaustivamente. Su cultura, además, siempre era rica y universal, jamás hacía alarde de su inteligencia. Mostraba en sus ideas una fortaleza férrea y novedosa, cuando ella se atrevía a afirmar algo, seguro que estaba en la razón. Pienso que el Che heredó de su madre esa ansiedad, esa hambre de neofilia para ver el mundo, ordenar la sociedad justa, con sus problemas económicos, sociales, políticos, culturales, artísticos y religiosos.









Página enviada por Froilán González y Adys M. Cupull Reyes
(26 de agosto de 2009)


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