Cuba

Una identità in movimento


Conferencia sobre Antropología de los Desastres, Museo Municipal de Playa (1 de junio de 2009)

Armando Rangel Rivero


Cuando solo han transcurrido 40 años de la desaparición física del sabio cubano Don Fernando Ortiz Fernández (1881-1969), continuamos observando con detenimiento sus aportes a la Antropología universal. Uno de los acontecimientos naturales más significativo en el contexto caribeño y cubano, está relacionado con los huracanes. Al respecto Ortiz escribió un texto titulado El Huracán y los Símbolos Espiróideos, que fue editado por el Fondo de Cultura Económica, en 1986. Sin embargo, en oportunidades no lo asociamos con los verdaderos aportes que nos ofreció Ortiz Fernández a la cultura cubana. Entre los méritos extraordinarios de este ensayo se encuentra el poder comprender los cambios climáticos, los acontecimientos mitológicos, las leyendas populares y su histórico análisis de ese espiral que nos trae lluvia, vientos, inundaciones, afectaciones humanas y económicas.


Recordemos ante todo que el huracán es un meteoro de función rotativa, es precisamente un ciclón como los científicos han escrito con raíz griega, por el desarrollo circular o arremolinado del fenómeno. De ahí podremos deducir el simbolismo del ideograma helicoideo de los indocubanos y su hipotética relación con el dios Huracán. Esta estriba en que dicho dios, como el de los remolinos, de los vientos y de las tempestades en general, ha sido representado por todo el mundo con un símbolo de carácter giratorio, y por mayor abstracción esquemática, como una espiral. En el simbolismo dinámico del viento hubo que aceptar varios elementos, real o aparentemente de carácter giratorio; tales eran el movimiento centrípeto de los remolinos, las mangas y, los tifones, en su diversidad, tornadiza por todos los rumbos, y la procedencia de los vendavales más furiosos del hemisferio boreal, los "nortazos", que bufaban desde la tramontana o el septentrión, donde estaba el eje del cosmos junto a las constelaciones circumpolares.[1]


Los desastres pueden ser naturales o antrópicos y constituyen siempre un peligro o amenaza para las personas. Estos eventos ocurren en un tiempo y un espacio determinado, en el cual una comunidad o parte de la sociedad sufren dinámicos detrimentos, con pérdidas humanas y materiales, desajustando las estructuras sociales; provocando que la vida cotidiana se vea afectada en un período de tiempo. Los antropólogos interesados en la temática, observan los desastres como alteraciones intensas del paisaje humano y de los espacios físicos ocupado por las personas.

El paisaje se considera como un grupo de formas, de los objetos y elementos que definen a un espacio geográfico. Es por lo tanto, parte del ambiente de los seres humanos. Todas las edificaciones humanas transforman el paisaje natural en un paisaje antropizado. La antropología explica porque los desequilibrios demo-económicos de los espacios causan tanto daño.

El 15 de diciembre de 1972, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dictó la Resolución Número 2994 (XXVII) y designó el 5 de junio como "Día Mundial del Medio Ambiente". Con el objetivo de que la población mundial adquiera la conciencia necesaria en la protección del medio ambiente. Fue elegida esa fecha, por ser el día de apertura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo, la capital de Suecia en 1972. El coloquio estableció un momento sin precedente para el movimiento ambientalista mundial.

Algunas de las preguntas expresadas ese día en la cumbre escandinava, aún continúan sin respuesta ¿Cuántos seres humanos pueden soportar el planeta Tierra? ¿Cuántos recursos no renovables pueden consumir los seres humanos en cada región? ¿Hasta donde pueden ser utilizados los recursos renovables para que sigan siendo renovables?

Las interrogantes expresadas sobre el futuro de la humanidad llevaron a los investigadores de ciencias naturales, exactas, sociales y humanísticas, a realizar proyecciones sobre el agotamiento de los recursos, el crecimiento demográfico y la capacidad de la Tierra para asimilar todos los residuos que se producen producto de las altas tecnologías y el consumismo. Así como otros aspectos que influyen en el comportamiento que tenemos ante la naturaleza y la sociedad.

Se proyectaron un conjunto de hipótesis que fueron pensadas como exageradas, sin embargo, aunque algunas catástrofes no fueron visibles, otras si empañaron la lucidez del desarrollo. Lo importante era la alerta de que la tierra no es infinita, que la contaminación de mares lagos, ríos, campos y ciudades nos podía hacer sucumbir. Al encontrase el futuro en nuestra manos, lo adecuado era alertar y evitar las graves consecuencias, para un futuro que ya es nuestro presente.

Ejemplos hay diversos en el territorio del Municipio Playa. Las cuencas hidrográficas del oeste de La Habana, están altamente contaminadas, el río Almendares, conserva en sus aguas y fondos sustancias toxicas derivadas de las industrias que durante años vertieron sus residuos; el río Quibú, almacena todas las aguas fecales de varios municipios y desemboca en el reparto residencial Náutico. El río Jaimanitas, ya no nos ofrece el caudal adecuado, ni las zonas de pesca recreadas por artistas plásticos en sus obras decimonónicas y republicanas y la desembocadura del río Santa Ana, cambió el escenario de vida de su población urbana-rural continua, por la acción antrópica. Sin profundizar en las franjas costeras, que han perdido metros de arena y cada día el mar penetra más, ¿por qué cortamos el preciado mangle?, ¿por qué se construyó durante los primeros 50 años del siglo XX a orillas del mar? Estas y un conjunto infinito de pregunta nos podemos hacer.

A partir de la reunión de Estocolmo, la conferencia motivó el establecimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Creando de esta forma un sistema único en la toma de conciencia de los gobiernos y pueblos para seguir organizando congresos, forum y mítines donde se discuta tal problemática mundial

En 1992, Río de Janeiro, sirvió de sede a la convocatoria de la Asamblea General para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Los jefes de Estado y demás funcionarios gubernamentales allí reunidos, adoptaron las decisiones necesarias para llevar a cabo los objetivos propuestos en la Conferencia de Estocolmo.

Ya ese año se hizo evidente el impacto ambiental a escala global. El adelgazamiento de la capa de ozono y la subida de temperatura a escala mundial, puso en alerta roja las emisiones de dióxido de carbono provenientes de la combustión de hidrocarburos. Así como, el agotamiento de las reservas de hidrocarburos, producida por el incremento de la extracción de estos recursos y a su lenta renovación que se mide en tiempos geológicos.

La otra gran conferencia organizada en Johannesburgo, Sudáfrica en el año 2002, no ha podido evidenciar un gran paso en alternativas tan significativas como el desarrollo sostenible, como tipo de progreso capaz de satisfacer las necesidades de las generaciones presentes, sin comprometer las de las generaciones futuras.

Por último podemos expresar que el valor científico y político del 5 de junio es haber fijado un onomástico ambientalista, para continuar tomado decisiones gubernamentales a partir de los postulados académicos. Permitiendo que se puedan escuchar el verbo de los pueblos de la humanidad, sus realidades, carencias económicas, diferencias culturales, niveles de contaminación producidos por un desigual desarrollo que altera las geografías y realidades culturales de los menos favorecidos. De esos congresos surgieron los tratados internacionales:

  • Protocolo de Kyoto, asociado al cambio climático;

  • Protocolo de Montreal, vinculado a la reducción de gases destructores de la capa de ozono;

  • y Convenio CITES, que trata de evitar la pérdida acelerada de biodiversidad que estamos provocando.



    Armando Rangel Rivero
    Museo Antropológico Montané
    Facultad de Biología
    Universidad de La Habana




Nota

  1. Ortiz, F. (1986) El Huracán, su mitología y sus símbolos. Fondo de Cultura Económica, México, Cap. 3, pp. 107-128.








Página enviada por Armando Rangel Rivero
(3 de junio de 2009)


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