Cuba

Una identità in movimento


Iberoamérica en el debate cultural. A propósito de la XVII fiesta de la cultura Iberoamericana en Holguín

José Vega Suñol


EL DEBATE EN TORNO A IBEROAMÉRICA

Iberoamérica es una resultante del encuentro entre el viejo y nuevo mundos; formada por los extintos imperios coloniales de la iberia europea — España y Portugal —, y los países surgidos de sus antiguas colonias americanas, constituye una importante familia de pueblos que guardan una relativa homogeneidad cultural, a pesar de sus límites imprecisos y discontinuos. El término es objeto de debate. Ha sido aceptado por unos y vilipendiado por otros. Posee la valía de sostenerse en pilares tan firmes como la historia, la cultura y la geografía y como propósito alberga el fin supremo de agrupar un proyecto supranacional y multicultural no exento de contradicciones y dilemas, algunos de los cuales no han sido resueltos de manera satisfactoria y definitiva, puesto que tal agrupamiento presume de unitario cuando su esencia lo impugna. Iberoamérica es la consecuencia de la iberia extendida a América por el colonialismo mercantil de España y Portugal y la América ibérica es la invariante colonial y poscolonial de dicha extensión; por tanto, Iberoamérica es una ecuación-bisagra, una sumatoria de antiguas metrópolis y colonias, de poderes y rebeldías, de caucásicos a caballo frente a indios, negros y criollos rebeldes; una amalgama etnocultural compleja y teatro de disímiles e inefables concurrencias.[1]

Iberoamérica debate su legitimidad frente a conceptos como Latinoamérica. Esta última comprende tanto a la América hispana y portuguesa como la presencia francesa en el Nuevo Mundo.[2] En consecuencia, los lindes histórico-culturales de Iberoamérica y Latinoamérica no son precisamente los mismos. Si el primero se reduce a la comunidad de pueblos signados por la cultura ibérica, la segunda se refiere a las nuevas comunidades históricas surgidas de las tres metrópolis de ascendencia cultural latina presentes en el nuevo orbe occidental. De tal suerte, América Latina engloba aquellos pueblos y territorios dominados por el español, el portugués y el francés, tres lenguas procedentes del viejo latín. No obstante, lo latinoamericano incluye el reconocimiento de lo iberoamericano, como uno de sus componentes vitales en medio de un conglomerado mayor. Pero hay una diferencia todavía más profunda entre Iberoamérica y Latinoamérica. Aquella abarca por integración la suma presencial de una región de Europa con el territorio de sus excolonias en América mientras que ésta se limita a reconocer la unidad de pueblos americanos devenidos de las antiguas metrópolis de cultura latina.

Mientras tanto, Hispanoamérica es una de las dos partes que componen a Iberoamérica (la otra parte sería el amplio territorio colonizado por Portugal en el actual Brasil) y la variante cultural más extensa por el número de países implicados; sin embargo, Hispanoamérica es un concepto más restringido, al incluir solo a España y a los pueblos-nación desprendidos de esta presencia en América.

Otra de las denominaciones que ha agregado calor al debate frente a lo propiamente iberoamericano es el término panamericano, presunta congregación de los pueblos al sur y al norte del río Bravo; las Américas como bloque continental. Como se sabe, de este enfoque se deriva el panamericanismo, propuesta endulzada con el azúcar de Virginia que delinea su precoz contorno en la doctrina Monroe, base programática del imperialismo norteamericano, tempranamente denunciado por pensadores como Simón Bolívar y José Martí.

En cambio, Martí promovió una acepción más original y congruente con el proyecto emancipador que en el fondo define la diferencia. Sin desconocer ni menoscabar a Iberoamérica, Latinoamérica o Hispanoamérica decide inclinarse por Nuestra América, para nombrar una realidad donde el protagonista no es otro que el proyecto de emancipación del indio, el negro y el mestizo, y su liberación de los viejos poderes europeos a la par que dispara una alerta ante los futuros peligros que puedan venir del “gigante de siete leguas". La elección martiana está alentada por el compromiso de redención e independencia anticolonial que no habían sido contemplados en los significados anteriores. Martí no niega lo iberoamericano, lo latinoamericano o lo hispanoamericano sino más bien los incluye y los supera al conjugarlos en el calificativo de una América que nos pertenece como destino y como bien común.

Entonces ¿por qué o para qué rescatar “Iberoamérica"?

Iberoamérica atraviesa hoy por la necesidad de reinventarse y re-encontrarse de nuevo a sí misma al mostrar el designio de zanjar las heridas de un pasado reciente mediante el diálogo, el reconocimiento y la comprensión mutua, tal como lo reflejan las cumbres iberoamericanas y la propia fiesta de la cultura iberoamericana. No es consecuente provocar nuevos traumatismos por obra de los excesos, cuando el momento exige precisamente lo contrario. Pero tampoco es conveniente olvidar.

Es preciso reconocer que estamos en presencia de una comunidad integrada por pueblos con rasgos comunes y diferentes, ungidos por obra y gracia de la expansión de la iberia española y portuguesa por los territorios del continente americano en permanente situación de conflicto con pueblos nativos en desigual nivel civilizatorio, donde se impusieron y prevalecieron códigos culturales hegemónicos e irrumpió un ser histórico-cultural distinto en tierras americanas. El término reúne, por tanto, realidades impares, ubicadas en escenarios también dispares como el primer mundo y el tercero. Empero, la reunión es un acto magnánimo de respeto al otro mediante el intercambio, preferentemente cultural, única vía posible para dejar atrás las diferencias y comenzar a transitar juntos por el benéfico camino de la cooperación y la inclusión.

Precisamente, Iberoamérica admite múltiples referentes que refuerzan el sentido de unidad histórico-cultural subyacente en este significado y que por su naturaleza son fuentes de valor cultural; de estos referentes hemos de hacer mención a tres en particular, — la lengua, la religión y la arquitectura —, núcleos confirmatorios de una identidad cultural . Un repaso a estas manifestaciones permitirá demostrar la profusa universalidad de su huella en el referido ámbito, en tanto sirvieron de compulsores de una experiencia ecuménica en toda la escala continental.

Las lenguas predominantes del área cultural iberoamericana fueron impuestas por la conquista y colonización europeas y comprende el español y el portugués. Pero también esta área del mundo anida a un conjunto de lenguas amerindias cuyos hablantes ascienden a millones, entre las que se destacan el aimara, el guaraní, el quechua, el náhuatl y el maya yucateco, discursos de oralidad que durante siglos quedaron subyugados y aislados; pero gracias a ello o a pesar de ello, lograron conservarse como símbolos de resistencia. En la actualidad, junto a una Iberoamérica española o portuguesa existe paralelamente una Iberoamérica bilingüe con decenas de dialectos de raíz nativa; así como bolsones lingüísticos sobrevivientes de América precolombina que se resisten a ser absorbidos por las lenguas ibéricas y mantienen incólumes sus fuentes originales de comunicación mediante la palabra. Un caso singular lo registra el pueblo paraguayo, pueblo bilingüe, capaz de emplear y combinar el español o el guaraní según el contexto sociolingüístico.

El cristianismo católico ha marcado tanto la espiritualidad como la ética del ser iberoamericano. Sin evangelización hubiera sido imposible la conquista. La cruz llegó más lejos que la espada, la persuasión y el convencimiento por la fe calaron más hondo que las municiones del arcabuz porque se albergaron en la subjetividad del indio americano y permitieron que se abrieran a la experiencia de la conversión. Desde los primeros frailes como Ramón Pané y Bartolomé de las Casas, pasando por la república jesuita del Paraguay que perduró siglo y medio, hasta la teología de la liberación, Iberoamérica ha sido un bastión del cristianismo católico, ora como instrumento de dominación ora como medio de liberación. Como miembro participativo del poder ha sido aliado y parte, primero de las metrópolis y el colonialismo, luego de las oligarquías; pero como fuerza liberadora su papel ha sido medular en la cultura y la redención de los oprimidos.

Las primeras universidades ibéricas y americanas están atravesadas por el aliento católico, los grandes colegios donde se afirmó el saber científico y humanista a ambos lados del Atlántico, los conventos y escuelas de renombre, tuvieron ascendencia cristiana. Las órdenes religiosas de los dominicos, franciscanos, jeremitas, jesuitas, agustinos y benedictinos, entre otras, fueron fundadoras de los nuevos espacios que sedimentaron la Iberoamérica moderna y contemporánea. Pueblos, ciudades, regiones y provincias enteras nacieron a partir de las misiones franciscanas, jesuitas o agustinas. El código ético de millones de hombres y mujeres, — con una profunda incidencia en los comportamientos sociales, laborales, familiares y sexuales —, transpira los mandamientos y las exigencias de los textos sagrados, aún cuando estos hayan sido traducidos y transformados en costumbres y normas de vida cotidiana.

La arquitectura es el otro referente magnánimo que ha permitido dotar a Iberoamérica de un patrimonio tangible con visibles coordenadas de unidad. Desde las primeras grandes fortificaciones militares en el Caribe, edificadas a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, los modelos tomados del repertorio arquitectónico europeo de la época han enriquecido el arte de la construcción en todo el hemisferio occidental. Iberoamérica fue receptiva a los códigos constructivos euro-céntricos, diseñados en Madrid y Lisboa, Roma y Paris, Londres y Amsterdam. Un toque de distinción entre lo europeo y lo americano en arquitectura vino a ofrecerlo la tradición de las grandes culturas indígenas de este continente que aportaron una cuota de originalidad al barroco religioso en las catedrales, iglesias y conventos así como en el hábitat popular.

El neoclásico llegó a las colonias y a las nacientes repúblicas a través de la arquitectura Ibérica que continuó siendo modelo preferido para remedar, como lo fue el eclecticismo y los estilos históricos, que abrieron una línea de continuidad visual entre ciudades tan distantes como Madrid y La Habana; así como el Art Nouveau, el racionalismo, y otras tantas corrientes vanguardistas que han partido de diseños europeos recibidos como legado cultural y luego se han asumido y transformado en soluciones enriquecidas por la originalidad de los arquitectos locales, tal como lo referencia el diseño urbano-arquitectónico de Brasilia, obra de Costa y Niemeyer.

En tanto la cultura ha sido y será el abre caminos entre los pueblos, la unidad en la lengua, imaginarios, creencias, artes, así como un origen y destino común, preconiza la posibilidad — latente desde los tiempos de Bolívar —, de forjar en una sola armadura los destinos individuales de los pueblos-nación y hacerlos convergir en nuevos modelos de integración, dígase MERCOSUR, UNASUR o ALBA, surgidos de viejas aspiraciones que una y otra vez tuvieron que ser pospuestas o canceladas por culpa de una Iberoamérica y una Latinoamérica balcanizadas por el regionalismo, el caudillismo y el estrecho nacionalismo de las oligarquías poscoloniales que se adueñaron del subcontinente. Iberoamérica se encuentra en un momento de grandes decisiones; la visión iberoamericana no puede obnubilar la necesidad de integración de los pueblos latinoamericanos y del Caribe; por el contrario, debe servir como pilar histórico de la integración. Iberoamérica como proyecto de cooperación y Latinoamérica-Caribe como propósito magno de unidad económica, política y cultural.


RAÍCES IBEROAMERICANAS DE LA CULTURA CUBANA

Cuba fue puente entre la península ibérica y América continental e insular colonizada por España desde el mismo siglo XVI; la isla caribeña funcionó como centro planificador y organizativo de la conquista de Tierra Firme, dígase México o Florida, cuyas expediciones se reunieron y partieron de los puertos de Santiago de Cuba y La Habana, por entonces comprendidas ya entre las primeras villas-ciudades del Nuevo Mundo.

Los pueblos de España, dispersos en las múltiples regiones que la forman, completaron el crisol de su hispanidad en tierras americanas. En la Isla se juntaron andaluces y extremeños, castellanos y vascos, asturianos y catalanes; destinos antes dispersos ahora aparecen cruzados en la vorágine que le exige la conquista del espacio insular. España acabó de conformarse en América y Cuba resultó uno de los escenarios imprescindibles para comprender, en parte, el culmen de la hispanidad resuelto desde la orilla americana.

La prolongación del colonialismo en Cuba, que pudo quitarse el yugo ibérico con una distancia de casi un siglo después del resto de los pueblos iberoamericanos, ha servido de fundamento en unos casos o de pretexto en otros para explicar y entender los insondables substratos de hispanidad presentes en la cultura cubana. Cuatro largos siglos de dominio español permitieron profundizar la raíz hispana con una vehemencia poco común. Las relaciones metrópoli-colonia se tornaron como las de una madre con su hija hasta el punto de ser ésta investida de un loable calificativo, la “siempre fiel isla de Cuba". Continúa siendo un misterio por qué España defendió tan encarecidamente a su pequeña colonia insular hasta el colmo de sostener un ejército que llegó a sobrepasar en hombres, avituallamientos y técnicas militares a los ejércitos que enfrentaron las huestes de Hidalgo, San Martín o Bolívar. Las guerras de independencia de Cuba no solo estuvieron entre las más prolongadas, sino también clasifican entre las más sangrientas y socialmente devastadoras de todas las que han tenido lugar en el hemisferio. La razón podría encontrarse en el significado económico de Cuba como colonia esclavista-plantacional de España, convertida en fuente de energía vital para sostener el ya declinante y moribundo imperio. De igual forma, en el retraso emancipador intervino el compromiso reformista de una burguesía criolla descendiente de españoles, temerosa de perder sus bienes patrimoniales; y para colmo, hasta la insularidad de Cuba actuaba como un aislante del escenario liberal al obstaculizar la extensión de la antorcha encendida por el movimiento libertador. Pero la realidad indica, además, que la hispanidad de Cuba había logrado horadar no solo las estructuras económicas y políticas sino la sociedad y la familia. España era y es una cuestión sentimental para la mayoría de los cubanos y una de sus fuentes de identidad. Se trataba casi de una rebelión de los hijos contra los padres. El mismo José Martí era hijo de madre canaria y padre valenciano. No era fácil. Pero tampoco imposible.

La demora de Cuba en soltarse de su metrópoli se aprovechó para refundar la isla con nuevos contingentes humanos procedentes de diferentes regiones de la península ibérica y las Islas Canarias. España se esmeró hasta el límite en un esfuerzo colosal para no perder a su eficiente colonia. Renovados contingentes humanos proveedores de hispanidad se asentaron a lo largo del siglo XIX, siglo de la independencia. Esta vez no procedían exclusivamente de la península e ínsulas ibéricas, sino de la Hispanoamérica recién liberada del colonialismo; miles de oficiales realistas se trasladaron con sus familias a La Habana, Santiago de Cuba y otros sitios; venían de México, Venezuela, Colombia, Panamá o el Perú; y una vez reubicados en la Isla reverdecieron la aspiración y el optimismo de salvar a Cuba para España, costase lo que costase. Los independentistas cubanos requirieron iniciar tres guerras para zafarse del yugo colonial. Y España defendió su último reducto en el hemisferio americano como no lo había hecho antes con ninguna de sus colonias. Todavía hoy, los españoles, para darse ánimo cuando les va mal, acuden a la sentencia popular “más se perdió en Cuba".

Ni siquiera la pérdida de su singular ínsula significó cortar los vasos comunicantes y el tejido de compromisos establecidos durante los siglos precedentes. Toda la primera mitad del siglo XX fue testigo de la elección de Cuba como uno de los destinos preferidos para emigrar a América para decenas de miles de españoles. En menos de cinco décadas más de un cuarto de millón de inmigrantes procedentes de la península ingresó a Cuba decididos a echar rodilla en tierra para procurarse un futuro mejor. Hubo, pues, una refundación de las raíces hispánicas en pleno siglo XX cubano que hoy se legitima y denota en el caudal de su descendencia.[3]


IBEROAMÉRICA EN LA CULTURA HOLGUINERA

La realización de la fiesta de la cultura Iberoamericana en Holguín no es un hecho fortuito. Esta región del territorio cubano había sido tempranamente poblada por comunidades aborígenes de origen arahuaco, grupo étnico-lingüístico procedente de la amazonía y el Orinoco. Los arahuacos conocían la agricultura de la yuca y eran fabricantes de cerámica, además de ser uno de los pueblos más movedizos gracias al dominio precario del arte de la navegación en canoas que le permitió desafiar el ponto líquido y ocupar gran parte del arco de las antillas menores y mayores. Sería inicuo ignorar su existencia, sobre todo cuando tuvieron que enfrentar la traumática experiencia del encuentro con el hombre europeo y lo que esto representó, principio del fin de su propia historia como pueblo.

En esta región de Cuba se produjo el segundo contacto entre el hombre ibérico y los naturales de América tras la llegada de Colón a la bahía de Bariay, luego del primer encuentro con el Nuevo Mundo en las Bahamas. Este acontecimiento estableció las bases futuras de la modernidad americana; las provincias indias del nordeste cubano, enmarcadas por entonces en el actual territorio de Holguín —, fueron el proemio de una experiencia trascendental que trazaría los caminos de la fundación de Iberoamérica.

La premisa transcultural de lo iberoamericano se realizó a través del contacto indo-hispánico. Precisamente, las comunidades aborígenes más avanzadas del archipiélago cubano, situadas en la parte oriental, contribuyeron a la transferencia alimentaria, habitacional y tecnológica que permitió a los conquistadores y primeros colonizadores sobrevivir en un medio desconocido: la yuca y el casabe, la calabaza y la jutía, el yarey y el bejuco, la hamaca y el bohío, la madera y la canoa, formaron parte de los recursos culturales disponibles para fundar el nuevo mundo americano. Los primeros registros históricos de la población de Holguín, correspondientes al siglo XVIII, permiten determinar el origen regional de la población procedente de España, tal como lo muestra el siguiente cuadro:

Población hispánica en Holguín entre 1751-1800[4]

Región de España

  • Canarias 43,75%
  • Castilla la Vieja 25,00%
  • Castilla la Nueva 6,25%
  • Andalucía 6,25%
  • Cataluña 6,25%
      Fuente: Archivo Parroquial de San Isidoro.

    Desde entonces es constatable la preeminencia canaria en dicha composición, seguida por las regiones de Castilla, Andalucía y Cataluña, con un predominio de los varones (90,37 %) respecto de las hembras (9,63%), desbalance que originó una alta tasa de matrimonios mixtos entre españoles y cubanas y promovió un acelerado crecimiento de población natural descendiente de españoles por vía patrilineal, tendencia que se mantuvo a lo largo de la colonia y durante la república mediatizada, verificable también con los migrantes que posteriormente llegaron de otras regiones de la península como Asturias, Galicia y el país Vasco.

    Entre 1818 y 1898 tuvo lugar un reforzamiento de la hispanidad en la región a partir de la promulgación de decretos y leyes metropolitanas dirigidas a su promoción. En el período enmarcado hubo un repoblamiento del territorio con nuevos contingentes procedentes de las Islas Canarias y la consiguiente fundación de nuevos asentamientos humanos, así como una mayor presencia de España en la administración colonial, el clero, el ejército, el comercio, las sociedades culturales, la arquitectura y el urbanismo.

    En 1862 casi la mitad del poblamiento hispánico del Departamento Oriental (48,45%) se encontraba asentado en la jurisdicción de Holguín, así como el 83,6% de los canarios de todo el oriente de Cuba se habían decidido por Holguín.

    Vale destacar el visible fortalecimiento del catolicismo. Holguín comenzó a definirse como una región de marcado acervo cristiano. A las primeras parroquias del siglo XVIII — como San Isidoro de Holguín y San Gregorio Nacianceno de Mayarí —, se sumaron en el XIX las iglesias San José (1819), San Fulgencio de Gibara (1820), Santa Florentina del Retrete (1820), San Miguel de Manatí (1857), San Andrés de Guabasiabo (1862) Jesús del Monte en San Marcos de Auras (1872) y San José de Puerto Padre (1881), además de Santa Margarita de Cacocum, y otras en Velasco y San Agustín de Aguarás.

    Se afirmaron también festividades religiosas patronales como el día de San Isidoro, el día de la virgen del Rosario, los días de San Juan y San Pedro, San José y Santiago, así como las fiestas del Corpus Cristi, la semana Santa, Navidad y el día de Reyes; en mayo las Romerías o el día de la Cruz, y entre las fiestas profanas irrumpieron los Carnavales.

    Se rectificó y mejoró el trazado urbano de Holguín y se amplió su sistema de plazas; entraron los aires del neoclasicismo para definir la nueva arquitectura de la época; tuvo lugar la urbanización de Gibara y Puerto Padre y se consolidó la línea defensiva Holguín-Gibara cuyo coralario sería el amurallamiento total de esta villa, pequeño emporio marítimo de la burguesía comercial de origen hispánico.

    La república mediatizada será testigo de la presencia de miles de españoles procedentes de Islas Canarias, Galicia, Cataluña, Asturias y otras regiones de la península, quienes fijarán residencia en Holguín, Gibara, Mayarí, Banes y Antilla. Entraron como braceros o trabajadores manuales por distintos puertos orientales y colmaron parte del mercado laboral en condición de cortadores de caña, técnicos de ingenios, cocineros, pequeños agricultores, bodegueros y comerciantes, entre muchas otras ocupaciones y oficios. Su inserción, primero impulsada por razones de índole laboral, se consuma en las relaciones matrimoniales, a través de las cuales se convirtieron en fundadores o refundadores de una parte importante de la nación cubana y su pueblo.

    Luego entonces, Holguín es plaza fuerte de la hispanidad como lo fue de la América aborigen; descuella como uno de los espacios germinales de Iberoamérica y Latinoamérica, un lugar de fundación y despegue, arsenal del pasado y palestra del presente. La casa de Iberoamérica y la fiesta de la cultura Iberoamericana no son concesiones a la europeidad — que también pasa por las venas de lo iberoamericano, lo latinoamericano y lo cubano- sino reconocimiento y respeto por una historia y una cultura que pudo haberse escrito de otro modo pero que no tiene ya manera de modificarla para hacerla diferente de lo que es.


      José Vega Suñol
      Doctor en Ciencias Históricas
      Centro de Estudios sobre Cultura e Identidad
      Facultad de Humanidades
      Universidad de Holguín
      E-mail: vega@fh.uho.edu.cu



        Notas

          1. Iberoamérica en su acepción amplia incluye a los países que se emanciparon de los antiguos imperios español y portugués así como estas naciones de Europa, además del principado de Andorra. Comprende por tanto al siguiente conjunto de naciones: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Portugal, Puerto Rico, República Dominicana, Salvador, Uruguay y Venezuela.

          2. La corona francesa — al igual que la española — colonizó también parte del territorio de la América del Norte; el Canadá francés con la fundación de Quebec y Montreal y Louisiana con centro en Nueva Orleans y Baton Rouge son ejemplos a mencionar pero no entran a formar parte de Latinoamérica como si lo son Haití, Martinica, Guadalupe o la Guayana Francesa. En el caso de la corona española la colonización abarcó una parte considerable del actual territorio de los Estados Unidos de Norteamérica pero tampoco queda comprendido en el concepto de Iberoamérica y Latinoamérica al ser estos territorios recolonizados y absorbidos por la cultura anglosajona, tal como sucedió con gran parte del sudeste y casi todo el sudoeste de ese país, antiguos territorios del imperio español.

          3. Véase: Jesús Guanche Pérez, España en la savia de Cuba, La Habana, 1999.

          4. Véase: Jesús Guanche Pérez, Significación canaria en el poblamiento hispánico de Cuba, Santa Cruz de Tenerife, 1992.







        Página enviada por Jesús Guanche Pérez
        (24 de enero de 2011)


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