Cuba

Una identità in movimento

Terry. De la serie "Tiro de Gracia"

Lázaro David Najarro Pujol



René Vallina Mendoza percibe una luz tenue de una chismosa en el interior del rancho. Están levantados. Escucha una voz que viene de dentro del bohío.

    — ¿Qué desea? ¿Qué le pasa mi hijo?

    — Tengo necesidad de que me ayuden. Estoy herido. Soy un rebelde. Los guardias me fusilaron en el callejón de Curajaya.

    — ¿Cómo?

El negro abre la ventana. Sujeta en la mano una chismosa. Estoy lleno de sangre y vestido de guardia.

    — No, no tienes problemas. Yo lo voy a llevar pa’ La Jagua, donde está la gente suya que tiene una emboscada puesta a los rebeldes, con una 30. Allí lo van a atender.

    — ¿Cómo la gente mía? ¡Con una 30! No, no, no. No puede ser.

    — Sí, la gente suya. ¿Usted no es guardia?

    — No, yo no soy guardia. ¿Qué voy a ser guardia? Ya no le dije que a mí me fusilaron con otra gente ahí. Mira como yo estoy. ¿Cómo me va a decir que soy guardia?

    — ¿Y cómo está vestido de guardia?

Estoy vestido de guardia. Como se me había inflamado la cara y en el bolsillo del uniforme había un pañuelo, me lo amarré al cuello para aliviar el dolor. Es un pañuelo rojo, como los usados por los masferreristas para distinguirse de los regulares.

Terry insiste:

    — Pero usted es de la gente de Masferrer. Usted es masferrerista[1].

    — Qué masferrerista.

    — Sí, mire el pañuelo que usan los guardias de Masferrer. El pañuelo colorado.

    — Qué pañuelo colorado. Yo no sé de qué color es el pañuelo éste.

Discuto con el negro. Y él no me dejaba hablar. Y le digo:

    — Si usted no me va a ayudar, me voy.

Me alejo del rancho. Escucho su voz a mis espaldas.

    — Venga acá. Venga acá. Dime la contraseña de la columna.

Le doy la contraseña. El hombre me dice:

    — Oiga, yo soy del 26. Venga pa’ acá compadre. Me llaman Luciano Terry Vives.

Me sujeta. Entramos al rancho.

    — ¡Quítese la ropa esa, compadre!

Me ayuda a quitar aquel traje de guardia. Me entrega una muda de ropa. Me queda a media pierna. Terry es bajito. Levanta a uno de sus hijos de la cama y me acuesta.

    — Usted no tiene na’. Usted lo que tiene es hambre. ¡Oiga, mujer, prepare arroz con bacalao!

Luciano Terry se dirige a mí:

    — Usted, espéreme aquí que yo vengo pa’ acá ahora. Voy a buscar un médico.

    — No busque médico ni a nadie porque si usted trae un médico aquí, entonces sí que estoy muerto. Yo lo que necesito es un poco de sulfa, de penicilina. Ya con eso resuelvo porque me quita la posible infección.

    — Yo tengo que salir. Confíe en mí.

"De todas formas yo estoy liquidado. No tengo otra opción".

Los rayos del sol se reflejan en el bohío. Es de mañana. Desde el cuarto, escucho sorprendido lo que un hombre le dice a Terry.

    — Óigame, Terry, dicen que aparecieron unos muertos en el camino de Curajaya y también dicen que dos de los muertos no aparecieron. Los guardias creen que no murieron na’y que andan por estos alrededores.

    — Sí, hoy los guardias regresaron pa’ ver si los muertos estaban en el mismo lugar donde los habían dejao’ anoche y dicen eso mismo: que faltaban dos. Ya usted sabe, paisano, andan como locos buscando por to’ esto de por aquí.

    — Sí, sí. De todo eso se comenta en el batey.

    — Bueno, compadre Ciriaco Herrera, si usted encontrara a uno de esos hombres, ¿qué haría?

    — ¡Oiga compadre, no me pregunte eso! Lo recojo y lo ayudo.

    — ¿Seguro?

    — Seguro que lo recojo y lo curo.

    — ¡Ah, bueno! Venga pa’ acá.

Los dos hombres penetran en el cuarto. Cuando el otro me ve pone los ojos grandes.

    — ¡Pero, compadre! ¿Usted tiene al hombre ese aquí?

    — Aquí mismo lo tengo. ¡Me tienes que ayudar!

    — Vamos a buscar un médico.

    — No, ustedes no deben buscar un médico. Eso sería muy peligroso. Van a sospechar. Me van a matar a mí y a ustedes. Lo que hace falta es penicilina en polvo, penicilina inyectable y sulfa. La sulfa para echarme en la herida y la penicilina para evitar la infección.

Convenzo a los dos hombres. El compadre sale a localizar los medicamentos. Terry se queda conmigo. Uno de los hijos del negro viene corriendo.

— ¡Papá! ¡Papá! Por ahí vienen los guardias y están registrando las casas.

Pero el negro Terry busca una alternativa. Me ayuda a levantar de la cama y me lleva hasta la parte trasera de la cocina, donde hay una tierra arada. Saca a los muchachos y les indica:

    — Ustedes, váyanse pa’ lla’ pa’ la carretera y pónganse a jugar pelota. Si ustedes ven que los guardias se bajan, salgan corriendo pa’ ca’ pal rancho. ¡Vamos, rápido, a jugar pelota pa’ la carrera.

Esa es la señal.

El vehículo viene muy despacio. Los casquitos miran para ambos lados de la carretera. Paran y registran las casas.

Luciano Terry y toda aquella gente están en una situación peligrosa para sus vidas.

"¡Esos cabrones nos van a matar a todos!".

Miro ansioso a lado y lado, esquivando el miedo y la proximidad de la muerte.

Los soldados continúan registrando la ranchería en mi busca y en busca de Rolando Plaza. Los guardias están cerca del rancho de Luciano Terry. Observan a los muchachos jugando.

"Si, los guardias vienen, me van a matar aquí mismo en la tierra arada".

El jeep se aproxima despacio. Las manos me sudan. El resto de mi cuerpo suda también copiosamente. El sudor penetra en las heridas. Siento ardor en la piel rasgada. Por fin el jeep pasa. No sospechan.

Poco después el compadre viene sudoroso y asustado, pero trae en sus manos las medicinas solicitadas. Me inyectan y echan sulfa en las heridas.

Me sirven comida, pero no tengo deseos de ingerir alimentos.

    — A este hombre hay que sacarlo urgente de aquí. Esto es muy peligroso. Hay que trasladarlo pa’ otra casa.

Es de noche, los compañeros del Movimiento 26 de Julio deciden llevarme para la vivienda de Felipe Guerra. Se dice que es un concejal de Batista que colabora con los revolucionarios. Los campesinos de la zona me dejan en un cayito de marabú. Hay mucho fango. Los puercos escarbando aquí han revuelto la tierra. El escondite está pegado a la casa de Felipe.

"¡Coño! En cualquier momento me van a ver. A esa casa entra y sale mucha gente".

Por fin aparece alguien que me ayuda.

    — Óigame, de aquí ustedes me tienen que sacar. Aquí no puedo seguir porque está entrando mucha gente.

    — Sí, es verdad. Esta noche vamos a ver si te sacamos. Después te traigo la respuesta.

"El hombre se demora. No llega ¿Qué pasará? Al fin viene".

    — ¡Hombre, me tenias impaciente ya! ¿Qué respuesta me tienes?

    — Hablamos con Angel Núñez, un campesino que tiene una finca en Arroyo Blanco. Esta noche te vamos a llevar pa’ allá.

La gente continúa saliendo y entrando a la casa de Felipe. En ese trajín se va la tarde. La impaciencia aumenta. Al oscurecer me montan a la zanca en un caballo. Atravesamos potreros. Se pican cercas y salimos a la finca de Angel Núñez. El hombre, montado en un caballo, me espera en el sitio convenido. Me cambio de bestia. Los que me trajeron regresan y continúo con el campesino.

Me lleva para un campo de caña ubicado a prudencial distancia de su casa. Me preparan un poco de paja en el suelo. Tienden unos sacos. Amarran los cogollos por arriba para evitar que los aviones de reconocimientos me localicen.

Veía pasar las avionetas, a veces para el sur, a veces para el norte. O de este a oeste y viceversa. Me inyectan. Me limpian las heridas. Me preparan caldos de pollo. Les pido que me visiten una sola vez al día para evitar sospechas. Comienzo a reanimarme. Pasan los días lentamente. Primero la mañana, después la tarde y por último la noche. Transcurren quince largos días, quince días de meditaciones. Una tarde le digo al campesino:

    — Mire, hace falta que a través del Movimiento 26 de Julio traten de hacer contacto con Panchito Peña que está por esta zona. No sé por dónde, pero los rebeldes deben estar por el Francisco.

    — No se preocupe, nosotros vamos a ocupar de contactar con los rebeldes.

Los campesinos localizan a Peña. Coordinan con él. Por fin Felipe me dice:

    — Te vamos a llevar para donde está tu gente.

Me monto con Felipe en su jeep y partimos rumbo al sur. El vehículo transita por un polvoriento terraplén. La tierra blanca se me aloja en los cabellos. Me lleva para una tienda ubicada en Los Macutos, al norte del batey del central Macareño. Felipe me entrega un cuchillo.

El médico llega a la bodega para atenderme. Me revisa la herida. Observa el lugar donde está alojada la bala.

    — Mire, si lo opera aquí, en el monte, puede perder la vista de ese ojo. Esa es una decisión de usted.

    — Bueno, médico, ¿y si no me opero, qué pasa? ¿No me muero?

    — No. No te mueres. Pero sí tendrás dolores de cabeza.

    — Bueno, pues, no me voy a arriesgar a perder un ojo. Como dice el refrán: Más vale dolor de brazo que no de corazón. Si no hay problemas, me operaré en el momento que existan las condiciones[2].

Mientras converso con el médico llega un camión que transporta guardias. Los casquitos se bajan. El bodeguero me esconde en la trastienda y me dice:

    — ¡Vamos pa’ la trastienda! Aquí no puede quedarse.

    — ¡Apúrense! — dice le médico.

    — Ni te preocupes. Tú verás como entretengo a esos cabrones.

El bodeguero brinda a los guardias galletas y dulce de guayaba. Deposita encima del mostrador dos botellas de ron. Los guardias miran hacia el fondo de la bodega. Los inoportunos visitantes piden cigarros y fósforos. Fuman, comen y beben gratuitamente. Montan en el camión y se marchan. Los vehículos dejan, a su paso, una nube de polvo blanco.

Entonces, Felipe arranca el jeep y también se aleja, pero en sentido contrario a los guardias.

Ahora viene una espera intensa, como mi mayor enfermedad, aún más grave que el plomo este que desde aquel trágico 8 de octubre transporto y transportaré por mucho tiempo en mi cabeza o por lo menos hasta que termine esta guerra. Hasta que pueda salir del monte.


Fragmento del libro Tiro de Gracia (Editorial Ácana, 2003). Radio Cadena Agramonte acaba de transmitir una serie — de 39 capítulos — dramatizada y testimonial, titulada Emboscada en el Llano, que recrea esta historia.


    Notas de referencia

      [1] Rolando Masferrer. Ocupó el puesto de senador. Organizó un ejercito paramilitar de asesinos que operaba por todo el país.

      [2] A principios de marzo de 1959, René Vallina Mendoza se operó en el Hospital Civil de Camagüey, donde le extrajeron el plomo del tiro de gracia, que estaba alojado junto al oído izquierdo, casi a flor de piel.



De la serie "Tiro de Gracia" en el Sitio
Fusilamiento. De la serie "Tiro de Gracia"
Terry. De la serie "Tiro de Gracia"
Preámbulo. De la serie "Tiro de gracia"
Los Heridos. De la serie "Tiro de gracia"
El viaje. De la serie "Tiro de gracia"
El Doctor Corchado. De la serie "Tiro de gracia"
El inocente. De la serie "Tiro de Gracia"


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