Cuba

Una identità in movimento


Una interpretación de la historia de Cuba desde el 2001 (Parte III)

Armando Hart Dávalos


Más adelante se subraya:

La conclusión más importante en que quiero insistir es que el objetivo esencial de la Revoluición cubana no obedece, exclusivamente, a causas de intereses locales ni se reduce a objetivos nacionales. La Revolución cubana, especialmente después que aparece la figura de Martí, es sin suceso de interés y connotación universales. Tal interés se fundamenta y enlaza con los propósitos que se exponen en los estatutos del Partido Revolucionario Cubano de Martí, de "auxiliar y apoyar la independencia de Puerto Rico" y, además, como se recoge en el propio Manifiesto, alcanzar y asegurar unas Antillas libres que, a su vez, garanticen y protejan a una América libre.

La pregunta que debemos hacernos es por qué Martí quería una Cuba libre, unas Antillas libres y una América libre. Lo expresó de una manera tan diáfana que no debería dar lugar a dudas o confusiones. En su artículo con motivo de la conmemoración del tercer aniversario del Partido Revolucionario Cubano, publicado en 1894, señaló:

Se observa aquí cómo el Apóstol no pretendía agudizar el conflicto, al que calificó de innecesario, entre la América mestiza y la América sajona. Martí hubiera preferido buscar una solución al conflicto que no condujera a un antagonismo feroz. Pretendia que surgieran unas Antillas libres para servir a los pueblos de Nuestra América, e incluso, al propio pueblo de los Estados Unidos que, según expresa,

Y pretendía, como queda dicho, garantizar de esta forma, el equilibro del mundo.

En el propio Manifiesto de Montecristi, Gómez y Martí agregan:

Analicemos la identidad y la diferencia entre Gómez, Maceo y Martí. Fue necesario encontrar nuevos caminos para organizar la guerra, y éstos los hallaron Gómez, Maceo y Martí. Entre ellos había una ídentidad esencial, pero también diferencias circunstanciales en cuanto a las formas de emprender y dirigir la lucha armada.

El propósito irrenunciable de que Cuba fuera índependiente de España y de Estados Unidos y que era parte integral de Nuestra América, lo poseían los tres por igual. Tampoco había divergencia alguna en cuanto a la necesidad de promover la unidad entre blancos, negros, cubanos, españoles y todos los componentes de nuestra sociedad. Por esta razón, la historia ha situado a los tres como el núcleo central de la epopeya independentista.

Sobre los puntos en discrepancia se puede confirmar con la perspectiva del tiempo transcurrido, que el Apóstol había estudiado y superado con profundidad y rigor los reparos civilistas que obstaculizaron la Guerra Grande y que ni en Gómez ni en Maceo existían los gérmenes del caudillismo militar que la hicieron naufragar en el Pacto del Zanjón. Sin embargo, en las discusiones de La Mejorana estaban presentes residuos de aquellas viejas cuestiones en las mentes de esos gigantes de la historia.

Antonio Maceo y Máximo Gómez demostraron desde el inicio de la contienda hasta el final, un gran respeto a la ley y a la autoridad de las dirigencias en las cuales la revolución había confiado su conducción. Alcanzaron timbres de gloria que los distinguen como cuidadanos de Cuba y de América y los presentan como ejemplos para todas las generaciones de revolucionarios cubanos. Ante la Intervención Norteamericana y la Asamblea del Cerro, Gómez sintió la ausencia de Martí.

La hazaña militar de la Invasión para traer la guerra al Occidente que juntos materializaron, constituye motivo de asombro y admiración dentro y fuera de Cuba. Sobre todo, cuando se toma en cuenta la abrumadora superioridad de la maquinaria militar que España llegó a tener en Cuba pues disponía del más moderno armamento de la época. Baste recordar que la metrópoli, despojada de sus inmensas colonias de América, acumuló contra nuestro país toda su fuerza militar y su resentimiento político de hondas raíces sicológicas. La idea de la Invasión, nacida desde los tiempos de la Guerra de los Diez Años, sólo podia asumirse de forma radical y llevarse a su realización práctica por el coraje, la inteligencia y cultura del Generalísimo y su Lugarteniente General. Estos valores integrados en una sola pieza expresan lo mejor y más original de nuestra identidad nacional.

El gran mérito histórico de Martí fue unir a todos los factores dispuestos a la guerra, organizarla, hacerla viable y, partiendo de ello, trasmitirte una ideología y una proyección política. Al darle una política a la guerra, Martí actuaba con un gran realismo y sentido práctico. No fueron pocos los obstaculos que encontró para alcanzar este objetivo. Después de los debates de La Mejorana, Martí dijo: "Comprendí que, debía enfrentarme a la acusación de oponerle trabas leguleyescas a la guerra de independericia". Los tres, Martí, Gómez y Maceo estaban imbuidos de las mismas esencias, la protección de la justicia.

Lo esencial que quiero transmitir está en que el patriotismo cubano se halla insertado, desde su raíz misma, en un sentimiento y una aspiración universales. Así fue ayer, lo es y lo será mañana. La felicidad y el progreso de Cuba han dependido siempre de la forma en que se inserte en el mundo, y no hay manera de hacerlo si el país no es independiente. Cuba es parte sustantiva de las Antillas, de América y del mundo. En ella se integran los valores propios de la nación con los de carácter universal.

Nadie puede dudar hoy que el pueblo de Cuba tuvo en los últimos años del siglo pasado, hombres capaces de plantearse en una forma consecuente con su época el fenómeno del imperialismo yanqui; y si el desarrollo del imperialismo yanqui constituye uno de los hechos históricos fundamentales en el siglo XX, hay que llegar a la conciusión de que, cuando se escriba la verdadera historia de América, tendrá que recogerse el carácter universal de los hombres que el pueblo cubano dio en 1895.

La intervención se produjo en un momento difícil para los cubanos: cuando habíamos perdido los principales líderes, estábamos devastados por una lucha de más de treinta años y el pujante imperialismo norteamericano se encontraba en su proceso de ascenso. Los cubanos tuvieron que enfrentarse a ese hecho, cansados de combatir y sin que estuvieran presentes sus mejores dirigentes. Y era un hecho descomunal, de categoría histórica universal. Prueba de ello fue que más tarde Lenin calificó la guerra hispano-cubano-norteamerícana como la primera guerra imperialista de Estados Unidos.

Para enfocar lo sucedido en 1898, vamos a partir de la conclusión del mejor testigo de aquellos hechos dramáticos, el General Máximo Gómez Báez. Nadie puede disputarle su condición de haber sido el hombre vivo mas significativo del 98. Dijo entonces palabras que hoy estremecen nuestra conciencia patriótica.

Si cuando tan extraña situación terminase era posible que Estados Unidos no dejase en Cuba ni un adarme de simpatía, puedo asegurarles que ellos mismos, Maceo, Gómez y Martí nos dejaron como legado el deber de sentir un infinito respeto por todos los pueblos del mundo, incluso el de Norteamérica, pero esta extraña situación a que se refería el Generalísimo tiene que terminar de raíz y para siempre.

En aquellos años tristes, el gobierno norteamericano le impuso a la Asamblea Constituyente de 1901, que aprobase una enmienda conocida por el nombre del Senador Platt que le daba "derecho" a intervenir en nuestro país cuando lo estimasen necesario. La mayoria votó aceptándola por el temor fundado de que no le daban ni siquiera la independencia formal. Una minoría lo hizo en contra.

El testimonio de uno de ellos, Salvador Cisneros Betancourt, es de una elocuencia y una enseñanza sobre la que vale la pena reflexionar en estos finales de siglo.

Si hubiéramos sido entonces un pueblo sin historia, sin tradiciones revolucionarias, el sometimiento total de la Isla al imperio naciente hubiera hecho definitivamente imposible la existencia misma de la nación cubana. Pero éramos un pueblo con historia, con una larga guerra, con una interminable cadena de rebeldías. Éramos un pueblo que se había fortalecido en el combate y que había adquirido conciencia de sus derechos; un pueblo con alta conciencia nacional, cuyas masas desposeídas habrían alcanzado una gran madurez política y que en 1895 desencadenó la revolución popular y democrática a la que todavía hoy aspiran muchos pueblos.

Y piénsese, además, que si la Guerra hispanocubano-norteamericana fue, como dijo Lenin, la primera guerra imperialista de los Estados Unidos, habrá que llegar también a la conclusión de que la Guerra de Independencia de Cuba fue el primer movímiento popular de liberación en el mundo con carácter antimperíalista.

Y fue precisamente Martí, que vivió durante casi quince años en Estados Unidos y conoció profundamente aquella sociedad, el que asumió la misión histórica de sintetizar todo el saber y la experiencia acumulada desde los tiempos forjadores de la nación en los planos político, social y filosófico desde los intereses de Nuestra América y organizar la guerra necesaria. Allí, desde la atalaya de New York, donde llegaban las oleadas de inmigrantes y las ideas más diversas, completó su inmenso saber y tomó cabal conciencia de que la guerra por la independencia de Cuba debía librarse tanto contra la metrópoli española como contra los apetitos imperiales del vecino del Norte.

Y lo hizo partiendo de seis elementos claves:

La inmensa riqueza cultural acumulada en el siglo XIX llevó al erudito español Marcelino Menéndez y Pelayo, desde posiciones reaccionarias, a escribir en 1892 estas líneas paradójicas que muestran muchas cosas contradictorias.

La paradoja se halla en que le atribuye a la permanencia de la dominación española durante todo el siglo XIX la enorme riqueza intelectual, científica y filosófica de esa centuria cuando fue precisamente el enfrentamiento a las ideas reaccionarias de la metrópoli y el haber asumido las minorías intelectuales de la Cuba decimonónica la más alta cultura europea y universal en una sociedad integrada por masas de esclavos y, en general, explotados, la que forjó una elevada cultura radicalmente orientada a favor de los intereses de los pobres y explotados, y es seguro que el ilustre erudito hispano no llegara a conocer el crisol de ideas de José Martí. Ello determinó que la cultura ética alcanzó escalas superiores y, a la vez, se materializó o encarnó en millones de cubanos.

Veamos ahora en forma bien concreta a partir de estas dos grandes personalidades, Maceo y Martí, la naturaleza de esta tradición ética. En cuanto a Antonio Maceo es muy importante leer su carta al general español Camilo Polavieja. En ella se observará la integridad de su carácter y el sentido más profundo de la ética cubana. Dice el General Antonio:

En otra parte de la misma carta agrega:

Más adelante señala:

Posteriormente subraya:

"No hallaré motivos para haberme desligado para con la humanidad. No es pues una política de odio la mía es una política de amor; no es una política exclusiva, es una política fundada en la moral humana".

Después dice Maceo:

Resulta verdaderamente admirable la rectitud del carácter de Maceo y su sentido ético. La misma integralidad en el carácter postulaban Varela y Luz. Lo interesante está en que Maceo llega por vía muy distinta a esta percepción ética presente también en estos forjadores. Su coincidencia muestra la riqueza y fortaleza de nuestra identidad. Se trata de la integralidad cultural que vincula la tradición intelectual de los grandes maestros forjadores con el de los grandes próceres y combatientes de la lucha anticolonial y por la liberación social. Estudiemos esta cuestión de la identidad ética en el pensamiento de Martí.

En la literatura martiana encontramos el compromiso patriótico y la hermosura de su palabra mágica integrando una identidad, que lo hace dialogar con su escritura y decir: "Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos". En esta afirmación hay un sello imborrable del diseño de nuestra cultura.

En "Yugo y estrella" la imagen poética asume una dimensión filosófica y ética con tal fuerza de universalidad que deja el alma en suspenso y asumimos lo que objetivamente somos, piezas de la larga evolución de la historia natural. Se llega, en medio de nuestra insignificancia individual, a sentir como deber sagrado el de continuar luchando por un paso de avance en la historia social del hombre. Lo experimentamos también en el Cántico Cósmico de Ernesto Cardenal. La esencia de este pensar y sentir martianos se concreta y se ensambla en su prodigiosa percepción del arte. Aquí ética, filosofía y arte como una joya de nuestra historia cultural, muestran otro sello clave de la identidad nacional.

Para conocer el proceso ulterior que condujo al triunfo de la Revolución en 1959, recomendamos el estudio de diversos documentos, señalando en particular a dos autores, uno de formación capitalista, Ramiro Guerra, de quien el compañero Carlos Rafael Rodríguez dijo que no podía escribir la historia de Cuba desde el punto de vista marxista, pero que no se podía conocer esa historia desde el punto de vista materialista histórico sin estudiar a Ramiro Guerra. Asimismo las obras de Emilio Roig de Leuchsenring, investigador, hombre de ideas muy progresistas ofrecen copiosos elementos al respecto.

De la primera mitad del siglo XX es importante tambíén conocer la labor del gran educador Enrique José Varona, de la generación revolucionaria de 1930, así como los trabajos de Medardo Vitier. Y desde luego contamos con el valioso y certero ideario del Apóstol que, tras la intervención norteamericana, fue relegado a un plano secundario. Correspondió a la generación patriótica, socialista y antimperialista de los años 20, rescatar el pensamiento martiano e insertarlo en las ideas socialistas del siglo XX.

Fueron precisamente Julio Antonio Mella y los que asumieron el ideal socialista y anfimperialista los que nos ayudaron a rescatar las ideas martianas que habían sido escamoteadas o mutiladas en el período inicial de la república neocolonial. Hoy, cuando se produce una hecatombe de gran escala con la caída del socialismo real, tiene lugar un fenómeno a la inversa. Es justamente la tradición política y filosófica de nuestro país la que puede y debe ayudar a rescatar las ideas del socialismo internacionalmente y a fortalecerlas en lo nacional. Y lo podemos hacer a partir del legado ético de la cultura cubana, pero, para ello, es necesario asumir la tradición socialista del siglo XX sometiéndola al análisis crítico más riguroso.


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Tomado de: Dr. ARMANDO HART DÁVALOS, Una interpretación de la historia de Cuba desde el 2001, Collección Pensamiento, Oficina del Programa Martiano, La Habana, 2001.


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